Lluvia púrpura -Priv./Sarah-

¿cómo es que siempre terminaba en ese lugar?

Quien sabe por qué numero de ocasión el general de diamantes suspiro con pesadez. Sinceramente no quería estar en el sitio... tantos heridos...

-¿Cuántas veces has estado aquí desde lo de la reina roja? - Preguntó una mujer cerca de él. Llevaba un cesto lleno de vendas sucias.

El castaño no contesto, solamente se dedico a mirarle sobre su hombro, no era para menos si no se encontraba de humor en sí, solo había hablado con un par de personas, dejando de lado a los reyes. Y para colmo, Seth también estaba molesto con el

Que día.

Lejos de hacer lo que creía Credo, la mujer se quedo ahí a un lado suyo, mirándole atentamente, especialmente al brazo maltrecho de este.

-Tendrás que cuidarte mas, especialmente ese brazo. Recuerda que no pudimos suturarte por las quemaduras- Suficiente. El general se levanto de mala gana. Se iría de ahí, pudiese o no, doliese la herida de uno de sus costados o no...

-Espe- -¡¿que!?- Si, estaba harto, no solo las heridas le ponían de semejante humor, sino también el desconcierto de saber si ella sigue con vida. Después de todo, no dejaron que se acercara, en vez de eso, le adjudicaron toda la culpa a él

-Siempre que estas aquí, estas de malas…- Para colmo, aquella castaña de nombre Kyrie osaba reprenderle. Credo simplemente afiló la mirada y echó las orejas hacia atrás

-¿¡Es que se supone deba estar alegre?-  Tal vez se vería muy inmaduro de su parte, pero también se conoce cuando está molesto y se torna un tanto agresivo, lo mejor era dejar el sanatorio  en ese mismo instante, y eso haría. A largas zancadas y con las miradas enfocándose en el es que deicidio salir del sanatorio, aunque, al abrir la puerta, lo más seguro es que se llevase una buena sorpresa.

¿Una buena sorpresa? Oh, sería mucho mejor que eso.

Aquél día la reina de Corazones había decidido ir al reino de Diamantes sólo para ver a Credo Southworth otra vez. Si bien ella tenía miedo de que él estuviese enfadado por lo que pudiera haberle dicho Ky Kiske, no era de extrañarse que Sarah cada día desease verlo y que por las noches se durmiera pensando en él. Sin embargo había sido por el incidente ocurrido hacía unos días que Sarah evitó el tema dándole largas hasta donde pudo. Afortunadamente, esa pseudo-resistencia no duró más que unos cuantos días… Y fue así como ella terminó ahí.

Por la tarde llegó al sanatorio del pueblo buscando al General de Ejército. El cómo supo que estaba ahí era supuestamente un secreto, pero no había que ser muy astuto para imaginar que había utilizado a los espías de la Armada Roja sólo para asegurarse de ello.

Quizá debería sentirse muy especial cierto militar con orejas de perro.

-Buenas tardes, -saludó Su Majestad en la recepción, luciendo una vestimenta de pueblerina que había tomado prestado de la lavandería del Castillo de Corazones.- ¿puedo ver al General Southworth? –preguntó con una sonrisa enmarcando su rostro. No obstante tras lo que le dijeron, el panorama completamente cambió.

-Lo siento, él está muy ocupado.

Sarah se había sentido tan segura de que la respuesta sería afirmativa, que no estaba segura de haber escuchado que la recepcionista le dijo que no.

-¿Cómo?

-Sí, está con alguien –habló con complicidad.

-Ah… -Sarah deslizó sus ojos azules por todo el escritorio.- ¿Con quién?

La del sanatorio se le quedó mirando. Para Sarah era de lo más natural andar por ahí pidiendo cosas, exigiendo información y obteniendo respuestas a sus problemas… Pero se le olvidaba que en ese momento no parecía precisamente una reina, lo cual convertía sus acciones en cosas extrañas y conductas socialmente no aceptadas.

-Está con Kyrie. –Se rió tímidamente.- ¡No le digas a nadie que te dije, pero creo que van a volver! –comenzó a soltar la otra mujer. Y entonces, el afán de compartir información de la recepcionista y la maravillosa habilidad de malinterpretación que Sarah tenía, crearon un raro problema de comunicación.

El rostro de la reina de Corazones se desfiguró en un dibujo de mosaicos mal acomodados.

-¿Volver? ¿Volver a dónde? No entiendo.

- ¡Ja, ja, no! ¿Es que no lo sabías? Ellos hace tiempo que fueron pareja.

Y luego hubo un silencio gracioso y la mujer sonrió…. Y Sarah le sonrió hipócritamente de vuelta.

-De hecho, -bajó el volumen de su voz- supe que iban a tener un niño. –Volvió a erguirse- Pero ¿sabes? Ya no supe qué fue lo que pasó. Siempre quise ver al niño, Kyrie es monísima, así de que seguro también lo es el chiquillo… ¿Te imaginas?

Al llegar a ese punto de la plática Sarah ya había sentido trincársele la mandíbula… y claro, sintió arder su cuerpo de pura ira.

-¿Ah sí? ¡PUES NO! ¡NO, NO ME LO IMAGINO! –gritó para luego torcer la boca.

Entonces el destino hizo lo suyo y Sarah entró al lugar sólo para encontrar a Credo discutiendo con una hermosa y dulce mujer. Al principio, Sarah creyó que no podría resistir y que terminaría lanzándose contra los dos, pero logró controlar sus instintos, se ocultó detrás de una puerta y esperó… Y cuando creyó que Credo al fin había salido del sitio, se dio la vuelta para encarar a Kyrie convirtiéndose en la más terrible, irracional y aleatoria aparición.

-¡General Southworth! –exclamó urgentemente la recepcionista en cuanto lo vio. - ¡Tiene que regresar ahora mismo! ¡Alguien ha venido buscándole y… y…!

Mientras tanto, en la sección de al lado…

-¿Te puedo ayudar en algo? –le preguntó Kyrie a la mayor.

Pudiera parecer increíble pero Sarah sólo tuvo que verla durante tres segundos para tomar una decisión. Entonces alzó una mano, y así, de la nada, la abofeteó.

Normalmente el general no se hubiese detenido, no obstante la urgencia en la voz de la mujer de la recepción fue lo que le hizo dar vuelta y regresar. ¿Y qué? ¿Quien fue a buscarlo?

La castaña dejo caer la cesta que sostenía para llevarse una mano a la mejilla donde Sarah le había abofeteado. Pero no podía quedarse así ¿qué le pasaba a la mujer que súbitamente entro y sin explicación alguna le había abofeteado? no iba a parar a averiguarlo, simplemente "regreso el ataque" aunque con una pequeña variante, pues tiro de un mechón de cabello ébano de la mayor.

-¡¿Quién te crees que eres para irrumpir así en este lugar!?-

Ah, Kyrie, si supiese de quien se trataba realmente, seguramente hubiese bajado un poco el rostro en forma de reverencia y se hubiese callado.

Pero no.

El general frenó en seco en el umbral de la habitación en donde había estado previamente, aun sin creerse lo que estaba viendo, menos si debía irrumpir… es más, no sabía ni que hacer ¡Curioso el que pudiese liderar soldados en la batalla pero no irrumpir una pelea de dos mujeres! Peor, de “esas dos” mujeres. Sus orejas descendieron y en sus morenas facciones una épica mueca de desconcierto.

-¡Sarah!- Fue lo único que alcanzo a decir ¿Qué estaba haciendo allí? No, mejor dicho ¿Qué es lo que le había llevado a visitar el sanatorio de diamantes?

-¡Tu ni te metas!- Amenazó la castaña menor

Okey… ¿y ahora qué?

Sin duda meter bofetones era una de las especialidades de Sarah, sin embargo nunca en su vida nadie le había regresado el golpe… Hasta esa vez. Pero Kyrie no sólo acababa de golpear a una mujer entrenada para la guerra, sino que ella también se trataba de todo una reina… Y, mala suerte, no había sido a la más simpática ni comprensiva de todas.

-¿¡Cómo que quién creo que soy!? –exclamó con indignación. Pues sí, pero a Sarah se le olvidaba que la enfermera no sabía ni quién rayos era.

Entonces la reina metió una pierna entre los tobillos de Kyrie y de un solo movimiento la hizo caer. El problema, fue que la de cabello castaño no estaba dispuesta a caer sola, sino que de un jalón se la llevaría con ella. Sarah cayó aparatosamente al suelo, pero alcanzó a girarse para dejar a Kyrie atrapada debajo de su cuerpo.

-¡Serás mente corta! –berreó la de sangre real, haciendo gala de sus insultos raros y poco ofensivos. Luego cerró una de sus manos, empuñándola, dejando todo listo para  la revancha. Hasta que…

-¡Sarah! –Escuchó de una voz familiar. Y la reina se detuvo inmediatamente para volver a verlo. Era Credo. ¿Pero cómo? ¡¿No se había ido ya?!

-¡Tú ni te metas! –gritó la menor de los tres, cosa que no le hizo gracia a Sarah Vilhelm. De hecho, figurativamente hablando, le había caído como “patada de mula” con todas las de la ley.

-¡Cierra la boca! –Ordenó- ¡Yo soy la única que puede gritarle a ese hombre! ¡¿Me oyes?! –Ah, claro que le oía, ya que estaba gritándole a unos cuantos centímetros de su rostro. Pero antes de que la enfermera pudiera quitársela de encima, Sarah volvió a ponerse de pie y se dirigió rápidamente hacia Credo.

-¿Y tú qué pensabas?-reclamó- ¡¿Que no iba a darme cuenta de nada?!

De pronto la mano derecha de la mujer se estampó en su cara. Al parecer para él también había guardado una cachetada.

¿Pero qué demonios es lo que estaba pasando y por qué Sarah había agredido de esa manera a la castaña?

Y en un dos por tres, ahí estaba la reina frente de él. ¿De qué rayos estaba hablando? y sin que lo esperara recibió un fuerte bofetón que lo dejó sin habla.

Pero más por desconcierto que nada. Lo cierto es que, el enojo se le había bajado. Frunció el cejo y echó las orejas hacia atrás, lo cierto es que no intimidaba a nadie -tampoco era la idea- pues el desconcierto aun hacia presa de él.

Genial, ahora tenía una mejilla moreteada y otra roja -la primera por ese soldado que llegó justo en el momento que él retiraba la espada de Sarah- Suspiro.

-¿Enterarte de que, Sarah?- Y torció los labios. Su mirada se enfocó en la pobre enfermera quien se levantaba y acomodaba la ropa. No era para menos si ella se encontrase de malas –¿o con que chismes andan ahora?- Si, porque no sería seguro la primera -ni la última- vez que le enredarían en chismes, tanto las enfermeras amigas de Kyrie, como las sirvientas de palacio.

-¡ella fue la que entró y me abofeteó primero!- Exclamó la mujer, poniendo los brazos en jarra.

Eso le quedaba claro, ahora necesitaba el saber el por qué.

En definitiva, alguien había encendido la mecha. El general puso cara de fastidio al darse una idea de quien pudo ser. No había pierde ¿verdad? seguro fue la recepcionista.

-¿Qué fue lo que te dijeron, sarah?- Porque si la mayor atacaba de esa manera buenos motivos tendría ¿cierto?

¿Por qué sentía que estaba a punto de meterse en problemas con ambas? Si ni siquiera había hecho algo como para ameritar la furia de Sarah (la de kyrie, bueno, se la había ganado previamente antes que la reina entrase).

Contrario a todo lo que la reina esperaba, el hombre de cabello castaño se mantuvo relativamente tranquilo. No obstante realmente se veía desconcertado y eso hizo que Sarah creyera que, efectivamente,  había sido descubierto. Pero la reacción de él no fue lo que más la hizo enojar, sino que ella no podía ver qué era lo que tenía Kyrie que la volvía mejor para él...

-¿Qué crees tú? ¡¿Ah?! –le reclamó inmediatamente, pero eso sólo fue el comienzo cuando notó que él había vuelto a mirar a esa enfermera. Sarah se giró un poco para ver a la otra mujer y bufó de puro enfado.

- ¿¡Cómo puedes ser tan cínico!? –Le gritó ofendida, haciendo en el sanatorio un auténtico escándalo. Y alzó los brazos e intentó empujarlo, sin embargo, por la notable diferencia de tamaño, por más que intentó no logró moverlo ni un poco. -¡Te odio, Credo! –exclamó con lágrimas en los ojos. A simple vista podía verse que Kyrie era más joven y dulce que Sarah y, por eso, cuando la escuchó hablar tras de sí, la reina se giró instintivamente hacia ella.

-¡Tú cállate! ¡Ramera!  -la insultó al mismo tiempo que le metía un fuerte empujón- ¡Piruja! ¡Meretriz! –dijo mientras le sujetaba de la blusa. Quiso hacer algo más, pero supo que si permanecía ahí con Kyrie la mataría... Literalmente lo haría.

-No tengo por qué soportar esto, Credo. -Le dijo cuando se volvió hacia él, pero su tono de enfado había sido opacado por aquellas palabras llenas de dolor.- Y no quiero volverte a ver. -Y dicho eso Sarah les dio la espalda y tal como llegó se fue.

Pero los problemas no terminaron ahí para ella, pues cuando abrió la puerta del sanatorio se dio cuenta que había comenzado a llover. Había un montón de gente protegiéndose de la lluvia bajo el pequeño tejado de fuera. Era una lluvia fuerte que amenazaba con convertirse en tormenta. Sin embargo Sarah sabía que en el reino de Diamantes no había un lugar para ella y por eso fue que se retiró rápidamente para caminar de vuelta a la estación del tren...

Espera ¿Qué? En serio ¿qué demonios era lo que estaba pasando ahí? ¿Acaso Sarah malinterpreto todo? ¡Sí! era lo que se acababa de dar cuenta. Simplemente dio un paso hacia atrás por el empujón, y lo que siguió sinceramente no lo esperaba.

Entonces, fue cuando le vio correr.

-¡Esa mujer está loca! Entrar así al sanatorio-

Pero la castaña menor enmudeció cuando vio la mirada intensa que le dedicaba el general. Si antes estaba molesto con ella, ahora lo estaba mucho más

-¡¿Es que siempre tienes que causarme problemas!? ¡Ya déjame en paz y sigue con tu jodida vida!- Así es, no lo dejo estar con ella, pero a lo visto tampoco quería que estuviese con alguien más.

O eso fue lo que interpretó el hombre con orejas de perro. Sin perder ni un segundo salió del lugar, aun sin importarle el pésimo clima. Miró hacia ambos lados antes de emprender la carrera.

¿Hacia dónde ir? Se detuvo unos instantes. Lo cierto es que no le tomo bastante tiempo al general para deducirlo: Si ella no quería verle lo más factible seria ir a la estación del tren para dejar lo mas rápido que fuese posible Diamantes.

¡No! no iba a permitir eso, ahora que sabe que está viva no va a permitir que se aleje por un estúpido malentendido.

Emprendió la carrera, no era para menos si el general atrapaba la mirada de los curiosos por ir ahí a todo lo que podía bajo la lluvia ¡Tenía que darse prisa, ni siquiera sabía la hora y era probable que el tren llegase pronto!

Afortunadamente para el castaño Sarah se encontraba algunos pasos delante de él. Apretó el paso.

-¡Sarah!- Sin importarle nada, le estrechó fuertemente entre sus brazos. No importaba si le golpeaba, no importaba si le empujaba, quería estar cerca de ella e impedir que se fuera. – No sé qué te hayan dicho, o que es lo que yo hice. Pero aun así, te pido perdón…

A los pocos segundos de ir caminando bajo la lluvia su ropa terminó completamente empapada. Mas aquello era algo que había pasado a segundo plano para Sarah, ya no importaba. Irse del reino de Diamantes tan pronto como le fuera posible era ya lo único que necesitaba. Impulsivamente deseó desaparecer en aquél instante… aunque para eso tuviese que morir. No sabía si lo soportaría.

Una ráfaga de viento frío la obligó a detenerse un momento. Pero no podía pararse a llorar, de manera que continuó después de cruzar los brazos sobre su pecho.

Y entonces lo sintió tras de sí, abrazándole con fuerza e impidiéndole continuar con sus pasos. Tras escuchar su voz no necesitó darse la vuelta para saber que era él. Pero lo que dijo después fue la gota que derramó el vaso.

-¡Suéltame! –Exigió forcejeando contra el castaño, aunque cualquier intento de zafarse resultó en vano. Entre la poca gente que estaba alrededor algunos les miraban con morbo o con confusión, sin saber si debían intervenir o no.

-¡Déjame ahora mismo! –Ordenó- ¡Si no lo haces los mandaré matar a los dos! –calló de pronto, al darse cuenta de lo que había dicho. Si bien fue el resultado del enojo y de sus impulsos, aquello significaba que en verdad lo había pensado.

Los gritos y los forcejeos cesaron.

Sarah acababa de darse cuenta de que se sentía amenazada por Kyrie. Sobre todo porque sabía que ella misma no era la mejor pareja posible para Credo.

-¿Para qué quieres que te perdone si ya la tienes a ella? –Habló entre dientes, terriblemente molesta.- ¿No es esa enfermera mejor que yo? Hazme un favor, Credo, y permíteme volver a mi hogar. Deja que esto termine así, en paz.

¿Ella? ¿¡ella!?

Credo frunció el cejo, pero aun así no soltó a la mayor.

-No- Y se inclinó ligeramente para recargar su mentón en el hombro de la mayor, aun sin importarle el pésimo clima.

-¿Ella mejor que tú? No puedo imaginar semejante cosa. No sé qué es lo que te hayan dicho, Sarah, pero con esa enfermera no quiero nada que ver. Me vieron la cara de idiota una vez, no volverá a suceder- Le atrajo mas hacia él y cerró los ojos. La buscaría solo si quisiera volver a sentirme usado... ¿qué puedo hacer para que me perdones?-

Pero ¿cómo es que la mayor podía pensar que no le quería? ¿Acaso no lo había dejado ya muy en claro?

-¿Quieres que me hinque y te pida perdón? Soy capaz de hacerlo- Aunque, técnicamente no tenía la culpa. ¿Verdad? ¿de dónde sacó la recepcionista que volvería con Kyrie? Vaya par, si que llamaba la atencion, helos ahí hablando (no) tan tranquilamente en medio de semejante aguacero. Pero algo si era seguro Credo no se iria de ahi hasta no haber arreglado las cosas con su majestad de rojo.

Sarah sintió cada vez a Credo más cerca y, cuando él se recargó en uno de sus hombros, ella echó la cabeza justo para el lado contrario. En el fondo quiso ceder ante sus palabras, pero no pudo hacerlo. Ya no podía seguir con eso.

No soportaba no saber… No podía entender aún cómo podía ser que él la hubiese engañado. Pero ahí estaban los hechos y ella recordaba que cuando hablaron al respecto él omitió su pasado.

Ahora Sarah creía saber el por qué.

-No pierdas tu tiempo hablando sobre cosas que no puedes probar -habló fríamente, quizá más de lo que hubiera deseado. Mas no trataba así a aquél hombre porque quisiera lastimarlo, sino porque ella era quien se sentía herida. Y es que la verdad era que sentirse traicionada por el General de Diamantes le daba sentido a su vida porque así las cosas eran como siempre debieron ser…

Sin contrastes y sin confusiones.

Pero aunque eso fuera lo más lógico no dejaba de doler… Y de algún modo todo aquello se juntó hasta convertirse en algo que escapaba de los límites de su control. Finalmente, todas las palabras que se había guardado, hicieron aparición.

-¡Déjame! -volvió a forcejear con él, mas pronto se dobló ante la impotencia de no poder soltarse de ese abrazo tan fuerte.- ¡¿Por qué me engañaste, Credo?! ¿Es porque no puedo darte una familia? ¿Porque siempre termino lastimándote? ¿Porque siempre he tratado de asesinar a tu rey? ¡¿Por qué?! -El militar podía sentir cómo el cuerpo de Sarah temblaba  ligeramente.- ¿Sabes? ¡Ya no importa! ¡Yo te engañé a ti también y puedo ir ahora mismo a cualquier lugar de esta horrible ciudad sólo para hacerlo otra vez!

Credo le hizo dar la vuelta para así mirarle fijamente. Posó las manos sobre los hombros de su majestad. No iba a negar que aquellas palabras dolieran profundamente... Pero prefirió ir por la tangente que fueron solamente por el enojo que embargaba a la de ojos azules.

Se formó un nudo en su garganta, y como era de esperarse el sentimiento que le invadía se reflejó en sus extremidades canidas. Bajó las orejas y torció los labios hacia abajo.

-Sarah- Comenzó, tan solo para poder deshacer un poco el nudo que se había formado en su garganta y ser capaz de hablar con más claridad, o eso suponía Southworth -Escúchame bien...- Aunque no era probable que lo hiciera, debido a la molestia. –Las cosas no son como tú piensas, o como te dijeron, que es lo más probable. Con esa mujer no quiero nada, ni tampoco tengo algo que ver.  Esa "dulce" enfermera no es más que una mentirosa doble cara... es cierto, tuve algo con ella, hace unos años cuando todavía era un soldado revoltoso... Ella se embarazó de otro soldado cuando estaba conmigo, simplemente quiso culparme de ello para sacarme dinero. Cuando me di cuenta, simplemente fui y desquite mi coraje con aquel hombre, aunque técnicamente no tenía toda la culpa, en parte era de Kyrie.- suspiró con pesadez, recordar aquello no era muy grato que digamos –¿Crees que volvería con alguien así? Por algo te dije aquel día, que solamente me habían usado. Sé que todo lo que has dicho ha sido solamente por la molestia, pero dime, en quien confiaras más ¿en las palabras de una persona que no conoces, o en las de alguien que ha hecho hasta lo imposible por defenderte en una situación bastante critica?-

Llevó las manos hasta el rostro de la azabaches, y ladeó ligeramente la cabeza, como haría cualquier perro con curiosidad enorme. Era como si estuviese buscando la confianza de nuevo en aquellos ojos prusias que tanto ama. No pudo contenerse más, y simplemente le beso en la frente.  ¿Cómo es que haría para aclarar todo ese mal entendido?

Credo hizo que Sarah se girara, pero ella no pudo verlo a los ojos. En primer lugar, no lo hizo porque seguía lloviendo fuerte y las gotas de agua golpeaban su rostro cuando intentaba alzarlo aunque fuera un poco. En segundo lugar, porque creyó que no podría ver al General y resistirse a él. Y eso era la pura verdad. De manera que la reina de Corazones tenía la mirada perdida en algún punto del uniforme blanco de aquél hombre.

Cerró los ojos cuando sintió sobre la frente uno de sus cálidos besos y supo que nadie en el mundo nunca la amaría igual. El agua fría de la lluvia rápidamente se encargó de disipar la dulce sensación.  A Sarah le dieron ganas de llorar.

Esperó a que Credo terminara de hablar, pero antes de eso ella ya había tomado una decisión y no la pensaba cambiar.

-¿Cómo voy a creerte si siempre estás tan lejos de mí?  -reclamó. No obstante ya no estaba gritando, sino que le hablaba en voz baja, como teniendo cuidado.- No sé qué hacer, Credo... –su voz y sus labios temblaban.- No sé qué debo pensar, ni qué es lo que debo sentir ahora. –Dijo mientras le tomaba de las manos, retirándoselas de encima lentamente, confundiéndose erróneamente con ternura.

Sin duda, aquella mujer sabía lo mucho que lo amaba. Sin embargo, también poseía dignidad y orgullo en proporciones exageradas y era seguro que preferiría no saber a comprobar que fue vilmente usada y engañada.

-Me regreso a Corazones. –Se despidió de él y por primera vez le miró a los ojos.- Cuídate. Tal vez nos veremos después…