Mentiras piadosas o cuentos engañosos~ [Libre]
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Mentiras piadosas o cuentos engañosos~ [Libre]
Neliam estaba molesta. Detestaba, sí, detestaba con toda su alma alejarse de los límites del bosque en el que siempre estaban protegidas. Salir de ahí la irritaba, porque no le gustaba estar en sitios que no conocía. A ella le gustaba controlar todo lo que estaba alrededor de su preciosa hermana y el ambiente era un factor importante. Sin embargo, esa no era la causa de su enfado. Si bien detestaba salir del bosque, era capaz de soportarlo siempre y cuando se mantuvieran en lugares alejados. ¿Cuánta gente iba al desierto? ¡Nadie! ¿Qué alma cándidida iba hasta un lago dejado en la mano de Dios? No lo sabía, pero seguramente que pocas personas se atreverían.
Entonces, ¿por qué Nerium tenía que ser tan distraída para dejar que sus pasos los guiara el aire? ¿Por qué tendrían que haber acabo allí, en la ciudad? Odiaba la compañía de otros seres, especialmente si se acercaban a Nerium. Ella era suya y al parecer la gente lo ignoraba. Definitivamente los odiaba, a todos ellos.
Por otro lado, Nerium estaba demasiado perdida para pensar en otros seres. En algún momento del camino se había centrado en un pajarito que volaba por ahí y de alguna manera había terminado a las afueras de la ciudad. Al menos eso creía, porque nunca había ido... Dentro de lo que recordaba. Aunque ese no era el caso. Se movía por las calles, mirando de lado a lado y de arriba a abajo, con curiosidad. Así hasta que llegaron a un parque
–Ne~ Neliam, ¡mira! ¡Ahí hay arboles!– clamó alegremente, al notar la presencia de aquella pequeña miniatura del bosque dentro de la ciudad. Sin embargo, cuando se giró para ver a su contraparte, que llevaba callada más tiempo del habitual, y se percató de que ésta miraba hacia otra parte.
Se dio cuenta entonces de que lo que contemplaba era un bulto de pelo que estaba más allá.
–¿Qué es?– inquirió, pero no recibió respuesta, así que se acercó hasta que entendió que el bulto de pelo era un pequeño perro abandonado. Un perro abandonado que dormía. Se agachó y lo tocó, para despertarlo (Neliam le había dicho que dormir en las ciudades era malo). El otro no se movió ni un ápice.
–Está muerto– señaló Neliam, sin que le importara mucho–. No hay nada que podamos hacer por él. ¡Vamos al parque!– quería subirse a un árbol. Aun así, su contraparte no se movió–. ¡Nerium! Se ha ido. Ya no volverá.
Un par de lágrimas cayeron al suelo. La de cabello lila extendió los brazos para coger al animal y lo acunó contra su pecho y entonces ella recordó que solía olvidar que Nerium nunca reaccionaba bien ante algunas cosas, generalmente las que se relacionaban con conceptos malos. Se le ocurrió una idea que mitigara el desconsuelo de su contraparte.
–¡Ya sé! ¿Sabes que pasa si plantas un perrito?– como esperaba, la otra alzó la vista pero no reaccionó–. ¡Yo te lo diré! Pero tenemos que ir al parque. ¡Vamos, vamos!
Un rato después, Nerium cavaba con las manos desnudas en el suelo. A lado del agujero estaba el animal muerto. Cuando consiguió que el hoyo fuera tan hondo como para acoger el pequeño cadáver del perro, lo metió en el interior y empezó a enterrarlo. Neliam, a su lado, se limitaba a ver cuanto podía echar la cabeza hacia atrás. Cuando terminó, decidió llamarla para cerciorarse.
–¿Estás segura de eso es suficiente?
–Sí. Lo has hecho muy bien.
Una pequeña sonrisa ingenua tomó los labios de Nerium.
–¿Y saldrá un arbolito de perros?
Neliam le devolvió la réplica del gesto, con una sonrisa aun más grande, antes de asentir. Cuán fácil resultaba engañar a la menor.
Entonces, ¿por qué Nerium tenía que ser tan distraída para dejar que sus pasos los guiara el aire? ¿Por qué tendrían que haber acabo allí, en la ciudad? Odiaba la compañía de otros seres, especialmente si se acercaban a Nerium. Ella era suya y al parecer la gente lo ignoraba. Definitivamente los odiaba, a todos ellos.
Por otro lado, Nerium estaba demasiado perdida para pensar en otros seres. En algún momento del camino se había centrado en un pajarito que volaba por ahí y de alguna manera había terminado a las afueras de la ciudad. Al menos eso creía, porque nunca había ido... Dentro de lo que recordaba. Aunque ese no era el caso. Se movía por las calles, mirando de lado a lado y de arriba a abajo, con curiosidad. Así hasta que llegaron a un parque
–Ne~ Neliam, ¡mira! ¡Ahí hay arboles!– clamó alegremente, al notar la presencia de aquella pequeña miniatura del bosque dentro de la ciudad. Sin embargo, cuando se giró para ver a su contraparte, que llevaba callada más tiempo del habitual, y se percató de que ésta miraba hacia otra parte.
Se dio cuenta entonces de que lo que contemplaba era un bulto de pelo que estaba más allá.
–¿Qué es?– inquirió, pero no recibió respuesta, así que se acercó hasta que entendió que el bulto de pelo era un pequeño perro abandonado. Un perro abandonado que dormía. Se agachó y lo tocó, para despertarlo (Neliam le había dicho que dormir en las ciudades era malo). El otro no se movió ni un ápice.
–Está muerto– señaló Neliam, sin que le importara mucho–. No hay nada que podamos hacer por él. ¡Vamos al parque!– quería subirse a un árbol. Aun así, su contraparte no se movió–. ¡Nerium! Se ha ido. Ya no volverá.
Un par de lágrimas cayeron al suelo. La de cabello lila extendió los brazos para coger al animal y lo acunó contra su pecho y entonces ella recordó que solía olvidar que Nerium nunca reaccionaba bien ante algunas cosas, generalmente las que se relacionaban con conceptos malos. Se le ocurrió una idea que mitigara el desconsuelo de su contraparte.
–¡Ya sé! ¿Sabes que pasa si plantas un perrito?– como esperaba, la otra alzó la vista pero no reaccionó–. ¡Yo te lo diré! Pero tenemos que ir al parque. ¡Vamos, vamos!
Un rato después, Nerium cavaba con las manos desnudas en el suelo. A lado del agujero estaba el animal muerto. Cuando consiguió que el hoyo fuera tan hondo como para acoger el pequeño cadáver del perro, lo metió en el interior y empezó a enterrarlo. Neliam, a su lado, se limitaba a ver cuanto podía echar la cabeza hacia atrás. Cuando terminó, decidió llamarla para cerciorarse.
–¿Estás segura de eso es suficiente?
–Sí. Lo has hecho muy bien.
Una pequeña sonrisa ingenua tomó los labios de Nerium.
–¿Y saldrá un arbolito de perros?
Neliam le devolvió la réplica del gesto, con una sonrisa aun más grande, antes de asentir. Cuán fácil resultaba engañar a la menor.
Nerium&Neliam- Ciudadano
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Fecha de inscripción : 11/11/2011
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