Lazos del Destino

-“Seguramente, será una reprenda de lo que se hablo ese día”- Piensa el General, dándose una idea… O mejor dicho haciéndose a la idea del regaño que le espera, según él.

No le quedo otra opción más que acceder a las palabras de Sarah, de forma que, tranquilamente, le siguió. Durante la caminata, el de piel morena no perdió detalles de su alrededor, no había tanta gente como pensó, y sinceramente, agradecía ese hecho.

-“¿Por qué demonios no podemos estar en paz”?- Se cuestiona. Como mención aquel día que se conocieron, Credo no tiene motivo para odiarle…

Y aunque no lo demostrara, el que la chica le “odiase” o al menos no estuviera tranquila con su presencia, no le hacía gracia. Cosa que sonaba irónico debido al pasado turbio y demás que se cargaba, y la rivalidad que el mismo mostraba ante el ejército rojo… Pero todos los pensamientos que giraban torno de él desaparecieron al percibir que la de cabello negro se voltearía a encararle. Ya más tranquilo y relajado, le miró fija y atentamente.

Sonrió ladinamente, mientras extendía la diestra para tomar la ahora maltrecha caja que le había dado hacia unos instantes a la Princesa. Si Aloshka supiese como termino su regalo… Que estúpido fue al creer que Sarah iba a aceptar tal regalo y… ¡Un momento! ¿Por qué carajos se estaba sintiendo como si le hubiesen rechazado?!

-“Estúpido, espabila”- Se reprendió mentalmente antes que tal pensar se viese reflejado, en veces poseer extremidades canidas no le favorecía en lo absoluto, pues su estado de ánimo era rebelado con facilidad por ello.

Un ligero “jeh” escapó de sus labios al escuchar las siguientes palabras de su Alteza, no era para menos que odiase su uniforme, despues de todo era de la armada de Diamantes y a decir verdad, él pensaba lo mismo. Si las insignias hubiesen sido diferentes, entonces, aquel encuentro no hubiera sido tan incomodo. Llevo la mano con la que sostenía ambas cajas (la del listón lila, y la que Sarah le había devuelto) hasta su espalda, apretándolas ligeramente al darse cuenta de ese pensar.

Sin embargo, su expresión tranquila dió paso a una de sorpresa y curiosidad, no fue tanto el hecho de saber que le agradaba aunque fuese un poco a la mujer, sino la elección que le dejaba. Miró hacia un lado, antes de elevar su diestra como si le pidiese guardar silencio. Reflexionó unos instantes la respuesta que le daría, sinceramente no quería volver a cometer un error frente a ella ¿Por qué?

-Lo hecho, hecho esta.- Comenzó –Lo que se dijo en esa ocasión, no tiene importancia ya. Pienso lo mismo de no pertenecer al reino al que odiamos, las cosas hubieran sido bastante distintas. Pero nunca es tarde para comenzar de nuevo. Quizá me encuentre algo confundido al igual que usted, pues cuando estoy a su lado… No sé cómo comportarme tampoco. Y, si se me da me gustaría tener la oportunidad de conocerle mejor… - ¿Se atrevería? ¿No era indebido que el General de la armada enemiga lo dijera?... … … Era hora de arriesgarse –Pues, le encuentro sin duda, bastante agradable…- Chasqueó la lengua y despues dirigió su mirar hacia la arena y suspiró pesadamente.

-Disculpe si le incomodo… Es solo que sentí que debía decirlo. Frente a mi no tiene que actuar de manera “especial” o diferente. Solo le pediré que sea usted misma… No soy quién para decirle cómo comportarse – Nuevamente, le miró, sus facciones mostraban un ligero rubor, pero de ello podía culpar al maldito calor de la playa, que en parte era lo que le tenía algo fastidiado.

Pensó unos instantes, quizá torciendo las “Reglas del evento” o malinterpretando todo a su favor, que ella le devolviese la caja naranja… Podría tomarse como regalo.

Extendió entonces la mano diestra, ofreciendosela a la princesa.

-Entonces, dejando aquel nada grato encuentro de lado ¿Me permitiría ser su compañero en el baile?- Sinceramente, Credo esperaba que lo dejase con la mano tendida… O le golpeara…

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¿Un paseo solamente? Me gustaba más mi idea de correr por la playa, desde hace mucho que no lo hacía y aún me faltaba mucho para volverlo a hacer con ese tonto reposo por aquella guerra. Sorpresivamente miré a Richard con una expresión de fastidio frunciendo levemente el entrecejo, a la vez que inconscientemente llevaba mi mano derecha a mi pierna donde ahora había una gran cicatriz tanto por arriba como por debajo de esta misma, al igual que en mi hombro derecho había pequeñas cicatrices a la mordida de aquel demonio.

-Pero eso fue hace un tiempo -No muy largo realmente, la mayor parte de ese tiempo me la pasé acostado en una camilla sin posibilidades de moverme, hasta que recuperé el tacto de mi pierna y podía mantenerme estabilizado- Estoy seguro que ya puedo correr...

¡Un segundo!

-¿Cómo fue que te enteraste de eso? -Algo me decía que cierto peliplata tenía que ver con esto- ¡P-Pero...!

¿Qué más podría hacer si el conejo ya sabía lo que pasaba? Me crucé de brazos mordiendo mi labio inferior, si se enteró así de la misma forma se enterará el otro si me pongo a correr como loco por la playa. Suspiré y coloque mis manos tras la nuca.

-Ok~~ Caminemos

¡Que remedio! No podía correr hasta recuperarme al ciento por ciento. Me coloque a un lado de Richard para esperar a que ellos comenzarán a caminar y yo seguirles el paso a la vez que volvía a abrir la bolsa con chocolates y comía un poco más de él. A la mente se me venía la palabra "Ridículo" tantas veces que me lo repetía Riku cuando estaba en el sanatorio, ahora veo que si tenía razón en ello, haber asistido a la guerra.....

Fue totalmente ridículo...

... ¡Pero valió la pena el esfuerzo!

La princesa de corazones esperó en silencio por la respuesta, bajó la mirada hacia la arena. Se sintió mejor cuando el otro mencionó que tampoco sabía cómo comportarse, sin embargo ¿Credo se daba cuenta de lo difícil que era lo que le acababa de pedir? Le había dicho que fuera ella misma y la vida de Sarah ¡se trataba precisamente de no serlo!. A pesar de estar consciente de ello, la mayor asintió con la cabeza un par de veces, creyendo que al menos podría hacer el intento.

No quería arruinarlo de nuevo y las razones eran simples: que le hablase amablemente y sin hostilidad era increíblemente reconfortante, saber que era aceptada por él lo era incluso más. Conforme el castaño hablaba, cada palabra le removía por dentro, haciéndola estremecer en una sensación dulce y cálida. Limpió con el dorso de su mano un par de lágrimas que estuvieron a punto de resbalar por sus mejillas, en el fondo la sensación de que esas palabras no se las merecía.

-Es muy elocuente, -dijo apacible, todavía sin mirarlo- Sus palabras me abren el pecho... y me conmueven. Usted es diferente, general, diferente de una buena manera.

Alzó la mirada encontrando las profundas orbes azules frente a ella. Se detuvo un momento para observar los rasgos en su rostro; ya le había visto antes, pero si tenía que "empezar de nuevo" entonces Sarah comenzaría con eso: le vería de una forma distinta. Una sonrisa escapó de sus labios cuando pensó que si Credo era un hombre de trabajo, entonces esas ojeras bajo sus ojos seguramente no eran por vida social... aunque eso no significaba que a la princesa no le gustara cómo se veía, sino al contrario.

No obstante tuvo que abandonar esas ideas al momento en que el castaño inesperadamente tendió una mano frente a ella. Al verlo supo el significado de esa acción, pero fue sólo cuando lo escuchó en su voz que se lo creyó.

-Si es a su lado será un deleite, -dijo titubeando y entonces sintió ruborizarse repentinamente- ...aunque no he traído un listón para el baile.

Apretó los labios por la inquietud y se acercó lo suficiente, deteniéndose a poca distancia del otro. Estando tan cerca tenía que levantar la barbilla para verle bien, Credo era por lo menos 20cm más alto. Sarah le tomó con la mano izquierda, entrelazándola con la suya, y acomodó la mano derecha sobre el hombro del militar; la deslizó suavemente, sujetándole de manera gentil, pero se sobrecogió cuando pudo sentir el bordado del escudo de la armada con la yema de sus dedos.

Cerró los ojos, antes no había dado importancia a la música de la orquesta, mas ahora que prestaba atención se percató que tocaban una versión en piano del tema de Niflheim. Hizo un par de pasos de vals, dejándose guiar por su acompañante. Le miró a los ojos. ¡Era sorprendente que el perro supiese bailar!

Si bien Sarah había bailado vals muchas veces, estaba especialmente nerviosa en esta ocasión, por su pareja de baile y el contexto. No supo si debía hablar, no tenían muchos temas en común ¿o sí? Además, al inicio le preocupaba que alguien inconveniente les viera, por lo mismo trataba de mantener su distancia, la rectitud en los pasos, pero ese control de los detalles no duró mucho más y en unos instantes ya era lo de menos. La de cabello azabache se encontró ajena al resto y de pronto sólo existieron ella y Credo.

-Si fuera mi general... -musitó.

Diferente... no sabía en qué manera pudiese ser diferente a los generales de las otras tres armadas, sin embargo, que ella lo dijera... Era bueno, al menos para él.

E inesperadamente, la de cabello ébano accedió a su propuesta. Pero eso no significaba que no sonrió al instante que sintió entrelazar sus falanges con los finos y largos dedos de su majestad de rojo.


-Nadie pasará a revisar si llevamos tal cosa- ¿Verdad?

Guardó las dos cajas, agradecía que no fueran tan grandes. Con cuidado le atrajo hacia el al colocar su mano en la cintura de la chica. Sinceramente, al igual que Sarah, Credo no había parado a escuchar la música, simplemente se dedico a oírla, sin prestar atención a la melodía, pues se encontró más ocupado pensando otras cosas. No pudo evitar sonreír una vez más, tanto extraño como irónico, no sonreía de forma seria como siempre lo hacía, sino de manera hasta cierto punto tierna.

Comenzó con un simple par de pasos, obviamente no mostro sorpresa ante la facilidad que tenia la princesa para el baile, era algo normal que la realeza supiese de dichos temas. Echo un ligero vistazo sobre su hombro, la verdad podría representar un problema si alguien les mirase de esa forma, empezando porque Sarah, estaba comprometida con Alexander Iskandar...

Pero no le dio importancia, y dirigió una vez más la mirada hacia su acompañante, sinceramente, por ese día, y tan solo en ese pequeño instante el trabajo, así como los demás, no tenía importancia para él.

Cerró los ojos y suspiró ante las palabras de su majestad y entonces, la sonrisa que había decorado su rostro desde hacía unos instantes, desapareció. Más no dijo nada, solo se limitó a asentir tranquilamente dándole la razón a las palabras de la oji-azules. Se inclinó ligeramente para poder susurrar directamente en el oído de su alteza.

-Puedo ser “su” general, al menos por el día de hoy- No estaba mal ¿Cierto? Tampoco era como si estuviese traicionando a Diamantes... o algo de la índole... Fue solo una "cursileria" de momento...

...No, tal vez era algo más... Por primera vez el pesar de saber que tuvó servir forzosamente a Diamantes.

Durante el baile, la futura reina se movía con gracia y ligereza. No pareciera que en momentos le pasara por la mente lo contrario a lo que expresaba. Definitivamente no estaba acostumbrada a no tener el control y eso la confundía aún más. Incluso le había murmurado inoportunamente al semi-humano. ¿Cómo carajo había llegado a eso?

A mitad de su autonegación mental, el castaño le susurró al oído y al hacerlo disminuyó la distancia entre ambos arriesgada e innecesariamente. Sarah casi detuvo su respiración al sentirle tan cerca, se había sonrojado terriblemente y el pensamiento de que la acción fue deliberada le dejó sin habla. En aquél instante Credo debió haber podido sentir la manera en que la princesa estrechaba su mano con más fuerza.

-Bueno, -empezó separándose sólo lo necesario, cosa que le ayudó a relajarse un tanto- no esperaba eso, pero no me voy a quejar... Si le tendré por hoy, es suficiente, me parece -aclaró en un volumen más bajo del usual.

Subió la vista y se encontró con la mirada de Credo, sus ojos color azul y la sonrisa seria le inspiraban algo de ternura. Con esa idea en la mente una suave curva atravesó sus labios, pero no era una de esas burlonas o como las que causan los chistes, era una sonrisa de alegría. Los recuerdos vagos que tenía de lo ocurrido en el desierto le habían estado atormentando durante días, y ahora todas y cada una de esas memorias se habían transformado en un pasado sin relevancia.

Sarah se vio sorprendida al percatarse que en algún momento había dejado de atender el compás de la música, y si se dio cuenta de ello fue porque había dejado de bailar, aunque no supo exactamente cuando fue que lo hizo.

Dio un paso hacia atrás para alejarse un poco. Se le ocurrió que para cualquiera de sus soldados verla así con el líder de la armada amarilla debía ser horrible, pero también sabía que podía salvar su imagen el hecho de que se pudiera pensar que estaba tan cerca del general sólo para meterle una puñalada en la espalda. Eso era porque de cualquier modo el concepto no se encontraba tan lejos de la realidad. Muy en el fondo ella se preguntaba temerosa qué pensaría Credo cuando supiera lo que iba a hacerle a su preciosa reina. No quería que las cosas terminaran así, pero tampoco podía decírselo sin más.

Ni siquiera lo hubo reflexionado cuando un sentimiento amargo se hundió rápidamente en su garganta. De pronto parecía como si esa fuera la primera y única vez que le vería sin que se encontrasen en un ambiente duro y hostil.

-Acompáñeme -le invitó a seguirla al deshacer la posición de baile. Sin embargo no le soltó de la mano y así fue como lo guió hasta las bancas del alrededor. Se sentó en una de ellas, sólo entonces liberó al castaño y se ocupó en buscar la pequeña caja de regalo que había envuelto en una bandera roja momentos atrás.

-Es para usted, -le dijo ofreciéndolo en una de sus manos, le miró y casi imperceptible carmín tiñó sus mejillas- no he respetado la tradición de los colores por un arrebato. Supongo el rojo no es su color preferido y he de admitir que pensé jamás entregárselo, pero aún así... -las palabras murieron en sus labios. Para empezar porque no sabía exactamente el porqué de sus acciones o quizá por el sentimiento de que apenas se habían reconciliado y ya estaba preparándose para no volver a verlo.

¿Que había hecho? Al dejarse guiar por sus impulsos (cosa que luchaba a menudo por no hacer y lográndolo exitosamente) había cortado la distancia entre ambos. Al percatarse, un ligero carmín tiñó sus mejillas. Sonrió con sencillez, asintiendo a las palabras de Sarah... No le paso por la mente lo arriesgado que pudo haber sido esa confesión.

¿Quién lo creería? Cualquiera que supiese con exactitud lo que paso ese día, y sobre todo, lo que ambos se dijeron en aquella tienda, durante la tormenta de arena, se sorprendería al verlos ahí, bailando... Como un par de enamorados con varios años de conocerse. Irónico pues aunque ambos habían dejado de bailar desde hacía unos instantes, no se separaron. Fue sino hasta que Sarah, pareció percatarse de ello. Afortunadamente para él canido, ningún miembro de su armada se encontraba a la cercanía, pues aquello sinceramente daba un muy mal entendido y peor, de enterarse alguien de sus palabras, se armaría un escándalo, entonces podría despedirse tanto de su rango, como seguro del reino de Diamantes.

La princesa le hizo "volver a la realidad" al sentir el tirón de su mano, por haberse adentrado tanto en sus pensamientos, el castaño ni siquiera puso atención a lo que la azabache había dicho, aun así, se dejo guiar por ella. Y lo que allí aconteció, le dejo sin palabras: Primeramente porque había sido ella quien rechazó el regalo que le había hecho previamente. En segunda, no podía creer lo linda que se veía la princesa con ese rubor en su rostro. Algo si era seguro credo ya no sabía ni lo que pensaba, ni siquiera estaba seguro de como debía reaccionar.

Inclinó ligeramente la cabeza al tiempo que extendía la enguantada diestra para tomar el obsequio.

-Me parece un poco injusto- Finalmente, las palabras parecieron escapar de sus labios. -¿No puedo hacerle yo un regalo, pero usted a mi si?- Sinceramente, por primera vez, el rojo no le incomodó.

Sacó entonces de uno de sus bolsillos (con la mano libre) una de las cajas, pero esta vez... La de color lila. Vamos, todos sabían lo que representaba ese color en el evento, pero si Sarah había roto la "regla de los colores" el también podía hacerlo. Le extendió entonces el regalo a la oji azules.

-Esta vez, Alteza, "como su General" y comenzando de cero, no aceptare devoluciones. Al igual que usted no respetaré el color de la tradición, de forma que puede dar el significado que usted guste a este listón- Desvió la mirada, increíble que extender una simple caja con chocolates le hiciera apartar la vista de esa manera y no otras cosas mas difíciles de explicar y hablar.

-Muchas gracias por atreverse a hacer el obsequio...Señorita vilhelm- Si bien, ella le había dicho que no le llamase de esa manera, esta vez, no le importo.

Una sonrisa ladina se dibujo en mis labios, si se ha "enojado" y una pequeña risilla se me escapó cuando me golpeo ligeremente con la caja de chocolates en la cabeza. "Muchas quisieran estar a su lado" Ehmmm.... Pues eso tenía algo de verdad, digo ya he visto muchas chicas -Y digo muchas- Que le han puesto el ojo encima, él es simplemente un imán para las chicas, deudas, cosas raras y problemas.

Muchos problemas.

¿Conformame con un simple beso en la frente? Y este bien "indignado" me daba la espalda, yo simplemente ladeé la cabeza hasta que este se volteó, sabía que no iba a durar mucho. Toma mi mentón y comenzaba a acercarseme, tanto que ya sentía su respiración y sin embargo lo que sentí fue su pulgar sobre mis labios.

¿Labial? ¡Ah! El labial de Aloshka......... ¿Cuando se dio cuenta de eso? En serio me impresiona lo fácil que se entera de las cosas y lo bastante idiota que aparenta ser. Pretendía responderle y fui callado con un beso algo profundo, no esperé en nada para rodear su cuello con mis brazos y responder aquella acción.

-Sabes... -Murmuré al momento de haberme separado del mayor- Yo creía que no ibas a venir para acá... A mi me obligaron.

Sí, si. Obligaron.

-No creí que te gustará estos ehmmmm.... "Ambientes" tan melosos

[Credo]

Se mantuvo en silencio esperando a que el militar aceptara la caja carmín y cuando lo hizo las manos de ella temblaron ligeramente. Entreabrió los labios para responder, pareciendo avergonzada por las palabras del general, sin embargo se vio incapaz de formular algo que reclamar porque él estaba en lo cierto. Fue injusta no sólo en ese momento, sino desde el comienzo, desde el instante en que supo que pertenecía al ejército enemigo, el reino que desde pequeña le habían enseñado a despreciar.

Sarah abrió más los ojos, sorprendida, cuando vio que de pronto Credo se había hecho con el regalo de listón lila. Se quedó congelada, mirando al castaño como si fuera la primera vez que lo veía. Y sin poder asimilar la situación, por todo lo que implicaba el color del listón, dudó unos instantes debatiéndose si debía o no aceptar el obsequio. Suspiró aliviada al escuchar la justificación del general y tomó la cajita en sus manos. Si ya estaba ruborizada, eso sólo le hizo sonrojarse más. Dirigió nuevamente la mirada al de los ojos celeste, pero él ya estaba viendo hacia otro lado.

"Se ve bien cuando está así" pensó y su corazón se aceleró de repente.

Apresuró a guardar el regalo en uno de los bolsillos de su saco.

-Gracias a usted, Credo -pronunció su nombre flojito, reprimiendo una sonrisa dulce en un intento por conservar la seriedad que le quedaba. Sin embargo, las siguientes palabras del can fueron tan certeras que lo consiguieron: Sarah le sonrió sinceramente, se había dejado envolver en ello y entonces, por mucho que lo intentó, la sonrisa se negó a irse.

"¿El significado que usted guste?¿Y qué significado se supone que le debería de dar?"

La sensación era agradable, pero la princesa no podía dejar de pensar que también era indudablemente extraña, es decir ¡estaba con el general de Diamantes! Aunque si volvía a considerarlo, había sido él mismo quien le dijo que por ese día sería suyo -no en ese aspecto que seguramente podría malinterpretarse-. Y ese era un muy buen punto, era como si a Sarah ya no le quedasen más excusas.

-Aunque sigo pensando que no es el más indicado para hablarme de atrevimientos -le dijo, pero su tono no era de enfado sino de diversión.- Sólo para continuar con la osadía, ¿estará bien que nos hablemos de "tú"? -le preguntó mientras se ponía de pie- Si le soy sincera, me pone de los nervios... y esta formalidad extraña no ayuda -confesó.

Volvió a observar al menor y escuchó a la orquesta comenzar a tocar un vals de Doga. "Grammofon..."

Sí, caminar se escucha taaaaaaaan divertido, pero no para alguien con mucha azúcar en el cuerpo, como yo. De igual forma en silencio los seguía mientras llenaba mi boca de más y más chocolates que pareciera que no respirará y después de tragar volvía a comer más chocolates, por lo menos ya no fastidiaría por eso. No prestaba mucha atención de lo que el conejo y la rubia estaban hablando, más que nada me entretenía mirando a unas que otras parejas felices bailando o haciendo lo suyo. Sin embargo ví al par de albinos y más que nada al mayor que pretendía darle un beso al canido, ¿Que pensaría Alohka de eso?

¡Y por no fijarme me habían sacado un chocolate de la bolsa!

-¡Hey! -Reclamé pero el conejo blanco se fue a hacer algo no sin antes dejarme a Aloshka a cargo. Miré hacía atrás a ver donde iba Ricahrd hasta verlo desaparecer, luego miré a la rubia y sonreí.

-Sabes~~ Yo también iba a entregar un regalo lila -Volvía a meterme a la boca otro chocolate mientras caminaba tranquilamente agarrado de Aloshka- Pero "esa" persona no vino al parecer, ya se lo daré en otro momento~~

No parecía que me importará mucho, pero de verdad quería entregar ese regalo y esperar a ver su reacción, como respondería por ello. Pero como bien dije "Ya se lo daría después" si es que no me como el chocolate primero. Tiempo más tarde volvió Richard de su escondrijo, a quien miré llevando mi mano a la cintura.

-¿Que fuistes a hacer ladrón de chocolates~~?

El General de amarillo simplemente asintió a las palabras de su alteza serenísima. No fue, obvio sino hasta su pregunta que la curiosidad se apoderó de sus facciones.

-Bueno- Comenzó, no quería citar lo que había ocurrido en el desierto aquel día, pero seguro ahora era un poco valido, pues fue ella quien comenzó a tutearle desde aquella vez.

-Según el "protocolo" usted, debería llamarme General Southwork y no Credo.- Pero, al diablo con el protocolo y lo demás durante el transcurso de ese día.

Le ofreció el brazo a la princesa, invitándole con ello a caminar por el sitio... Un ligero estremecimiento llego a él (y no supo si fue por lo que Elizabeth hizo, o por el hecho de pensar lo que pasaba por su mente en ese momento) al darse cuenta que de ser así parecerían una de las parejillas que se encontraban en el evento. Disimuladamente se mordió el labio inferior... No, no podían dar esa imagen. En primera porque eran de reinos que tenían bastantes rencillas y por otra, eran simplemente Princesa, y General... Nada más.

Si alguien decía algo, él solamente se defendería argumentando que todo fue por cortesía debido al evento. Igual, nadie había visto que le entrego una caja con listón lila (aunque como dijo, ella podía darle el significado que quería, pero aun así seguían atados los colores a dicha tradición) ¿Cierto?

-Pero no encuentro nada malo en ello, si usted gusta, puedo tratarle de tú, por mi no habría inconveniente tampoco en llamarle de esa manera- Claro, hasta le había dicho Guillermina cuando se vieron la primera vez en el evento, así que no debía ser problema.

-"Jeh, la pongo nerviosa... Eso es nuevo"- Si alguien debería encontrarse de esa manera. Era él. –Además, si con ello está más tranquila, mejor- Sinceramente, el general no prestaba atención a la música ahora, simplemente podía enfocarse en una cosa en ese momento y era en Sarah Vilhem.

[Credo]

Sarah torció la boca para mostrar inconformidad. Al escuchar la respuesta del otro ya estaba preparándose para decir algo en su defensa, porque ¡¿qué era eso de hablarle de protocolos a ella?! Okay, era cierto que no le había llamado como se suponía que debió hacerlo desde el principio, pero vamos, sus razones había tenido. No obstante, aunque nadie iba a sacarle esa idea de la cabeza, Credo logró que se le olvidara momentáneamente cuando le ofreció ir a caminar juntos. Sarah contuvo la respiración un segundo. ¿Qué seguiría? ¿Ir a caminar por la orilla de la playa mientras veían el atardecer? Bueno, ¿por qué no? ...y con ese "¿por qué no?" surgió en automático una larga lista de respuestas razonables que Sarah pudo ignorar sin ningún problema.

El general terminó de hablar y la princesa asintió un par de veces con la cabeza, mas no lo hizo como usual pues desde hacía unos minutos tenía un dejo de duda en lo que estaba haciendo.

-Está bien -dijo muy apenas, cerrando brevemente los ojos y sabiendo que no, no estaba bien. Quizá con eso rompería una de las barreras que existían entre ambos, o más específico, una de las pocas barreras que le quedaban.

De pronto notó que había dejado a Credo esperando y se acercó un tanto para acomodar la mano izquierda en su antebrazo. Normalmente le hubiese importado lo que la gente pudiera pensar sobre eso, pero la verdad era que estaba demasiado concentrada en sus propios pensamientos como para ocuparse de los demás.

"No es nada" pensó, dándose cuenta con preocupación de que había buenas probabilidades que sí fuese algo.

Casi sin ser consciente de lo que hacía, llevó al castaño junto a ella a caminar por una de las cursis zonas de jardín, donde casi todo eran plantas con flores color salmón. Sarah ladeó la cabeza ligeramente para mirarlo, comprobando que por muy estricto que pareciese se trataba de un hombre agradable y cortés. Le soltó con cuidado y se interpuso en su camino, obligándolo así a detenerse. Después le puso una mano sobre el hombro y llevó la otra hasta su rostro, primero colocando la punta del dedo índice sobre su ceño, para luego deslizarla suavemente por encima de una de sus cejas; tenía la mano extendida y sin querer le rozó la mejilla. Sarah casi podía percibir en las facciones del castaño una eterna expresión de enfado o preocupación.

-Tú no eres como pareces, ¿cierto? -preguntó gentilmente, pero sólo sonrió hasta que vio las orejas puntiagudas del semi-humano. Probablemente esa era una de las cosas que más le llamaban la atención de él- ¿Puedo tocarte las orejas? -soltó de la nada, aunque muy inútilmente porque no se dignó a esperar respuesta alguna y... en fin.