Luna roja -priv-

Credo no emitió palabra alguna, simplemente asintió con la cabeza ante las palabras de la mujer cabellos de ébano. Esas caricias, por más simples que pudiesen parecer, no había palabras correctas para expresar lo bien que se sentían...

Dejo escapar un ligero suspiro (con pesadez) era verdad. Aunque sea por cinco míseros minutos había conseguido olvidarse de la pésima condición en la que se encontraba. Echo las orejas hacia atrás, al tiempo que desviaba la mirada. Debió ser más cuidadoso, debió dar más pelea... Ahora ya no había motivo para parar pensar en eso, fue más que obvio que la diferencia numérica hizo imposible la victoria para los suyos.

Irónico que ambos sintieran algo tan profundo por el otro, siendo que su comienzo no fue tan grato que digamos. El moreno tiro ligeramente de la prenda que yacía sobre sus hombros hasta que esta terminase en el suelo, no necesitaba manchar más la prenda con sangre. Como pudo, se puso de pie para sentarse frente a ella aunque dándole la espalda, recogió su cola hacia un lado, y colocó las manos sobre sus muslos.

-Insisto, de verdad no tienes por qué hacer esto- Por un breve instante, le mira sobre su hombro, para despues desviar su atención hacia el sucio suelo de la celda, como si este fuese lo más interesante del mundo.

-Aunque en verdad te lo agradezco- Aunque irónico por las ordenes de ella es que habia terminado en semejante condición.

Cuando Credo se puso de pie, la mujer estuvo a punto de levantarse para auxiliarlo. Sin embargo, parecía que el general todavía tenía fuerzas para hacerlo por sí solo... Incluso para ofrecer su 'resistencia pasiva' a ser atendido por la mayor. Sarah lo había escuchado perfectamente, pero tardó en responder un tanto.

-Pues eres muy insistente -le dijo suavemente, pero a manera de reproche- No tienes que agradecer, es lo mínimo que puedo hacer por ti -susurró. Era cierto, y además, si ya estaba traicionando a su reino no podía dejar las cosas a medias, ¿no es así? Si iba a traicionar debía hacerlo bien por lo menos.

Cogió el paño húmedo y limpió el resto de las heridas en la espalda del can. La mayoría de las lesiones eran superficiales, pero también sabía que no por ello dejaban de ser dolorosas. La reina tomó en sus manos la pequeña caja que antes había llevado su doncella y la abrió. Contenía un frasco con medicamento. Sarah tomó un poco de crema con las yemas de sus dedos y luego murmuró algo al oído del ojiazul.

-Va a dolerte mucho, pero después te hará sentir mejor -No estaba pidiéndole permiso, era una advertencia.- Tienes que recuperarte rápido para que estés bien cuando vaya a Diamantes a verte, ¿vale? -dijo antes de comenzar a ponerle el medicamento. Aquello -en el lenguaje de la mayor- casi había sido una declaración de amor.

Sacudió la cabeza como intentando despertarse, pues ocasionalmente le temblaban las manos y sentía que sus ojos se cerraban. No sabía qué hora era, pero quería pensar que no había pasado mucho tiempo o llegaría la hora del rondín y entonces de verdad habría problemas.

Asintió ante las palabras de la mayor, tal vez sería cierto que era lo mínimo que podía hacer para compensar el daño hecho... No... El moreno fue capaz de perdonarle todo al juntar sus labios con los de Sarah. Sonrió de lado.

Discretamente, el general apretaba la tela del pantalón como si con ello fuese a disminuir su dolencia debido a las heridas de su espalda, seguramente sería bastante incomodo dormir durante un buen tiempo...

-"Jah, como si fuese a salir de aquí pronto"- Frunció el cejo mientras echaba las felposas orejas hacia atrás.

Asintió ligeramente ante “la advertencia” de Sarah, de un tiempo acá se había visto envuelto en varias peleas y seguido, haciendo cuentas precisamente desde que subió de rango… La sorpresa no tardo en divisarse en sus morenas facciones (así como extremidades canidas, claro) ante el comentario ¿D-de verdad pensaba en ir a Diamantes tan solo para verle? El sonrojo se apoderó de él, y no obstante aquello no duro mucho pues al ligero contacto del medicamento se tensó y dejo escapar un ligero quejido. Se llevo la siniestra hasta el hombro contrario con afán de llevar la mano hasta la parte donde le había dolido, en un arranque completa y totalmente lleno de puro instinto animal.

Resopló para calmarse aunque fuese un poco… Era un tanto normal que el dolor le causara mal humor.

-Suena bien- A pesar de ese lugar, a pesar del frio, a pesar de las heridas de su cuerpo, se sentía tan contento… Tan feliz, como nunca lo había estado.

Aunque… Movió una de sus orejas en dirección de la puerta… No por estar tranquilo aunque sea un corto momento, no va a olvidar que la dama de compañía de Sarah, espera afuera…

-¿Segura que no dirá nada?- Cuestionó... Aunque la reina ya le haya dicho que tiene todo bajo control, no deja de preocuparse, simplemente, no se perdonaría si algo le pasa a ella por su culpa, mejor dicho, por ayudarle.

Como nunca había hecho algo así antes, los movimientos de Sarah se volvían un tanto indecisos al notar que de verdad hacía sufrir al general. Sin embargo, él se mostraba más o menos tranquilo, como si aquello fuera poca cosa... y por eso fue que ella pudo continuar.

-Estoy segura -respondió fingiéndose imperturbable.

En realidad era imposible que la reina estuviese totalmente segura de algo como eso, pero eran pocas cosas en la vida las que no tenían una solución... y convencer a esa niña definitivamente no era una de ellas.

Dependiendo del esquema de valores de la dama Ophelia, Sarah podría asegurarle que hicieron lo correcto... O en el peor de los casos, bastaría con darle algo a cambio. Por ejemplo, regalar una baronía o un ducado no iba a hacerle daño a nadie. Y sí, eso podría -y debería- considerarse como chantaje de una doncella hacia su señora. Pero no importaba de lo que se tratase, porque era necesario y eso bastaba como justificación.

¡Ni hablar de lo que tendría que hacer al amanecer! Cambiar la guardia y asignar el caso a otro capitán serían sus primeras órdenes del día, las cuales, por cierto, no tendrían una explicación lógica para los demás.

"Pero la lógica siempre está ahí, sólo hay que dejar que ellos la encuentren" Curioso que lo pensara así, sobre todo porque se encontraban Wonderland.

Le pasó el frasco con medicamento a Credo para que él terminara de atender las lesiones en su pecho.

-Si alguien pregunta, -musitó- dirás que te apuñalé y que estuve causándote dolor, ¿está bien? -dijo suavemente, mientras peinaba el cabello castaño hacia atrás, como lo llevaba el militar originalmente- Eso es una media verdad -sonrió. Daba igual, ya no podía tener peor fama en el reino amarillo, ¿no?

"Montón de cerdos prejuiciosos..." pensó.

Quizá la mujer que esperaba afuera seria de la entera confianza de Sarah, despues de todo el no conoce el reino de corazones tan bien como le gustaría. Qué triste resultaba ese hecho, pues fue donde nació... De algo si estaba seguro el general de diamantes, las cosas ya no serian igual entre las armadas, o al menos de su parte.

Se miró la mano que sostenía su hombro, ante ello torció los labios. Vaya que si se comportaba como un pequeño niño cuando le tocaba ser atendido... No, simplemente eran los instintos animales, de los que tanto trata de deshacerse a menudo, y sin éxito alguno.

Tomó entonces el frasco que la reina le extendía e irguió las orejas, atento a sus palabras. Sonrió de forma ladina. Era más que obvio que nadie preguntaría, pero en caso de hacerlo ahora sabia que decir, claro si es que se le pegaba la gana… No era muy hablador con los de rojo, como se podía ver. Disimuladamente olfateo el contenido del frasco y no pudo evitar arrugar ligeramente la nariz por ello.

-Quizá sea la única pregunta a la cual responderé- Si es que la hacían claro está, era irónico.

Ahora conocía el “otro lado” de la moneda, es decir mejor la personalidad de Sarah. ¿Cuántos rumores y demás no habían escuchado de los ahora reyes de rojo? Como General no les tomo importancia, si él les tenia rencor era solamente para los antiguos líderes del reino, aquellos quienes mandaron matar a sus padres. Y las rencillas de milicia, ya eran más rivalidad que nada, aunque por eso no dejaba de ser un tanto hostil.

Y he ahí a la “temible” reina de rojo atendiéndole con sumo cuidado…

-Esto representa un problema- No le miró, como Sarah le había dicho, estaba atendiéndose las heridas del pecho. –Entre Corazones y Diamantes hay una considerable distancia- Sonrió divertido, sin duda sus encuentros serian bastante “entretenidos”.

-Mh… -emitió muy apenas. Le parecía fascinante la nada sutil manera en que Credo se mostraba muy accesible para algunas cosas, pero totalmente terco para otras…

Responder interrogatorios era un buen ejemplo.

-Es el plan B, por si alguien se entera de esto –replicó. Y seguro que alguien iba a enterarse, aunque tal vez no ese día, ni el siguiente.

Escuchó a Credo atentamente, no sin algo de temor cuando éste mencionó la palabra “problema”. No obstante tuvo que dedicarle una sonrisa tierna cuando entendió todo lo demás.

-…pero entre Corazones y Diamantes también hay un tren –le murmuró al oído con un deje de diversión. –A mí las distancias me tienen sin cuidado, Credo.

“Si la gente común puede hacerlo, entonces yo también puedo” se dijo mentalmente.

¡Claro! Había un tren que podía llevarla de un reino a otro en cuestión de horas y eso era muy bueno. El problema estaba en que Sarah no sabía usarlo, que no le iba eso de andar por la calle fingiendo ser una ‘persona normal’, que no solía tener tiempo libre y que rara vez viajaba sola –sólo por no decir que le encantaba ir de un lado a otro con una escuadra de soldados fuertes y disciplinados-.

Muy en el fondo la joven monarca sabía todo eso. Sin embargo, aun no era plenamente consciente de ello por una simple razón: tenía que priorizar. Y en ese momento la prioridad era una cuestión de vida o muerte –sin bromear-.

-Haré que los liberen en la mañana, pero necesito saber que no causarás ningún problema. Ni tú, ni tus soldados –le dijo sonando peligrosamente seria. Si bien el militar era amable con ella, sólo había que ver cómo había quedado el cuerpo de éste para darse cuenta de lo terco y orgulloso que podría llegar a ser. Y aunque aquello le gustaba bastante a la de cabello azabache, no era lo más conveniente en esas circunstancias.

La mayor cogió los vendajes en sus manos y esperó a que el castaño terminara de ponerse la medicina. Obviamente no sabía colocar vendas, pero siempre, siempre, podía improvisar.

Sintió el agradable cosquilleo causado por la voz de la mujer directamente en su oído. Escuchar su nombre en labios de ella simplemente se sentía bien…

Ya tenía la coartada perfecta para los soldados y el capitán de corazones, el problema sería ¿Qué le diría él a sus hombres? Que les hayan dejador ir así de fácil y con tan solo un día de “arresto” era bastante sospechoso. Aunque claro, si decía que llego a un acuerdo con la reina roja y tenía un mensaje para el Rey Kiske, no debería haber problema… Al menos eso esperaba.

Dejo el frasco en el suelo, a uno de sus lados para suspirar ligeramente, es verdad que cuando ese perro se molesta suele tornarse algo agresivo y el auto control en ese estado es algo que difícilmente tiene… pero no por ello no conocía sus límites y cuando debía retirarse para no ocasionar un conflicto más grande, claro está que esa era una de esas ocasiones.

-Descuida, se comportarme- Pero si se volvía a topar con ese capitán más tarde… -Sumado que en este estado no podríamos hacer mucho tendríamos las de perder y no creo que alguien se atreva a hacer algo, despues de lo ocurrido.-

La situación no estaba como para reírse, pero el General hizo un sobre esfuerzo para no hacerlo en el momento que se percato que la reina no sabía colocar un vendaje, obviamente le ayudo, no iba a estar acomodándose las vendas camino a Diamantes cada dos que tres.

-Prometo que cuando vayas- Comenzó, con un ligero rubor sobre sus mejillas –cocinare algo para ti-

Movió ligeramente la pierna para dejar debajo de ella su cola, que inconscientemente comenzó a mover de un lado hacia otro, como los perros cuando se encontraban contentos. –

Y no sé cómo pero veré la manera de visitarte también- …

OFF: mandilon time :’D

La reina se limitó a asentir con la cabeza a las palabras del general. Podía objetar, pero no tenía caso... y además, acababa de descubrir que lo que sentía por el hombre no afectaba su opinión acerca del reino amarillo o del resto de los soldados.

Notó que el otro era mucho más hábil para colocarse los vendajes, así que prefirió dejárselo a él, aunque continuaba ayudándole en lo que podía. Después comenzó a guardar las cosas como los pañuelos y cualquier otro objeto que le pudiese evidenciar.

Entonces pasó.

Credo volvió a la conversación anterior, desconcertando así a la joven gobernante. Primero pensó que debía tratarse de una broma, pero el tono utilizado por el militar sólo indicaba que aquella afirmación iba totalmente en serio. Sarah se sonrojó terriblemente y ya no supo que decir, para empezar porque la idea de que el general de la armada de Diamantes le cocinara era algo que no debería ser posible siquiera imaginar.

-¿Cocinas? -balbuceó- Eso es algo muy atractivo en un hombre -dijo con diversión, mostrándose verdaderamente feliz. Y omitió una risa cuando notó cómo delataba a Credo su esponjosa cola de can. De pronto parecía imposible que el castaño fuese aquél mismo fiero militar.

Sarah se inclinó sobre él, rodeándole afectivamente con sus brazos más o menos a la altura del abdomen. Tuvo cuidado al estrecharle porque temía lastimarlo y recargó su frente sobre la nuca de éste. Cerró los ojos y suspiró ligeramente, vaciando sobre el cuello del castaño el aire tibio de su respiración.

-Iré lo más pronto posible -afirmó.

Efectivamente pensaba ir a verlo, pero ¿cuándo sería "lo más pronto posible"? Wilhelmina no era el tipo de mujer que tenía tiempo libre para huir de los guardias e irse a revolotear por los bosques como si nada más importara...

"¿Cuándo volveré a verte?"

La mujer acercó un poco más, aumentando la proximidad entre ambos, adivinando que la pérdida de sangre hacía sentir a Credo más frío del que realmente hacía. Le abrazó tiernamente, brindándole calor corporal; pero sabía también que por agradable que eso fuera no podían permanecer así el resto de la madrugada.

-Oye... tengo que ponerte los grilletes otra vez -masculló- Aunque quisiera, no puedo quedarme aquí contigo -dijo amargamente y sin soltarle todavía, sin moverse ni un sólo centímetro... porque obviamente Sarah no parecía tener ni las más mínimas ganas de irse.

El militar simplemente se dejo hacer. Cerró los ojos y llevo sus manos hasta las de Sarah acariciándolas ligeramente (y con cuidado pues como no traía los guantes sus garras estaban expuestas) a diferencia de a la mayor, el moreno tenía las manos frías, pero eso no le importaba.

-Estaré esperando- Por primera vez, lo haría impacientemente...

Pero... ¿Cuándo sería el tan anhelado día de su encuentro? Tendrían que "perderse" durante un buen rato para que valiese la pena. Sin duda, sería bastante entretenido ocultar la relación entre ambos, así como su sentir, sin levantar sospecha alguna, pues claro, una falta del General de Diamantes no era algo muy comun y conociendo también lo estricto y ordenado de Credo, era algo que simplemente no iba con él.

Pronto, las palabras de la reina le hicieron volver bruscamente a la realidad… no podía ser más egoísta y pedirle quedarse… el can solamente se limitó a asentir con la cabeza, aun sin pretender retirar sus manos de donde yacian, simplemente no tenia deseos de soltarle… pero tenía que hacerlo. No había problema, ya había aguantado todo un día de esa manera, podría soportar hasta que el sol saliera. Como pudo y con cuidado, se dió la vuelta, para atraer hacia él a la azabaches. Cerró una vez más los ojos, echando las felposas orejas hacia atrás, para musitar suavemente en el oído de la reina carmín, ciertas palabras que sabia estaban prohibidas y aun así no podía retenerlas en su ser por más tiempo.

-Te amo- Y sin esperar respuesta alguna, le besó.

Tan solo luego de unos instantes de disfrutar aquel simple pero maravilloso momento, el General se puso de pie como pudo, para volver a ser encadenado.

-"Como un perro" - Sonrió ladino, recordando las palabras que el capitan de rojo le había dedicado esa mañana.

"Te amo" Escuchó en la voz del otro, sintiendo al instante un exquisito estremecimiento y después las caricias de los labios del castaño sobre los suyos.

No quedaba otra opción más que creerle, porque realmente quería pensar que era cierto. Deseaba que así lo fuera, no, lo necesitaba. Necesitaba el amor de Credo más de lo que necesitó el de cualquier otra persona.

"Yo también te amo..." pensó al tiempo que cerraba los ojos. Era demasiado como para decirlo. La mujer se dejó llevar por el beso, fundiéndose en su ternura, deseando que nunca terminara. No obstante el cánido se separó para ponerse de pie, ella hizo lo mismo después.

Le tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos en un intento por disimular sus verdaderas y predecibles intenciones. Levantó lentamente el brazo del castaño hasta dejar su muñeca a la altura de las cadenas. Entonces le colocó el primer grillete y lo cerró.

Sarah siempre creyó que "cuando fuera grande" y tomara prisioneros de Diamantes sería grandioso. Y sin embargo ahora, con tristeza, se daba cuenta que le temblaban las manos al encadenar al hombre por el que sentía tanto amor.

Amor.

Cabía preguntarse si realmente podía llamarle así a lo que sentía por el general de la armada enemiga.

Sin perder tiempo le sujetó del otro brazo y cerró el segundo grillete, aprisionándole. Se quedó inmóvil durante unos instantes, dándose cuenta de que estaban peligrosamente cerca.

Pero no lo suficiente.

Llevó ambas manos a las mejillas del castaño y tocó tiernamente su rostro, notando a su vez las heridas que mostraba sobre su piel y las suaves ojeras que daban más intensidad a su mirada profunda y azul.

-Intenta dormir aunque sea un poco -le dijo Sarah muy bajo y luego se acercó para besarle en la frente.- Credo, te veré en unas horas -agregó como despedida.

Dio un par de inseguros pasos hacia atrás, alejándose del militar.

-Ophelia -llamó en un volumen normal de voz, habiendo recuperado su tono y su semblante a medias.

Casi al instante la dama irrumpió en la fría celda, sostuvo la respiración un momento y juraba que un par de preguntas que luchaban por salir de sus labios, sin embargo prefirió guardar silencio.

-Nos vamos -dijo la reina haciendo también un ademán con la mano, indicándole que recogiera la cubeta y el resto de cosas que había llevado. La joven lo hizo inmediatamente y acto seguido salió de la habitación.

En cambio Vilhelm no le siguió, sino al contrario, volvió a dirigir su mirar hacia el militar y le sonrió dulcemente, casi imperceptible. Luego fue a recoger la lámpara y su saco, llevándose este último doblado sobre el brazo. Se encaminó fuera de la celda, como si nada, y cerró la puerta tras de sí, haciendo un enorme esfuerzo para no ver hacia atrás...



Ciertamente, su alteza serenísima le había dicho a Credo que le vería al alba, pero las cosas no sucedieron así. Sarah nunca apareció. Y los soldados de Diamantes fueron liberados esa misma mañana.

Una capitana de la armada -a la que fue reasignado el caso- se encargó de entregarle a Credo, en un sobre cerrado, el mensaje que los reyes de rojo habían escrito especialmente para Ky Kiske y Charlotte Amaranth. No era un mensaje muy extenso, pero ya se encargarían los destinatarios de darle su debida interpretación.

Aquella nota, sin más ni menos, decía esto:

"Algunas veces no hay que luchar contra el destino.
Por mucho que intenten cambiarlo, siempre permanecerá igual...
porque algunas cosas, simplemente, están destinadas a ser.

Los honorables Reyes de Corazones
S.M. Alexander Iskandar & S.A.S Sarah Vilhelm"

"Destino"...Había mencionado Sarah más de una vez en la carta. Pero había que decirlo: antes de conocer a Credo Southworth, la reina de rojo no creía en el significado de aquella palabra.

Increíble la diferencia que se mostraba por parte del General de Diamantes. Es decir, apenas hacia unas horas luchaba fieramente para que uno de los soldados de rojo no hiciera lo que la azabaches llevaba a cabo en ese momento. ¿Dormir? Solamente asintió ligeramente, en ese estado seria un tanto difícil pero quizá el cansancio ayudaría en algo.

Unas cuantas horas, tan poco tiempo jamás sonó como algo lejano y hasta cierto punto imposible. Solamente se dedico a cerrar los ojos mientras asentía ligeramente, una vez más. No había ya palabras que dirigir a su majestad de rojo ya había dicho todo lo que estuvo guardando...

Al escuchar los pasos alejarse, Credo alzo el mentón, siguiéndole con la mirada, hasta que la pesada y oxidada puerta, se cerró. Entonces, quedo nuevamente solo con sus pensamientos en aquella sucia y oscura celda. Despues, la oscuridad y el silencio se apoderaron del lugar.

-Unas cuantas horas- Susurró... Como si quisiera darse ánimos.

La mañana llego trayendo consigo bastantes cambios, que serian difíciles de asimilar en tan poco tiempo. Como se dijo, los de diamantes fueron liberados. El canido hacia un sobre esfuerzo por lucir inmutable ante la nueva capitana que se le había asignado el caso, no obstante era más que obvio que en su mirada se denotase el cansancio que se apoderaba de él. Extendió la diestra, tomando así el sobre sellado con el escudo de corazones. Ya sabía qué hacer...

Partieron. Afortunadamente para el escuadrón de Diamantes no se presentó dificultad alguna durante su trayectoria. Las condiciones en las que llegaron hasta palacio eran deplorables. Aun así el General hizo todo lo que estuvó en sus manos para entregar personalmente el mensaje. A largos pasos atravesó los pasillos y corredores del castillo. Cuando el rey Ky Kiske observó las condiciones en las que se encontraba el canido (obviamente por los vendajes manchados de sangre y unos cuantos golpes más visibles) no pudo evitar exaltarse y mandar traer un medico inmediatamente. Sin embargo, el moreno se negó en su momento. Había algo más importante –según él- El semblante del rubio cambió inmediatamente, cuando el General extendió su mano con la carta que Sarah Vilhem había hecho llegar.

Al abrir el sobre, el tranquilo semblante del rey se transformo en uno sombrio al leer el mensaje. Cerró los ojos mientras fruncía el cejo cavilando las palabras escritas. Agradeció al General y mandó a uno de los capitanes acompañarle hasta el sanatorio, para su recuperación.