Que se detenga el tiempo -Priv/Sarah-

-Tres en punto- Mencionó el semi humano de cabellera castaña.

Se encontraba sentado en una de las bancas de la estación de trenes. Atentamente, observaba el pequeño reloj de bolsillo que sostenía en su enguantada diestra. Como era costumbre, sus morenas facciones mostraban unas marcadas ojeras, producto de levantarse a la primera hora del día. El bullicio de la gente no era para menos en el sitio, y aun así, el general de diamantes no le daba importancia. Sus felposas orejas se irguieron denotando la curiosidad que se había visto atrapada debido al estruendoso ruido que se acercaba a la estación. Una sonrisa se dibujó en sus labios.

Despegó la mirada del fino cristal del reloj y guardó el artefacto en su bolsillo. Se pusó de pie, y comenzó a caminar, el tren mostró una ligera tardanza de quince minutos. Quizá debido a un tardío al momento de salir. El silbato de la locomotora hizo prestar mas atención a la gente y pronto, el bullicio se vio opacado ante el ruido de la maquina. Debía admitir que le molestaba un poco, pero debía ser paciente y tolerante... Todo valdría la pena por ver a esa persona.

La maquina se detuvó en la estación no sin antes dejar una gran estela de vapor. Como era costumbre en él, el canido mantuvo una postura firme, mientras que, con la vista, buscaba a aquella mujer que había citado en ese lugar... sabía bien, que ambos se estaban arriesgando, pero todo, sinceramente; valía la pena. Su blanco saco permanecía colgado en su antebrazo diestro aunque acostumbrado a soportar ya fuese altas o bajas temperaturas debido a su trabajo, ese día prefirió hacer una excepción mostrando la camisa negra de manga larga que suele llevar bajo el uniforme. Su sonrisa se amplió –irónicamente- al recordar la última vez que miró a la persona que esperaba… No fue una condición favorable pero si un momento inolvidable. Sus heridas ya habían sanado.

Y a lo lejos, le miró. A largos pasos, el canido se abrió paso entre la gente.

-¡Sarah!- Le llamó.

“¡Siempre puedes viajar en tren!” dijeron, “¡es muy fácil” dijeron. Y ahora su majestad de Corazones les maldecía con todo lo ofensivo que su ser podía imaginar.

Primero no encontraba la estación de tren, luego descubrió que estaba tan lejos que debió ir a caballo en lugar de caminar y al llegar -por no querer preguntar- tuvo que observar a las personas durante media hora para averiguar el procedimiento a seguir para obtener el boleto –cuando se enteró que había que tener un boleto para viajar, desde luego-.

Lo peor era que no había encontrado un disfraz aceptable, de manera que se había vestido como una pueblerina común y corriente –asaltando el ropero de una de las cocineras-. Pero no estaba tan mal, además, en la estación de tren había tanta chusma que nadie hubiera reconocido a Sarah ni aunque llevara la corona puesta.

El tren de vapor partió unos minutos después de lo previsto y su alteza se entretuvo mirando el paisaje por la ventana. Unas horas después, el tren arribó a la estación del reino de Diamantes.

Al llegar, Sarah buscó con la mirada entre los montones de personas que se movían de un lado a otro por la estación, pero nada. Se le ocurrió que tal vez el general de amarillo se había arrepentido de verla –porque, vamos, buenas razones tenía- y entonces se quedó helada. Era totalmente posible que Credo no se presentara, ¡¿qué haría si eso pasaba?!

Entonces oyó su nombre entre el escándalo de las personas, pronunciado por una voz conocida que había esperado mucho tiempo para volver a escuchar.

-¡Credo! –exclamó alegremente y un tenue rubor le tiñó las mejillas. Realmente era él, tan deslumbrante como le recordaba, con aquél porte que no tenía nadie más.

Esquivando personas se acercó rápidamente al militar y aunque cualquiera hubiera pensado que le abrazaría, ella se detuvo a una distancia prudente, como si apenas le conociese. La verdad era que no sabía cómo reaccionar, porque acababa de darse cuenta que no era tan fácil verle así, en público y como si nada; donde no contaba con la seguridad que unos susurros y la media luz de una lámpara de aceite podían brindar.

-...ya quería verte –dijo por lo bajo, mirando a sus ojos claros, esperando una respuesta… o lo que fuera.

Curioso, sin duda fue el encuentro entre ambos. Empezando por el ropaje de Sarah; el militar jamás imagino verle vestida de semejante manera, aunque no iba a negar que aquella simple prenda le iba bastante bien y, que reducía aquel "porte “severo que juro ver más de una vez en Sarah Vilhelm.

¿Qué decir? ¿Cómo actuar? ¿Cuánto tiempo había pasado ya desde una situación similar...? pero sobre todo ¿Cuánto tiempo había pasado desde que no le veía?

Un ligero rubor se mostraba sobre sus morenas facciones y una sonrisa sincera se dibujo en sus labios. Extendió su diestra, entrelazando sus dedos con los de ella.

-Acompáñame- Le pidió, con voz suave, comenzando a caminar de esa manera hasta un sitio menos concurrido. Tras un grueso pilar que impediría la mirada de curiosos Credo acorraló con cuidado a la reina de corazones contra una pared. –Te eche tanto de menos- No pudo más. Suavemente posó sus manos sobre el rostro de la reina, para besarle tiernamente.

Casi no se veía al general Credo sonreír así... quizá era por eso mismo que se veía tan bien cuando lo hacía. Por otro lado, Sarah sólo asintió con la cabeza a la proposición y dejó que le guiase a donde quisiera. Total, ella no tenía ni idea de cómo era esa estación.

Se recargó en la pared del pilar y sin querer dio un leve apretón a la mano del otro al verle tan cerca. Sus párpados se fueron cerrando al sentir sus labios y le respondió dulcemente, sin prisas. El bullicio de la gente en la estación dejó de existir y desapareció el sonido del tren de vapor. Sarah le abrazó por el cuello, acercándole más, incluso tuvo que pararse 'de puntitas' para alcanzarlo mejor. Besó las comisuras de su boca y rozó sus labios, entreabriendo los suyos cada vez un poco más. Se separó tras unos segundos y le miró a los ojos. Una ligera sensación de cosquilleo recorría todo su cuerpo.

-Eso fue mi "Yo también" -dijo con una sonrisita y le sujetó de la punta de la barba para darle un jaloncito hacia abajo y volverle a besar. Mientras tanto llevó una de sus manos al pecho del castaño, haciéndole suaves caricias por sobre la camisa.

-Me alegra que estés mejor... -musitó al tiempo que tocaba con el dedo índice y medio la zona donde hacía un mes le había dado la puñalada. Volvió a mirarle- Luces bien, ¿eres una lámpara? -sonrió. Y es que había otra cosa que la ponía feliz: el militar no llevaba puesto el saco y, por lo tanto, no llevaba el escudo de la armada amarilla. Aunque obviamente eso era algo que no iba a decirle... todavía.

Simplemente el de cabello castaño no podía dejar de observarle. Apenas si pudo contener una risilla traviesa al verse "tironeado" por su real majestad, claro está que correspondió al acto con una ternura enorme, y casi ajena en ese estricto General. Tomo la mano con la que ella le acariciaba el pecho para depositar un beso en el dorso de la misma. Lo que había pasado en aquella maldita celda, debía quedarse ahí sin más...

...O casi todo, claro está.

Credo solamente dejo escapar una risa agradable, vaya comentario el de la mujer, debía darle crédito, era bastante ocurrente "con los halagos" no como él, que era (según el mismo) un maldito cursi cuando bien se lo proponía.

-No tan bien como tu- Se separó un poco para observarle con atención. Si bien, había visto a Sarah vilhem vestida siempre elegantemente, aunque no con ostentosos vestidos como normalmente una reina haría, ella era más que bella a su manera.

Sencillo, sin duda, pero el vestido que llevaba realzaba mas la silueta de la joven, si que había pensado bien como pasar desapercibida, y lográndolo exitosamente. Niega ligeramente, basta de cursilerías o mejor dicho de incomodarle con comentarios un tanto bobos.

-Prometí que te cocinaría algo, pero ¿Estas cansada por el viaje?- Cuestionó pues no quería presionarle innecesariamente
Igual Talis no era enorme, y llegar hasta su hogar no tardaría demasiado.

Como quiera que fuera, el canido le ofreció su brazo para comenzar a caminar por ahí como una simple parejita...

...Dejando de lado ambos titulos y siendo un par de personas cualquiera paseando por la tranquilidad del pueblo de Talis...

Como si fuera posible, Sarah se sonrojó aún más cuando Credo le besó en la mano. Estaba acostumbrada a eso, sí, pero con él cualquier cosa podía resultar tremendamente diferente. No lo admitiría, pero el hombre todavía le ponía de los nervios... de una manera exquisitamente buena.

Ante el comentario del menor, ella entrecerró los ojos como muestra de su desaprobación. ¡Ir vestida de esa manera era como una humillación! Y luego llegaba él a mirarle con tanta ternura que casi le daba gusto llevar ese vestido de campesina. Qué ironía.

Sin embargo, no pudo mantener esa molestia fingida por mucho tiempo cuando Credo le recordó su extraña proposición.

-De verdad me gustaría eso... -respondió con una sonrisa. Pero claro que estaba cansada, para darse cuenta sólo había que mencionar que tuvo que adelantar trabajo para obtener algo tiempo libre... considerando eso, lo del viaje en tren era un juego.

-¿Y si tomamos el tren hasta Talis? -le sugirió, mostrándose realmente ilusionada al respecto. Por otro lado, Talis estaba tan ridículamente cerca que comprar boletos para ir allá era casi un insulto. Aunque eso no era lo que le interesaba a Sarah, sino el simple hecho de viajar en tren con Credo Southworth.

Y así, con esa idea en mente -y presumiendo sus conocimientos recién adquiridos acerca de viajar en ferrocarril-, la reina in disguise fue a la taquilla para hacerse con un par de boletos. Quizá hizo mal en decidir ella sola, pero dada su condición de monarca no estaba acostumbrada a preguntar... eso sería algo que sólo aprendería con el tiempo.

-Bueno, vamos -le dijo al tomarlo de la mano, para luego guiarle hacia el andén.

Pronto se escuchó el sonido de la locomotora y se detuvo en la estación. La gente comenzó a subir a los vagones y Credo y Sarah no fueron la excepción. Las puertas del vagón se cerraron y se escuchó por el micrófono la voz del conductor.

"Todos los pasajeros favor de tomar asiento. El tren partirá hacia la estación Palladium en 5 minutos. Gracias por su atención."

-¿¡Qué?! ¿Palladium? ¡NO! -exclamó con su rostro lleno de indignación. Si Sarah hubiera sido un gato, se le hubiera esponjado la cola, menos mal que no era uno... y Credo tampoco.

La curiosidad fue fácilmente visible en sus facciones (y reflejada obviamente en sus felposas orejas las cuales se irguieron) al escuchar la proposición de su majestad. El no quiso decirlo pues había preguntado para permitirle descansar aunque fuese unos breves instantes. Pareció ser que la mujer contagió de su emoción al General. Asintió con un ligero ademan de cabeza. Podría verse perezoso ir de esa forma hasta la capital, no obstante, si Sarah estaba cansada y él pretendía cocinarle algo, lo más factible era viajar de esa manera, además de aprovechar el tiempo juntos.

Si alguien más le mirase en compañía de la reina de Corazones, quedaría sorprendido y más si es alguno de los soldados de su armada, pues su comportamiento sí que cambiaba drásticamente… Sarah bien podría confirmar eso, ya le conocía como soldado, y como realmente era…

… Se acostumbró a hablar sin mentir, sin usar esa mascara de General austero e inmutable. En lo que la reina carmín compraba los boletos, el canido aprovechó para analizar sus alrededores. Como era normal, había varios soldados en el lugar, no obstante parecieron no tomarle importancia, o no verle, entre tanta gente era hasta normal ese hecho, que no le molestó como debería la distracción de los uniformados.

Credo ya comenzaba a hacerse una idea de que preparar una vez que estuviesen en su hogar (y la sola idea le hizo sonrojarse ligeramente) cuando la voz a través del micrófono le hizo prestar atención, seguido del grito de Sarah Vilhelm. Por una parte estaba el hecho de dirigirse hacia dirección equivocada, por otra, la diversión de esto mismo y que acababa darse cuenta que Sarah realmente no tenía una idea muy clara al viajar en tren… Debió haberlo supuesto, aunque ahora, ya era tarde para hacer algo. Posó su mano suavemente sobre el hombro de la reina.

-Tranquila, no hay problema.- Pudo ser peor, ¿No? Haber pedido los boletos a Trébol…

Le guió hasta los asientos correspondientes, sentándose a su lado, en espera que el tren dejase la estación, cosa que no tardo mucho en hacer. Cuando el silbato sonó el can simplemente echó las orejas hacia atrás. No iba a mencionar que no era mucho de su agrado viajar de esa forma, pero ahora era algo que carecía de importancia, tan solo por estar acompañado por Sarah. Suspiró, y le miró aun con una sonrisa en su rostro.

-Podemos pasear un rato en palladium, si gustas.- Igual, la finalidad era pasar tiempo juntos… Y allá no les iban a reconocer tan fácilmente.

Aunque el militar le dijo que no había problema por el error de los boletos, la quijada de la reina se trincó del puro coraje. Pocas cosas en la vida las odiaba como el hecho de que sus planes salieran mal, pero que Credo se lo tomara bien e incluso le invitase a dar un paseo le hizo reconsiderar la situación.

La mujer le sujetó de la punta de la oreja, manteniéndola doblada tanto hacia abajo como hacia atrás. ¡A saber de dónde había sacado tanta confianza!

-Me encanta que hagas eso, -le soltó- cuando bajas las orejas luces muy tierno -Claro, eso decía ahora. Parecía que ya se le había olvidado cuando lo conoció en el desierto y en aquél entonces esa misma acción le provocó sensaciones muy diferentes: miedo, por ejemplo.

Mientras tanto, el sonido que hacía el ferrocarril al moverse hacía la función de un ruido blanco, como el sonido de la lluvia o de un ventilador -suponiendo que en Wonderland existiese uno-; de manera que la atmósfera permitía encontrarse ajeno a todo lo demás.

Sarah se removió en el asiento para inclinarse hacia el castaño, recargó la cabeza sobre su hombro y le rodeó con un brazo por encima del abdomen.

-También me encantan tus besos, pero eso ya es otra cosa -habló con un dejo de diversión y cerró los ojos. En aquél momento sólo podía pensar en el roce con el firme cuerpo del general, tan cercano al suyo; sólo podía pensar en su tacto, en su aroma, su sonrisa, en la forma tan elocuente en que decía las palabras y en lo mucho que le quería. La sensación de la presencia de Credo le tranquilizaba y le hacía sentir a salvo..

Credo arqueó una ceja con curiosidad notable, inclusive le dio el gusto y ladeó ligeramente la cabeza. Echó una pequeña risilla traviesa al escuchar aquel apelativo. ¿Tierno? era la primera que le creía de esa manera, cuando el can emitía aquel gesto no era más que fastidio o enojo, dependiendo claro, la situación. Cerró los ojos, dejándose hacer en todo momento. Ironías de la vida, todo mundo tenía una idea "de cómo era la reina roja" despiadada, sádica, cruel...

El general de la armada amarilla acarició con suma suavidad el brazo que la mujer que le acompañaba había extendido para abrazarle, resultaría imposible el hecho de pensar que ambos pudiesen estar en una situación similar y mas mostrando afecto el uno para el otro cuando, se supone, deben mostrar lo contrario.

-Si estas cansada duerme un rato. Te despertare cuando estemos por llegar a Palladium- De corazones a Diamantes era un buen tramo y dos viajes seguidos en tren cansarían a cualquiera.

Curioso, si Sarah le tomaba la palabra, sería la segunda ocasión que el canido le ve dormir, pero claro está el contexto en esa ocasión era completamente diferente y positivo. Agradecía eso.

Escuchó atentamente al menor, tenía razón y la idea no era mala. Sin embargo, la reina no pudo evitar recordar la noche en el desierto, el cómo ella se negó a dormir porque hacerlo sería aceptar su protección y confianza.

"Bueno, pero ahora confío en él" o al menos eso fue lo que quiso pensar, sabiendo que justo en esa afirmación era donde se encontraba el problema. Sinceramente, y muy en el fondo, Sarah todavía guardaba cierto recelo hacia el militar. Le dolía pensarlo, pero bien podría todo aquello tratarse de una trampa. Ciertamente sus mayores temores eran que la engañaran y la traicionaran.

Y en Wonderland había una buena cantidad de gente esperando a que eso pasara.

Notó que se había pensado mucho la respuesta y que incluso, inconscientemente, había liberado al castaño del abrazo. Se removió en el asiento, recargándose hasta el respaldo. Cruzó los brazos.

"No tengo razones para dudar de Credo" se dijo mentalmente. "Y si me va a traicionar, quiero disfrutarle hasta que eso pase..." pensó, aunque con eso estaba contradiciéndose ella sola.

-A ti no puedo engañarte, ¿no? -sonrió algo desanimada. Desde el principio intentó aparentar que se encontraba bien. No había servido de mucho, al parecer.

-20 minutos -dijo con firmeza, mas no se había dado cuenta que la pañoleta de flores le quitaba una buena parte de su seriedad- Con 20 minutos me basta, ¿me despertarás entonces?

Sarah no tenía idea de cuánto tiempo harían de Talis hasta Palladium, pero perder durmiendo el poco tiempo que tenían juntos no entraba en sus planes. No obstante, sabía que si se la pasaba muriendo de sueño ninguno de los dos iba a disfrutar el paseo. Cerró los ojos y se recargó hacia un lado, sobre la ventanilla. No estaba segura si podría conciliar el sueño, pero lo intentaría.

Al poco rato, su pañoleta se aflojó y le cayó sobre los hombros. La mujer no se movió, había terminado por arrullarla el constante ruido de la maquinaria...

Resultaba irónico y hasta cierto punto gracioso el porte recio e intimidante que la de ojos azules trataba de mantener (o que poseía, mejor dicho) y esto era debido a que el sencillo vestido que llevaba opacaba completamente aquel rasgo en la persona de Sarah Vilhelm, para arrematar, la pañoleta sobre su cabeza era simplemente, el toque final. De no saber bien de quien se trataba el mismo General no le hubiese reconocido...

Credo solamente permaneció en silencio a la espera de la respuesta, tal vez lo mejor hubiese sido no proponerle tal cosa a lo "poco" que le había conocido, no había duda alguna, ella era orgullosa... Pero no iba a negar que en parte, eso fue lo que le atrajo de ella. Sonrió y negó ligeramente con la cabeza, al tiempo que cerraba por un ligero instante los ojos.

-Si tú dices que con veinte minutos, está bien. Entonces, te creo. Yo te despierto-

Media mentira, si el castaño observaba que Sarah se encontraba cómoda, entonces lo mejor sería no molestarle. Cruzó los brazos y se acomodo en el asiento, mientras la reina hacia por conciliar el sueño. Técnicamente el trayecto hasta la capital de Espadas estaba resultando ser bastante tranquilo, el General del reino dorado encontró distracción al mirar el paisaje aunque, de vez en vez, su mirada se desviaba hacia su acompañante. Si bien, la primera vez que le observó dormir tranquilamente, su mente se llenó de dudas al respecto del porque pedía ayuda de manera desesperada, ahora simplemente, se encontraba tranquilo.

Suspiro el sonido de las ruedas del tren sobre las vías sin duda era un tanto relajante, lejos de lo que anteriormente había creído tal vez todo cambiaba debido a la compañía de Sarah Vilhem. Lejos de lo que se creería, el General era una persona paciente, de modo que supo "soportar" el tiempo de espera. Cuando calculo que paso el tiempo prometido, tomo con suavidad por el hombro.

-Sarah, me dijiste que te despertara en veinte minutos- Musitó con calma, dejando en claro el porqué de su actuar, no necesitaban malas interpretaciones, como en el desierto. -Aun falta algo de tiempo para llegar a Palladium-

Según sus cálculos llegarían en aproximadamente (desde que el tren salió) en dos horas. Los beneficios de la "magia" mezclada con la tecnología del ferrocarril (locomotora de vapor) y lo loco de wonderland.

Aunque Su majestad logró dormir un rato, tuvo un sueño superficial y nada reparador. Apenas abrió los ojos sintió aquella desalentadora sensación de no haber dormido nada. Sin embargo, todo eso se quedó en un segundo plano cuando vio al hombre que le había despertado, siendo tan cariñoso y gentil como, seguramente, pocas personas lo conocían.

Todavía con su rostro soñoliento, Sarah le dedicó una sonrisa y llevó una de sus manos sobre la que el otro tenía en su hombro, notando la textura de los guantes que solía llevar el militar.

-¿Puedes quitarte estas cosas? –preguntó al tiempo que le soltaba- los guantes –aclaró. Si era sincera, que le tocara con los guantes puestos le incomodaba un tanto, y además, siempre le había gustado ver las manos de la persona con quien estaba… porque con las manos se hacían las caricias, ¿no?

Sarah se movió un poco para alcanzar a darle un beso en la mejilla. Luego miró a sus ojos claros. “Perdóname por dudar de ti, no te mereces eso” pensó, pero simplemente no podía evitarlo.

-Sé que podemos aprovechar el tiempo… -le dijo en un susurro- ¿Cómo te sientes? Podríamos dormir un rato en lo que llegamos a Palladium. Y mira, así podré presumir que he dormido contigo –bromeó. Desde luego que la reina esperaba que aceptara, pero no porque quisiera que ambos descansaran durante el recorrido.

“Vamos, Credo, necesito saber si vas a traicionarme…” pensaba “Tengo que revisarte… y para eso necesito que estés dormido…”

Seguramente Credo SouthWorth había sido de los "pocos afortunados" de ver a su majestad de rojo con semejante rostro somnoliento. Ante la pregunta, el General no hizo más que arquear una ceja y mirarle con curiosidad notable (que se vio reflejada en sus felposas orejas, claro) No pensó siquiera en articular pregunta alguna, pues su respuesta llego rápidamente.

Ladeó la mirada, ah decir verdad suele llevar esos guantes de cuero para ocultar sus garras y no verse tan "salvaje". Estaba bien, si ella se lo pedía no había inconveniente alguno... Sarah no iba a tratarle como un animal con el cual no puede razonarse ¿Verdad? Muy en contra de lo que seguro pensó la dama de compañía aquel día en la mazmorra de corazones.

En lo que el canido se sacaba los guantes no pudo evitarse sonrojarse ligeramente ante aquel pícaro comentario -o broma- ejecutada por la azabaches.

-Si es lo que quieres- Argumentó, en un doble sentido, respondiendo a la "broma" echa por ella.

Credo está acostumbrado a despertar a primera hora del día, pero no significa que deje de ser un tanto cansado. Sumado a que, quizá como pensó, la pequeña siesta de Sarah, no había suficiente. Metió los guantes al bolsillo de su gabardina.

-No me parece mala idea. Igual no creo dormir más de una hora- Aseguró pues era obvio que Sarah no estaba acostumbrada a viajar en tren, era probable que aunque no lo mostrase, temiera pasarse de la estación.

Así como ella había ganado confianza con él, credo se deslizo de su asiento, tal como se dijo, debían aprovechar el tiempo juntos, de manera que se acurruco en el lugar, utilizando las piernas de la oji azules como almohada.

-Espero no te incomode- Le miró, igual por él podía moverse…. Claro que no, estaba muy cómodo, pero no iba a mencionarlo…

Cruzó los brazos mientras cerraba los ojos intentando conciliar el sueño, cosa que debido al ritmo constante de las ruedas del tren no iba a tardar demasiado. Solo esperaba que Sarah lograse dormir de nuevo…

Igual, ahora tenía su total y completa confianza, no es como si fuese a apuñalarle…

Una sonrisa se dibujó en el rostro de la monarca cuando Credo aceptó sin ningún problema la extraña proposición. Sin embargo ese gesto de felicidad terminó dando lugar a una expresión de asombro al momento en que el castaño se recostó en el asiento y sobre sus piernas.

¿Que si le incomodaba? Por supuesto que no, pero tampoco favorecía sus planes recién configurados.

-Ah, vale... -respondió apenada, sus mejillas tornándose en un evidente color rosado. Jamás esperó algo como eso aunque, debía admitir, la situación resultaba agradable y aquella acción le provocaba una suave sensación de cosquilleo y calidez. Ternura... o amor, como le llamaban algunos.

"Aquél día en verdad deseaba acabar con la vida de este hombre..." se dijo mentalmente, mientras enredaba las puntas de sus dedos en las hebras castañas "Pero así es como son las cosas" pensó para justificarse.

Contemplando las facciones en el rostro de su pareja, Sarah esperó pacientemente durante algunos minutos -no sin cabecear por lo menos un par de veces-. Y cuando creyó que Credo ya se encontraba dormido decidió que era el momento de verificar sus sospechas. Tratando de moverse lo menos posible, Sarah agarró el saco del general y buscó si tenía algún objeto guardado en el forro, pero nada. Lo peor era que no estaba segura si el no haber encontrado un arma le hacía sentir mejor o más preocupada al respecto. De cualquier manera devolvió la prenda a donde estaba, en silencio.

Pasó saliva, intranquila, cuando supo que aún debía revisar en sus bolsillos. Se llevó una mano al mentón y mordió su dedo índice nerviosamente. Temía lo que podría ocurrir si Credo se despertaba.

"No te distraigas, Sarah" se insistió. Después dirigió la otra mano a los bolsillos en el pantalón del militar. Miraba de soslayo, casi como no queriendo ver y metió la mano en el bolsillo que tenía más cerca y accesible.

La reina no encontró armas, mas obtuvo una pequeña libreta; obviamente no soportó la curiosidad y la abrió...

La pequeña “libreta” que la mujer había extraído de uno de los bolsillos del General no era otra más que una especie de bitácora. Curioso, pues pese a pertenecer al pulcro y ordenado canido castaño, esta se veía un tanto maltratada. Algunas hojas se veían un tanto amarillentas, obviamente ya tenía su antigüedad tal objeto, quizá lo que llamaba más la atención, es que algunas páginas de en medio tenían un notable manchón carmín, aquello no era tinta.

Pero credo juró mantener tal libreta en semejante estado, aunque no le agradece ese hecho. La idea consistía en hacerla llegar a una persona bastante cercana cuando falleciera, aun sin importar en las condiciones que aquella “bitácora” se encontrara. Ajeno a lo que acontecía a su alrededor, el de ojos azules continuó durmiendo. Jamás le pasó la idea por la mente que la mujer fuese a revisarle. Al abrir la “libreta” (o diario por así decirlo) lo primero que Sarah podría observar, en una legible y pulcra caligrafía era lo siguiente:

Día 08, del mes primero.

Era ya avanzada la noche, y yo me encontraba trabajado hasta tarde, como es normal en algunas ocasiones. Aquel Demonio de leyenda conocido como la "reina roja" trajo consigo más problemas de los esperados y aun no he terminado de escribir las cartas de defunción para todas las familias de los soldados que cayeron en el campo de batalla.

Escuche un ruido cerca de la ventana. Rápidamente, deje mi lugar para ver qué era lo que lo ocasionó. Tal vez fueron mis instintos o mi experiencia en el campo de batalla, cualquiera de los dos hizo que me moviera con dirección hacia uno de los largos corredores de palacio. Justo cuando pensé seria una pérdida de tiempo, un cabo tropezó conmigo. Se le veía agitado, y hasta cierto punto con miedo en su mirada. Un intruso se abrió paso a palacio, cuando llegue había un pelotón listo para encararle. No podía permitir más bajas, con la guerrilla de la Reina roja, habían sido más que suficientes, les pedí retirarse, igual, aquel encapuchado de blanco reclamaba hablar con el General de Diamantes. No sé qué menesteres habrá tenido con mi padre adoptivo, en ese momento ya no pude pensar mucho, pues traía un arma de fuego oculta entre su ropaje, logró herirme el hombro. Luego de un prolongado combate, desafortunadamente el sujeto se dio a la fuga, gracias a que uno de los arqueros le arrojó por la ventana al disparar con una ballesta.

Días despues, el individuo fue puesto bajo arresto.

Hay algo que no se me olvida, unas palabras mencionadas por ese joven de nombre Altair Boltock “¿Dónde estuvo diamante o espadas cuando la reina nos invadió? ¿Qué hizo trébol cuando?…ha No veo por qué tengo que darle explicaciones a un perro que está al servicio de alguien que no ve el valor de su gente…”

Sólo me deja en claro que el pobre joven, fue engañado.

Aun adentrado en su descanso, el canido ladeó ligeramente el rostro con afán de obtener un poco mas de comodidad .

Sin verse en la necesidad de pensarlo dos veces, barrió aquellas líneas y reconoció la letra de Credo al instante. Recorrió la página con las yemas de sus dedos sintiendo su textura, las arrugas en los bordes del papel… los surcos dejados por la pluma.

Leyó el encabezado. “Día 08 del mes primero” …era un diario.

Sabía que desconfiar del hombre que amaba estaba mal y que leer su diario estaba aún peor. Pero tal era su descaro que estando completamente consciente de eso continuó leyendo. Al inicio pareció un reporte sin importancia, pero conforme avanzaba se dio cuenta que tendría que investigar muchas cosas cuando volviera a su castillo.

“¿La reina roja?”

Algo había escuchado de eso, pero ella se encontraba en Tréboles por aquél entonces y dicho reino, había que admitir, no se caracterizaba por estar al tanto de las noticias ni los chimes.

“Qué hizo trébol” sonrió al leerlo, no le sorprendía eso. “…Un perro” miró a su dulce general.

“Quiero pensar que no es cierto, Credo, que eres algo más que el perro que guarda la casa de Kiske y de Charlotte…” pensó, preguntándose también qué hacía él a su lado si bien sabía lo que pensaba hacerles a sus soldados y a su preciosa reina…

De pronto el militar se removió en sus sueños. Sarah se tensó al sentirlo, poniéndose tan nerviosa que el cuaderno casi se resbaló de sus manos. El inesperado movimiento del can le había asustado, haciéndola creer que estaba por despertarse. Sin embargo terminó por suspirar de alivio cuando vio que había sido una falsa alarma.

Después de ese buen susto pensó en devolver el diario al bolsillo de su dueño, pero el resto de su paranoia se encargó de hacer lo suyo...

“Si hay un plan en contra mío debe estar escrito en estas páginas” se dijo mentalmente, para luego ponerse a buscar notas más actuales en aquella bitácora.

Era el encabezado de la última de las páginas, las que le seguían, estaban en blanco...

"No he podido dormir. Son muchas de las cosas que tengo en la mente en estos momentos. Aprovecho el poco tiempo que puedo entre descansos para poder escribir en estas páginas, hasta cierto punto me tranquiliza, y me distrae del dolor.

Hace tres días exactamente que mi escuadrón, y yo llegamos a Diamantes. Lo primero que hice pese a mi pésima condición física, fue entregar el mensaje que Sarah escribió personalmente para sus majestades de Diamantes. He de mencionar que la curiosidad me invadía; obviamente, por la seriedad en mi trabajo así como lealtad al reino, me abstuve abrir el sobre. No recuerdo haber estado tan cansado, los golpes, la apuñalada, así como el viaje y el hecho de no haber dormido adecuadamente hicieron de las suyas. Deje mi orgullo de lado y permití a uno de los soldados acompañarme hasta la nefasta enfermería. He perdido ya la cuenta de las veces que he venido a dar aquí en los últimos meses. Primero lo de la Reina roja (Un evento que se quedara bien gravado en mi memoria…) despues lo del intruso en palacio finalmente, lo de la celda.

Respecto a lo mencionado arriba, sinceramente no sé cómo he de sentirme. Pensé que Sarah me aborrecería, sin embargo me correspondió. Hecho que me alegra y por otra parte, el intento de declaración de guerra que fue el motivo el cual mi escuadrón fue capturado. ¿Cómo se supone reaccionare una vez que se lleve a cabo? … No quiero ni pienso lastimar a Sarah, y tampoco traicionare Diamantes como para no hacer nada el día que la guerra se desate.

La relación entre Diamantes y Corazones cada día se torna más crítica. He escuchado rumores por parte de las enfermeras… La hermanastra del Rey Kiske, ha desaparecido, es decir, la princesa. Dicen que la última vez que se le vio, estaba acompañada por el príncipe de corazones. Por otra parte me entere así mismo (Por parte de uno de los capitanes) de un posible espía entre nuestras filas y las de corazones. Una cosa si es segura, en cuanto pueda levantarme de esta cama, habrá que investigar a profundidad… Sin duda, tengo mucho que hacer…"

La letra de la última nota era un poco diferente a la pulcra caligrafía del canido, pues no podía moverse mucho. No había más. Los días que le siguieron el General permaneció en cama sin poder levantarse debido al cansancio y la pérdida de sangre, sumado a que se prometió no escribir más hasta sanar completamente y, despues de ver en persona a Sarah Vilhelm.

La joven gobernante no tardó en encontrar lo que estaba buscando, era la última página escrita del diario. Debía admitir le daba un poco de miedo lo que pudiera encontrar en esas letras, pero aún con su temor comenzó a dar lectura porque, simplemente, necesitaba saber la verdad.

"¿Aborrecerle...? ¿Habrá alguien en este mundo que no lo aprecie?" se preguntó. La respuesta era obvia, pero Sarah estaba verdaderamente enamorada del castaño, de manera que una respuesta objetiva no iba a ser lo primero que pasara por su cabeza.

Sonrió tristemente al leer las líneas siguientes, Credo tenía razón en cuestionárselo. ¿Qué diablos iba a hacer? ¿Y qué haría Sarah cuando llegase el momento de atacar con las fuerzas armadas? Hiciera lo que hiciera, terminaría lastimando al general directa o indirectamente.

Y eso era sólo por no agregar que ya le había herido lo suficiente.

Sin embargo, el saber que Credo no iba a traicionarla le hizo sentir una alegría imposible de describir a pesar de su extenso vocabulario. Una dulce curva rozó sus labios al pensarlo. Entonces se aventuró a leer el último párrafo.

"Mi Richi..." pensó conforme interpretaba el texto. Una incómoda sensación la recorrió por la espalda cuando dedujo que ese asunto no se iba a quedar así. Pero eso no era lo peor -pues Richter bien podía defenderse solo-. La cuestión era que, viera como se viera, todas y cada una de las situaciones apuntaban a una sola dirección... Tarde o temprano, Credo Southworth y Sarah Vilhelm iban ver cómo sus respectivos caminos terminaban contraponiéndose, haciéndoles enfrentarse sólo para hacerse daño.

La de ojos prusia cerró el diario, examinándolo por última vez antes de dejarlo en donde lo había encontrado. Cuando lo hubo guardado exhaló lento y pausado, en un intento por relajarse. ¿Para qué preocuparse por el futuro si en ese momento se encontraba junto al hombre que amaba? Bueno, es que la reina de Corazón amaba los planes bien estructurados y el futuro era algo inherente a ellos...

Una de sus manos fue a dar a la cabellera del general, mientras que dejaba la otra recargada sobre sus brazos. Le hubiese gustado hacerle cariño, pero no quería despertarlo. Apoyó su cabeza en el vidrio de la ventana, miró el paisaje de soslayo y, antes de que pudiera hacer algo para evitarlo, sus ojos se cerraron.

¿Cuánto tiempo permanecieron de esa manera? Realmente, no había forma de saberlo. No era una posición muy cómoda que digamos, no obstante el general de la armada de Diamantes logro dormir plácidamente de esa forma, lejos de lo que se creyó. Lentamente abrió los ojos tomándose su tiempo para despabilarse, se encontró entonces con la imagen de la reina de corazones durmiendo plácidamente, ante ello, sonrió.

Sin embargo aquel "meloso" momento, fue interrumpido, cuando a su fino oído llego el ruido de la muchedumbre, con cuidado de no despertarle y tampoco incomodarle, se irguió. El sueño se fue de golpe ¡Habían llegado a la estación de palladium! Miró por la ventanilla, misma donde Sarah estaba recargada.

-¡Demonios!- Masculló el tren se estaba preparando ya para salir. -¡Sarah!- Le tomó del hombro, para despertarle, le hubiese gustado hacerlo con la misma delicadeza de antes.

Y como si fuese un reflejo automático, su izquierda fue a dar hasta la bolsa del pantalón en donde traía aquella pequeña “libreta” que Sarah había estado leyendo anteriormente, con el único afán de hacerle un poco para abajo obvio previniendo que se le saliera de la bolsa. Sus canidas orejas se irguieron al escuchar el silbido del tren (el primero, pero ¿Cómo saberlo? Si se acababan de despertar) Por sobre los hombros, se puso la gabardina, y tomó una de las manos de Sarah, para atraerle así y técnicamente, cargándola, fue como salió de forma apresurada del tren.

Dio unos cuantos pasos alejándose del lugar, antes de sonrojarse y observar como cargaba a su majestad. Por la no tan normal (vamos ¿Qué era normal en ese mundo?) salida uno que otro curioso dirigió su mirar hasta la pareja. Ayudo a Sarah a ponerse en pie.

-Lo siento- Argumentó aguantándose un poco la risa, pues técnicamente, había hecho el ridículo. Echo las orejas hacia atrás mientras se encogía de hombros…

Al menos llegaron a Palladium, como erróneamente planeraron.

Como no podía ser de otra manera, Sarah vio su apacible sueño interrumpido por la brusquedad de su pareja. Después, el silbato del tren se encargó de quitarle lo medio dormida.

-¡¿Qué pasó?! -exclamó alarmada y volteó a ver hacia todos lados.

Vio cómo el castaño llevaba una de sus manos al bolsillo en su pantalón y el frágil corazón de la reina de quedó helado. "¡El diario!" No obstante, el mismo Credo le confirmó que había malpensado cuando, de la nada y por razones que Sarah no comprendió por su somnolencia, él le alzó en vilo. No precisamente de una forma romántica, sino que más bien le había sujetado como las señoras cargaban a los niños recién regañados.

Su alteza, completamente desconcertada, se removió en su brazo, aferrándose con firmeza al militar para no caer. La impresión fue tal que la pobre mujer no reaccionó como usual. ¿Qué carajos estaba pasando? Nada parecía tener sentido ya, bueno, nunca lo tuvo… La novedad era que ahora estaba cuestionándose el porqué. En su confusión miró a la gente –que le miraba a su vez- y entonces supo que algo no andaba bien.

-¿Credo? –Vaciló, su rostro pálido mostraba un fuerte sonrojo- ¿Qué fue eso? ¿Esta es tu idea de pasar desapercibidos? -le dijo cuando él la devolvió al suelo. Según Sarah le estaba reclamando, pero sus palabras fueron perdiéndose en “quién sabe dónde” cuando vio al General ruborizado.

Se acercó y acarició con ambas manos las orejas del más alto. Aquellas extremidades de can le gustaban tanto, así como la cola esponjosa que ocasionalmente balanceaba de uno a otro lado. Sí, le gustaba, tal y como le gustaban el té de hierbabuena y las manzanas, pero con un amor esperanzado que fácilmente traspasaba los límites de lo razonable.

Le miró a los ojos y deslizó lentamente las manos por el cabello del militar hasta llegar a su cuello. Mas ese no era su objetivo, por el momento.

“Odio este saco…” pensó al tiempo que le quitaba la prenda sobrepuesta, con el mismo movimiento disfrazado de suaves caricias que ahora rayaban en lo provocativo.

-General, -le abrazó por el cuello- ¿a dónde llevarás a esta pobre campesina?

¡Sin duda, Sarah tenia razón! según ellos no debían llamar la atención y Credo sí que hizo todo un espectáculo al salir de esa manera del tren. Y para colmo ahora veía que malinterpreto todo y aun se estaban preparando para dejar la estación. Suspiró, no fue sino entonces que aquel movimiento de la mujer le hizo prestar atención. El ligero tono carmín se negaba a desaparecer de sus morenas facciones, igual no era como si le molestara, o algo.

-Disculpa, es solo que pense que el tren ya estaba saliendo de la estación- Admitió con un deje de pena en la voz. Mira que cometer semejante error y actuar de esa forma tan imprevista, por así decirlo.

Esas tenues caricias, Credo no recordaba que algo pudiese hacerle estremecer como lo hacia el simple roce de las suaves manos de la reina de corazones. Sonrió, y cerró los ojos para inclinarse ligeramente y besarle la frente.

-¿Pobre? El pobre soy yo por haber caído rendido a sus pies señorita y sin remedio alguno- Aja, cursi de primera. Igual, no estaba mal. –A donde usted guste, prometo que será un día inolvidable.-

Un simple día en el que ambos dejarían esos rangos tan importantes que les ataban al pasado, y a las rencillas entre ambos reinos.