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Mensaje por Ivana Braginskaya Jue Mayo 15, 2014 7:04 pm

Era casi la puesta del sol. Una dulce melodía de cantos en un idioma lejano sonaba desde el interior de la casa, esparciéndose por la sala hacia el patio por las ventanas abiertas. Había algo nostálgico en aquella música, que salía como una marejada nocturna de la trompetilla de un gramófono. Era una melodía suave y familiar, como una canción de cuna que llegaba, lejana, al recuerdo antes de dormir.
        Afuera, en el amplio jardín, una mujer iba y venía entre altos girasoles, brillantes geranios de colores y aromáticos jazmines, podando ramitas aquí y allá y cantando, con dulzura, en aquel lejano idioma a las flores. Tenía una voz tierna, maternal y cariñosa. Su enorme estatura contrastaba con la calidez que derrochaba al cantar a las flores, acariciando los pétalos después de regar sus tallos. Era con los girasoles con los que se portaba más generosa: Sus flores favoritas merecían todo su amor.
        Ivana terminó de mimar su jardín de flores y se dirigió a la entrada de su hogar. La casa de la familia Braginski se había quedado sola desde que el hermano menor del matrimonio falleciera, dos años atrás. Ahora ella era la última de su estirpe y dueña por derecho de la casa en la que había vivido su infancia. La fachada era amplia y con una mecedora en su pórtico, con altas ventanas en el piso superior. Ivana se descalzó antes de entrar para evitar ensuciar el suelo con lodo y césped, caminando hacia la cocina con una ancha sonrisa en su rostro redondo y bonachón. Del horno salía un aroma dulce y encantador, que se volvió más fuerte cuando abrió la puertecilla. Cogiendo unos guantes de cocina, sacó una charola repleta de pastelillos de masa dulce rellenos de carne y vegetales: Piroshki. Su madre los preparaba para ella cuando era niña y ahora ella los preparaba, para disfrutarlos en la soledad de su forzado retiro. Puso los pastelillos en un tazón y los depositó sobre una mesa. Antes de comer, tenía que medicarse. De una repisa, Ivana tomó una jeringa y un frasco de muchos que tenía guardados. Llenó la jeringa y apretó los ojos y labios al inyectarse en el brazo. Detestaba su medicamento, pero no podía vivir sin él. Una vez que terminó, echó sin miramientos la jeringa a la mesa, cogió su plato de piroshki y algo más: Una botella llena de un líquido transparente, que desprendió pequeñas burbujas nacaradas, como perlas, al sacudirse en su arrebato. Vodka.
        El gramófono seguía cantando mientras Ivana se sentaba en la mecedora del pórtico a comer piroshki y beber vodka. Eran días pacíficos para ella, aunque el reino estaba sumido en una crisis que iba creciendo a pasos agigantados. Una sonrisa se dibujó en sus labios, relamiéndose las migajas de pan que quedaban impregnadas en ellos. No faltaba mucho para que el reino rojo la llamara de vuelta a la acción y la pusiera al frente. Mientras eso pasaba, disfrutaría su tranquilidad, su mecedora y su alcohol. El suave aroma de su jardín flotaba al compás de la música. Todo estaba bien para ella, por ahora.
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Mensaje por Emily Dawson Miér Jun 18, 2014 1:48 am

Tenía hambre, la suficiente como para sacar su arco y buscar alguna presa en completo sigilo. El viento hacia que los aromas y sus cabellos blancos se mecieran con él con suavidad, dándole la seguridad de que no existía nadie más ahí. Tal vez no era lo mejor estar en aquella tierra desconocida y cazar, no tenía mucho tiempo ahí y ya se sentía fuera de lugar, era tan tenebroso que Emily no dudaba en que en cualquier momento algún tipo de trampa caería sobre ella y la dejaría en problemas que no era capaza de imaginarse. Por un segundo vacilo,  y Emily se daba cuenta entonces que el temor que tenía con respecto a las personas de ese reino sangriento y cruel era más grande que el hambre que pudiera existir en su interior.

Soltó un suspiro, resignándose a recargarse en el árbol que estaba cerca de ella, mirando como una ardilla pasaba por ahí con algunas bellotas en su boca, llena seguramente estaba y Emily no se sentía lo suficientemente confiada como para decidir que quería quitárselos y enterrarle la flecha entre ambos cachetes que en esos momentos le parecían tan tiernos. Realmente penaba que era algo parecido a un caso perdido. Se levantó, sacudiendo su vestido para que no luciera tan sucio, tenía que levarlo pronto. Se recargó en el árbol con suavidad, esperando no hacer mucho ruido mientras a la distancia comenzaba a olfatear un delicioso aroma. Obviamente tendría que venir de una casa cerca a donde ella estaba, pero tampoco podía de casa en casa buscando a alguien que le diera comida a cambio de un simple “por favor” o “gracias”. El dinero en su bolsita se escaseaba y podía jurar y hacer realidad el hecho de que esa no era una emergencia. Podía aguantar otro día sin comer, no era necesario comer estrictamente tres veces al día, o dos… o todos los días.

Emily salió de aquel pequeño bosque y comenzó a caminar por el camino que se encontraba a distancia de las casas, suspirando derrotada. Tenía que darse prisa entonces y buscar un lugar que la hiciera sentir segura, lo suficiente como para cazar, pescar y tomar cualquier fruto que le diera fuerzas para continuar con su viaje. Nada podría detenerla.

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