Aunque la jaula sea de oro... [priv/sarah]

El General se dejó hacer en todo momento por la mayor, mirándole tendido en la cama. Sonrió de manera ladina, extendió la siniestra para acariciar nuevamente la mejilla de la azabaches. Y no pudo evitarlo, un ligero rubor matizó sus morenas facciones... Esos labios, simplemente eran sumamente irresistibles.

Lo cierto es que, como a cualquier perro no le gustaba sentirse "acorralado" pero todo cambiaba si se trataba de ella. Como quiera que fuese el caso, el castaño se acomodó de una manera que fuese mas cómodo para ambos estar en semejante posición, cerró los ojos al sentirle acercarse y la mano libre se dedico a acariciar aquellos largos mechones color ébano. ¿Hacerle feliz? pero por supuesto, si podía ayudarle de cualquier forma estaría contento con ello.

Pero... ¿Por qué? ¿Por qué se rehúsa a aceptar su ayuda? ¿Es que siente que no es correcto? ¿Que no puede hacerlo para no mostrar debilidad? El en parte podía entender porque de ello pero aun así no se resignaría.

"Los escudos de armas pesan..."- Y si, según el general no puede mostrarse débil pues de esa forma ya no brindaría la seguridad para aquellos que le siguen y confían en él para que los lideré

Entonces, debía ser algo similar para la azabaches aunque, sin duda, la carga que ella soporta debe ser mucho mayor que la suya.

Echó las orejas hacia abajo, mirándole con ternura increíble, que, seguramente solo ella conocería.

-Sarah... Cerró los ojos por unos instantes percibiendo con ello el aroma del agradable perfume que llevaba la de ojos Prusia. Fue cuando le sintió acomodarse sobre de él, claro que no pondría queja alguna.

-Podría hacerlo, no obstante no puedo obligarte a hacer algo que tu no quieras- Habló con la mayor calma posible, envolviéndole con sus brazos. -No hables de esa manera que siento que lentamente te alejas de mi para ir a algún lugar donde no podría alcanzarte, por más que me esfuerce... y de ser así, créeme que hare cualquier cosa para que no te sientas de esa manera-

Sarah cerró los ojos, dejándose abrazar por el militar. Y se quedó pensando que a veces escuchar esa voz grave, tan firme y tan tranquila, era lo único que deseaba. Recordaba que, cuando ella terminó su relación con él, el silencio en su oficina era triste y sombrío, día tras día, como si se lo hubieran robado de una ceremonia luctuosa a puertas cerradas. Se preguntó si Credo en alguna ocasión había sentido lo mismo.

Por estar acurrucada con él no podía mirarlo a los ojos, pero se acomodó y llevó una de sus manos a su rostro. Sin verlo, lo recorrió tocándolo suavemente con las yemas de los dedos, tal y como lo hacía un ciego. Entonces descubrió que ya se sabía su rostro de memoria y eso la hizo sonreír.

-¿Y tenerte aquí, a mi lado, sería como hacerme sentir viva otra vez? Has dicho que harías cualquier cosa…

Se levantó para sentarse en la cama nuevamente, y clavó sus tristes ojos sobre las sábanas. Aún no podía renunciar a la idea de tenerlo en el reino de Corazones. O por lo menos no como un objeto de intercambio que mantendría el cuello de Kiske lejos de las manos de ella, sino que fuera por su propia voluntad, sin papeles de por medio.

Al pensar en eso, la reina cayó en cuenta de su necedad. ¿No era suficiente tenerle en ese momento?

-Olvida lo que dije -se apresuró a decir y luego dirigió la mirada hasta él.- Si ayudarme te hace feliz, entonces me hará feliz a mí también. Lo he leído en un libro así que debe ser cierto, ¿no se trata de eso el amor? -dijo intentando regalarle una sonrisilla, mientras se quitaba el saco y luego procedía a desabotonarse la blusa. Sintió el calor subir a sus mejillas. Seguro más de uno hubiera malpensado acerca de la escena, no obstante, la faja en el vientre de Sarah y el montón de vendas mal colocadas descartaban el espacio a las malinterpretaciones.

- La gente del reino de Corazones me ha ofrecido muchas cosas... pero me parece que, el ofrecerme tu sangre es lo más lindo que alguien ha hecho por mí.

Quizá la oración de hacer cualquier cosa por ella no debería ser mencionada, pues sabia en parte que no era así... Sabía lo que ella realmente desea, tenerle en la armada de corazones.

-"No...- Que egoísta fue al pensar semejante cosa. Ni que con su presencia se arreglasen todos los malestares de su majestad.

Y aun postrado en la comodidad del mullido colchón, el general ladeo la cabeza para mirar cuando ella se sentó en la cama. Suspiro con tranquilidad. Si, lo mejor era olvidar esas palabras que, desgraciadamente tenían un grado de sinceridad y realidad. Sonrió de manera ladina, al menos la mayor había aceptado... aunque, el ligero rubor no se hizo de esperar en sus morenas facciones al observar aquello. Frunció el cejo y se reprendió mentalmente.

-Lo haría cuantas veces sea necesario- O pueda, tampoco es como si fuese inmortal o algo de la índole.

Se irguió para quedar sentado en la cama y, con cuidado, le ayudo a recostarse.

- Solo tomara un momento- Era hasta cierto punto ridículo como la escena podría malinterpretarse. Afortunadamente, Southworth mantuvo la compostura. Con cuidado retiró los vendajes para poder observar con detalle la herida. ¡Ah! Sin duda había sido una de esas armas extrañas que traían los de Joker, pero al parecer la misma ya había sido atendida.

Sonrió de manera ladina, de esa forma no habría problema o complicación alguna. Se descubrió parte de la muñeca del brazo que tenia completamente vendado. Apretó varias veces la mano a la altura de su muslo, cuando sintió que ya era suficiente usando sus garras se hizo un corte algo profundo en la misma. Tensó la quijada y sin perder ni un momento vertió la sangre que emano del corte en la herida de Sarah. Entre más sangre gastase más rápido sanaría ¿Cierto? No estaba completamente seguro pero definitivamente valdría la pena, de esa manera tensó el brazo y apretó lo más que pudo el puño obligándose así a sangrar un poco más. Cuando sintió que era suficiente se detuvo, se cubrió nuevamente la muñeca, sintiendo como el mareo hacia presa de él así mismo palideció un poco.

-Con eso estarás mejor dentro de poco- Su cola golpeteaba suavemente el mullido colchón, de arriba hacia abajo, como impaciente, o ansioso -Dentro de unos pocos días, cerrara por completo Con la libre se apoyó, no iba a decirlo pero con tal acción evito irse de lado debido al mareo.

La mujer tembló al sentir la sangre caer sobre la sensible piel de su abdomen. El líquido estaba muy caliente y se resbalaba con tanta lentitud que le daba cosquillas. Entonces Sarah decidió que preferiría no mirar y tiró la cabeza hacia atrás para resistir la sensación. Vio a Southworth a la cara y pensó en lo atractivo que se veía cuando aguantaba el dolor.

Nadie debería tener el derecho de mirarlo así… Nadie excepto ella.

-…Gracias –masculló.

Desde un enfermizo punto de vista, aquello le resultaba bastante romántico. Y eso era tan dulce que ella hasta podría morir.

Así como estaba intentó volver a ponerse las vendas, sin embargo le quedaron tan mal puestas como originalmente las llevaba. No había que ser muy observador para darse cuenta de que ella misma era quien se las acomodaba. Quizá para huir de su médico o para evitarse el clásico sermón donde la regañaban por no cuidarse y reposar.

A Sarah le daba igual si el vendaje quedaba “por sin ningún lado”, pero no por lo que a cualquiera se le pudiera ocurrir. Por alguna razón, sus heridas no sanaban y eso era porque algunos miembros del consejo estaban convencidos de que cuando la reina se encontraba convaleciente era más fácil de manipular.

En parte era verdad, en parte no. Pero independientemente de eso, el hecho era que Cornel Orchid se había encargado de utilizar magia negra en el cuerpo Su Majestad tan sólo para evitar que se recuperara. Había sido sencillo porque Sarah confiaba ciegamente en él. No obstante aún faltaba contrastar con los efectos curativos de la sangre del General, suponiendo que hubiera alguno.

-Seguramente así será. ¿Tú estás bien? –le preguntó al otro con preocupación, alzando los brazos para indicarle que quería abrazarlo, pero no supo si él entendería eso, así que se lo dijo:- Ven, acércate… -Cerró los ojos y suspiró.- ¡Podría quedarme dormida aquí! –Sonrió y volteó a verle, encontrando su tierna mirada- Gracias, mi Credo. Pero quiero que me digas ahora ¿qué puedo hacer yo por ti?

Ese gracias... Se sintió de una manera indescriptible. De una buena manera, debía de admitir. Tal vez no haya recibido una gratitud tan sincera desde hacía ya mucho tiempo.

-ju Y sonrió ladinamente observando como la mayor intentaba colocar las vendas en su sitio. Quiso ofrecerse a ayudarle pero tal vez la azabaches estaba cómoda en la posición que había tomado previamente.

-Si, el mareo se me pasara pronto, solamente necesito descansar un momento- Mas que un momento, y no solo por lo que acababa de hacer.

Aunque, supuso, no sería ni una pequeña parte de todo lo que estuvo soportando Sarah.

Comprendió dicha acción, de esa forma fue que se colocó entre sus brazos, como si fuese un cachorro mimoso. Cerró los ojos entregándose a la agradable sensación de estar de esa manera con la persona que tanto quiere y había tenido tantos deseos de ver, pero, sobre todo, de estar con ella el mayor tiempo que fuese posible y sin interrupciones (aunque claro esto último no fue bastante posible por la anterior intromisión del coronel)

Estiró el brazo sano para que ella pudiese utilizarle como almohada, de esa manera podrían estar más juntos. Y mirándole con un ligero sonrojo en las mejillas le sonrió con ternura.

- Quédate conmigo...aunque sea un rato Si, un rato, pues era posible que de no encontrar a su majestad saliesen a buscarle ¿cierto? aun mas sabiendo que esta herida ¿Verdad? Cerró los ojos y echó las orejas hacia atrás. - Si quieres dormir, hazlo- Y llevó índice y medio hasta su rostro para acariciarle con ternura la mejilla, mientras que con el otro brazo le atraía mas hacia él.

Sarah estrechó al castaño entre sus brazos con tanto amor como si estuviera abrazando a un niño. Y es que por breves momentos le parecía que casi lo era. Lo sintió acurrucarse sobre su cuerpo y entonces no pudo evitar preguntarse si alguna vez, después de perder a su familia, alguien lo había cuidado y protegido… si alguna vez alguien le había dado afecto.

-Tú puedes descansar todo lo que quieras mientras estés aquí –le dijo bajando la voz, mientras le sujetaba con ternura. Alzó una mano para acariciar su cabello castaño, peinándolo con los dedos tal y como él lo solía llevar; y tocó una de sus suaves orejas, sujetándola desde la punta para doblarla hacia debajo de manera juguetona. A ella le divertía verlo con las orejas acomodadas de forma dispareja.

Sintió los dedos del general recorrer su rostro. Él le tocaba con tanta suavidad y cariño como nadie más lo  había hecho… Sarah contuvo el aliento. Atrapó la mano del militar entrelazando sus dedos y así se la llevó hasta sus labios para darle en la muñeca pequeños besos donde él se había causado la herida.

-Me gustaría decirte que sí, pero no puedo, -respondió con tristeza y le liberó- debo ir a la cenar… Y tú también. Mi gente podría sospechar algo si no voy… y bueno, también debo ir a lavarle la cabeza al coronel Jefferson –sonrió, se le acababa de ocurrir un magnífico plan- Pero podemos hacer una negociación: ¿Qué tal si vas a la cocina a cenar con la señora Roselia y más tarde te cuelas en mi habitación?

Aunque la propuesta de descansar sonaba tan atrayente, el castaño sabía que no sería de esa manera del todo. Sabe de las miradas despectivas y demás que algunos del castillo suelen dirigirle, es más que obvio, es quien manda las tropas del reino enemigo.
 
Sinceramente ella era la única a la que credo permitía juguetear de semejante manera con sus orejas pues ya se comprobó con el chiquillo de la tarde que no gusta que toquen sus extremidades canidas, y aunque el gesto de su majestad sobre su muñeca dolió un poco, no le incomodo tampoco.
 
No era nada comparado con lo que seguro estuvo soportando...
 
-"¿No?"- Y le observó con curiosidad. -Oh- Fue lo único que atino a decir.
 
Pero a decir verdad, la azabaches tenía toda la razón y sin duda era bastante cautelosa y precavida, seguro Jefferson no se quedo contento con la forma que le hicieron abandonar la habitación, aunque supuso que Sarah podía encargarse de él sola... Con su presencia, bueno, seguro terminarían envueltos en otra disputa como la de hacia unos momentos. Se llevó la mano a la quijada, aun le dolían los buenos golpes que el pelirrojo le había proporcionado.
 
Y después, la propuesta, cosa que le llevó a erguirse.
 
Las mejillas del General ardieron fuertemente ¿¡Colarse a su habitación!? La sorpresa fue visible en sus facciones.  ¿Eso no era demasiado arriesgado? ¿Qué pretexto pondría? es decir, ya era bastante noche como para que el General "hablase con su majestad" y aun mas en su habitación ¿Y si alguna mucama o demás le veía? No... Valía la pena arriesgarse por ella.
 
Pero es que no deja de pensar que la idea de hacer tal cosa es digna de algún atrevido adolescente (bueno tampoco es que fuese tan viejo) y... varias andadas, como la vez que literalmente tuvo que saltar por una ventana para que su padre adoptivo no le atrapara en, bueno... "en medio de cosas"
 
Carraspeó. ¿Que dirían los demás al ver de semejante manera al recio General de la armada más poderosa de wonderland?
 
-Me parece bien, pero ¿que he de decir si me encuentro con alguna mucama o trabajador en el trayecto? Es más que obvio que sabrán a donde me dirijo... simple lógica- Desvió la mirada unos instantes. –Además tienes razón, dejar así a la señora Roselia es mal educado, y más por la hospitalidad que me ha mostrado-

Increíblemente -y por una razón bastante absurda- la cara de sorpresa de Sarah fue más evidente que la de Credo cuando ella lo vio reaccionar así.

"¡¿Pues en qué estaría pensando este hombre para ponerse de esa manera?" pensó la mayor de los dos. Y es que seguramente si Credo hubiera dicho eso de que "no le atraparan en medio de cosas", ella le hubiera preguntado acerca de eso hasta que se lo dijera. Vamos, cualquier militar de rojo era bueno en interrogatorios y todos lo sabían.

Cuando Sarah aterrizó las cosas en la más pura lógica y logró recuperarse, se dispuso a ponerse de pie. Después volvió a colocarse la ropa tal y como la llevaba acomodada con anterioridad. Abotonaba su chaqueta tan rápido como podía. Y en fin… Como ella le daba la espalda, el castaño no podía verle la cara, pero de haber podido hacerlo se hubiera dado cuenta de que la reina sonreía llena de satisfacción. Sarah acababa de darse cuenta que al parecer había adquirido el "superpoder" de hacer sonrojar al estoico y estricto General del Ejército amarillo, y eso era otro nivel. Qué lástima que no podía presumirlo.

Terminó de vestirse y repentinamente se dio la vuelta, acercándose mucho a él.

-¡Ay, Credo, estás hablando como si fueras a irte caminando por el pasillo principal con tu uniforme blanco puesto! -le dijo divertidamente, pero luego bajó la voz lo suficiente para garantizar que no la escucharían ni las paredes- Te voy a contar un secreto, -se sentó en la cama, junto a él y le miró.- Existe un pasadizo que lleva desde la cocina hasta mi antigua pieza… -clavó su mirada en el suelo por unos momentos. Claro, la vieja habitación de Sarah… El lugar donde ella dormía la noche en que Corazones fue atacado por Joker y donde ella vio morir a Ofelia, su dama de compañía.

-Si sales por la puerta de ese cuarto llegas al corredor. Busca en la otra pared un cuadro con caballos, la puerta que esté más cerca es la de mi habitación -murmuró- ¡Pero mira muy bien porque la puerta de al lado es la de Alexander! -dijo entre risas, esforzándose por mantener el volumen de "secreteo" en su voz.- En la cocina hay un panel con un montón de servilletas y pañuelos colgados, -le dio un beso en la mejilla y se levantó otra vez- la entrada está detrás.

Y dicho eso caminó hasta la puerta del cuarto de Credo.

-Ahora, si me permites… -abrió la puerta, y se giró hacia él- ¡Eres una desgracia, Southworth! -gritó enérgicamente, como fingiendo que estaba enojada con él por si alguien la había visto salir de ahí. Luego sonrió, azotó la puerta tras de sí y se fue…

Contuvo el aliento unos instantes para tranquilizarse, mientras que ella se acomodaba la ropa. Se masajeó la sien aprovechando ese instante que ella no le miraba...

Quizá se estaba haciendo una idea errónea.

-¿Ah?- Bueno lo cierto es que, si, pensó que exactamente eso haría ¿Como saber de los secretos del castillo de Corazones? Que idiota era, incluso una sonrisa divertida cruzo por sus morenas facciones al percatarse de lo absurda que fue su idea.

Asintió sentándose en la cama justo como ella lo hizo, recargando los antebrazos en los muslos, prestando toda su atención a las palabras que ella mencionaba. No pudo evitar dejar escapar una risilla divertida (y hasta cierto punto traviesa) ante la mención de la habitación del rey. ¡Sería un error fatal! Y ahí si "nadie podría salvarle" ni siquiera Sarah, eso era seguro.

Con la mirada siguió a la de ojos Prusia hasta que la misma yacía frente de la puerta dispuesta a dejar la habitación.

-Te veo más tarde Contestó con toda la tranquilidad del mundo aunque...

... Las palabras que menciono técnicamente eran ciertas, en parte si era una desgracia. Negó ligeramente, tal vez solo exige demasiado a su persona y termina estresándose por ello al no cumplir sus propias expectativas. Y así, envuelto nuevamente en la oscuridad se dejó caer en la cama, utilizando nuevamente los brazos como almohada. Tenía que ser cuidadoso si no quería que algo como lo ocurrido con Gutiérrez pasara de nuevo, seguramente ahora ambos se verían con más repudio que antes.
Echó las orejas hacia atrás, como si le importase lo que pensara de él el nefasto pelirrojo. Se levantó de la cama para buscar su calzado y una vez que estuvo listo salió de la habitación dejando ahí al pobre gato negro que yacía dormido al pie de la cama. Y con su porte de “militar amargado” se adentró en la cocina, buscando con la mirada a aquella noble y amable anciana que le había estado asistiendo desde su llegada al reino de corazones.

-Buenas noches, señora Roselia, disculpe mi descortesía, aun estoy algo cansado por los eventos previos de forma que me quede dormido sin querer. Sonrió de manera amable, adentrándose más en el lugar

Echando una rápida mirada en el sitio (nuevamente) se percató de la ubicación del panel que Sarah había mencionado, solo sería cuestión de tiempo para que la cocina quedase sola y poder adentrarse para llevar a cabo su plan.