Los atardeceres saben mejor con nueces~ [Priv. Vergil]

Nerium estaba sentada entre las raíces de un árbol especialmente grande y alto, al que su inseparable Neliam había bautizado como... ¿Cómo era? Era díficil recordar muchos de los nombres extraños que le decía su compañera. Empezaba por a. A... ¿Abalorio? No, demasiado largo. ¿Alboroto?. No, eso no era, pero sonaba parecido. ¿Aberto? Sí, le parecía que se decía así.

Sin embargo, el nombre del árbol no importaba mucho, porque estaba entretenida con otra cosa: una cantidad ingente de nueces que se había encontrado en algún recoveco de su travesía. Después de reconocer qué eran aquellas bolitas arrugadas (las había probado una vez, cuando una le había caído en la cabeza unos días atrás), no había dudado en recoger tantas como su falda pudiera cargar y buscar un lugar tranquilo en el que abrirlas. Tenía que aprovechar que esa vez no la habían atacado; si no la atacaban, quizás quería decir que esas fueran nueces dulces.

Después de encontrar ese medio escondite entre las gruesas raíces de aquel Aberto y probar -en vano- extraer su fruto pidiéndoselo "por favor", se había entretenido buscando algo con lo que abrirlas. Para cuando Neliam señaló una piedra con borde filoso que estaba más allá, el sol que coronaba el cielo empezaba a dirigirse hacia su caída.

Alzó la piedra, con el filo hacia abajo para que rompiera la cáscara y respiró hondo. Neliam le había dicho que un solo golpe bastaría, pero ella no estaba convencida. No le gustaba golpear a nada, incluso si eso no le hablaba.

–Hazlo ya– ordenó Neliam, cansada de tanta expectativa, dejando por un momento su hobbie de intentar cazas musarañas para mirarla.

–¿No le haremos daño?– preguntó a su vez, aprovechando esa distracción para bajar la piedra en señal de paz.

Neliam puso su único ojo visible en blanco.

–¡Tonta Nerium! Las nueces no sienten dolor, no sienten n-a-d-a –discutió, acercándose a ella–. Son cosas que se comen. Las cosas que se comen nunca sienten. ¡Solo quieren que las comas!

Aquello no la convenció mucho. Las nueces venían de los árboles, y ella creía que los árboles sentían. Al menos esa era su explicación para que muchas de las hojas que cubrían su cabeza se hubieran tornado amarillentas, cuando en verano eran tan bellamente verdes; y también por qué muchas de las flores se hubieran ido escondiendo. Se rascó la mejilla, indecisa, con la vista en el pequeño fruto que tenía delante. Parecía esperar que aquello formara una boca y le suplicara que no le comiera. Pero nada pasó, salvo que en su campo de visión aparecieron las botas de Neliam.

–Nerium– sintió su mano en la cabeza. No era un tacto como el que ella tenía con la piedra y las nueces, era algo diferente. Sin embargo, a pesar de eso, ella siempre sabía cuando Neliam la tocaba, aunque no la viera–. No pasará nada. Ella no piensa, no sentirá dolor. No le haremos daño si nos la comemos.

Aquel argumento no consiguió que se fueran sus preocupaciones. No obstante, cuando Neliam le hablaba así, significaba que quería que confiara en ella. Las palabras de Neliam lo eran todo, no seguirlas estaría mal. Así que la pequeña alzó la piedra y la dejó caer sobre nuez, aunque seguía temerosa. Por eso, no pudo evitar reprimir un pequeño grito cuando escuchó un chasquido en el lugar donde había dado el golpe.

[Off: Peeeeeeeerrrrdón por la demora. Quise poner esto ayer pero, pero... No recuerdo qué iba más allá del pero. Da igual. ¡Gomenasai por la demora! ;A;]

Nerium se quedó encogida, con el ojo cerrado fuertemente. Estaba esperando escuchar algún grito, algún llanto, algún lamento, alguna recriminación sobre asesinar nueces. Pero no escuchó absolutamente nada durante los largos segundos que transcurrieron en la oscuridad de sus párpados. Justo empezaba a ver lucecitas cuando escuchó el bufido burlón de Neliam.

–¿Vas a quedarte así todo el día, tonta Nerium?– inquirió, burlona, cuando perdió la paciencia, inclinándose para que, cuando volviera a mirar, viera su gran mueca–. No pasa nada. No es más que una nuez. Cómetela, está rica.

Lentamente, las pestañas lilas se despegaron y su única orbe amarilla asomó tímidamente por entre sus párpados. Al principio, todo le pareció luminoso, tan luminoso que resultaba casi salido de un cuento de magia. Su pupila se achicó, volviendose casi una rendija negra en medio de todo el ambar de su iris, hasta que pudo ver de forma clara. Entonces, lo primero que hizo fue bajar la mirada hacia la escena del crimen. Se encontró con una simple cáscara rota, de la cual salía un fruto irregular, parecido al que había comido antes. Nada más que eso.

Se llevó el fruto a la boca y lo masticó lentamente. Sabía bien, igual que la vez anterior. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que no quería volver a hacerlo; le daba demasiada pena. Cuando lo decidió, recordó entonces lo que le había enseñado Neliam una vez.

–Ne~, Neliam– llamó distraída, mientras empezaba a reunir las nueces en su falda–. Si las semillas son arboles pequeñitos y están en los frutos, si planto estas nueces que son el fruto de los arboles, los arbolitos de las semillas crecerán, ¿si?– eso era lo que recordaba, pero no estaba segura. Terminó de recoger, esperando aun la respuesta.

Esta no llegó.

Alzó la vista, preguntándose qué hacía que Neliam no le respondiera, y se encontró con que esta tenía su atención fija en otra parte. Más concretamente hacia el camino por el que habían llegado. Allí, había un joven, que las miraba con fijeza. No le prestó mucha atención: todo su mundo se detuvo cuando vio que el color del cabello del chico era... ¡Era blanco!

–Oh– murmuró con admiración, olvidando por un momento que Neliam le había dicho que los desconocidos eran malos–. ¡Mira Neliam! ¡Sus cabellos son como la nieve!– exclamó, con tal ilusión que parecía una niña que acababa de despertarse el día de Navidad.

Lejos de compartir el entusiasmo de su hermana, Neliam estaba fastidiada. En primer lugar, porque no le gustaban los desconocidos. No le gustaban los desconocidos de por si, y aun menos los que se acercaban a Nerium, como comprobó al ver que el muchacho en vez de torcer el rumbo se acercaba. Además, puestos a buscar más excusas para odiarle, no le había hecho gracia que la hubiera mirado con ese aire altivo de quien va de camino al trono. ¿Quién se creía para mirar de esa forma a su preciosa Nerium?

Conclusión: fuera quien fuera ese chico, ya había entrado en la recién fundada lista negra de la rosada, que se limitó a aparecer al lado de Nerium. Ella, por su parte, parecía haber recordado las cosas sobre desconocidos que le había contado Neliam y le miraba con una mezcla de temeridad y curiosidad. A ella le gustaba la nieve; si ese chico tenía el pelo como la nieve, eso implicaba que tenía que ser bueno según su razonamiento. Aun así...

–No me gusta– como si le hubiera leído la mente, Neliam se acercó a ella para decírselo de forma confidencial, como si el otro pudiese escucharla.

–¿Por qué no?– inquirió Nerium en el mismo volumen, dirigiéndole una mirada de cierta decepción.

Neliam pensó un momento la respuesta, pero como no disponía de mucho tiempo, respondió lo primero que se le pasó por la cabeza.

–Porque es feo.

Nerium alzó las cejas, pensativa.

–No, no lo es– contradijo, con cierto aire dubitativo.

–¡Calla! Ni siquiera sabes qué es ser feo, tonta Nerium– recriminó, poniendo los ojos en blanco, aprovechándose de que todo lo que sabía la otra era lo que ella tenía a bien contarle.

Ahí la había pillado. Nerium guardó silencio, con el dedo en los labios. Seguramente, Neliam habría aprovechado ese momento de confusión para seguir dándole motivos para alejarse de él si al aludido no le hubiera dado por hablar en ese momento, deteniendo su diálogo. Nerium le miró, también confusa por sus palabras. En un principio, pensó en preguntar qué era "alguien como ella", sin embargo la segunda parte llamó más su atención.

Miró alrededor con aire asustadizo repentinamente, como si acabara de pensar esa posibilidad. Después le miró a él otra vez. La duda la corroía, así que se atrevió a hablarle directamente.

–¿Por qué me atacaría? ¿He hecho algo malo?– preguntó con aire preocupado. A ella no le gustaba hacer cosas malas.

El demonio de blancas hebras miraba con cierta intriga a la jovencita frente suyo. Si, era normal, le temia, pero vamos, sabe bien que su porte altivo y aires de grandeza, bastan para intimidar a cualquier persona, y en parte, se siente orgulloso por ello.

Sin embargo, habia algo, o alguien, en el lugar que el, el orgulloso hijo de Sparda, no era capaz de observar, en parte, le frustraba. Debia mantener la calmar, no es de sorprenderle ver algo raro tampoco (o no ver, en este caso) Raro... En serio, era raro el hecho que la femina hablase sola y no poder percibir presencia alguna. Nego suavemente con la cabeza, quiza se estaba viendo paranoico.

Y sin embargo lo que desconcerto mas al hijo de Sparda fue observar la preocupacion en el rostro de Nerium ante su comentario previo. No fue preocupacion por haberla asustado, fue mas bien, intriga ante el cambio repentino de comportamiento... Si que habia "seres raros" en wonderland, ¿Para que negarlo.

-Olvidalo, solo que es extraño encontrarse a alguien como tu en este lugar-

Agh ¿Como darse a explicar? Pese ser bastante elocuente, es pesimo en relaciones publicas... ¡Un momento! ¿Para que rayos querria hablar el con la niña? Se llevo una mano a la frente para masajearse la sien, ¡si tan solo pudiese saber con quien o que hablaba la joven de hebras lilas! Ni hablar, lo intentaria...

-Dime una cosa ¿Conoces al ser mas sabio de wonderland?-

Ahí estaba otra vez, aquella mención. Arrugó la nariz y la pregunta regresó a su mente. ¿Qué era alguien como ella? ¿Es que acaso era especial? Ella no se sentía especial, de hecho diría más bien que el otro era especial, por su bonito cabello nieve. ¿Estaría también frío? ¿Y si estaba hecho de nieve de verdad? No lo creía, porque entonces ese chico tendría el cerebro helado. Aunque, visto por otro lado, eso podría ser una explicación para que se vieran tan serio.

Ciertamente, Nerium no era nada buena en cuestión de distinguir las expresiones correctamente, por lo que malinterpretaba el gesto adusto y altivo del peliblanco como seriedad.

De pronto, recordó cómo había empezado todo aquel galimatías de preguntas que cada vez iban alejándose más del tema original. Alguien como ella. Incapaz de aguantar la curiosidad esa vez, se supió sobre las puntas de sus pies y ladeó la cabeza, antes de abrir la boca para preguntar.

–¿Qué es alguien como yo?– inquirió con suavidad, un poco temerosa por la respuesta. El no saber exactamente qué la hacía como ella a los ojos del otro le resultaba inquietante, porque no conocía otra forma de ser. ¿Y si le decía que era un monstruo, qué iba a hacer? Empezaba a preocuparse por aquello cuando el desconocido volvió a hablar, esa vez con una pregunta. ¿Persona más sabia?

Nerium miró de inmediato a Neliam, que estaba a su lado fulminando silenciosamente con la mirada al albino. Ni siquiera dudó en responder.

–Claro que lo conozco. Es Neliam– respondió con rotundidad, haciendo gala de un dogma de fe en la otra digno de un niño al hablar de Papá Noel, al mismo tiempo que la señalaba–. Neliam es muy sabia, siempre responde a lo que le pregunto– pronunció con inocencia, inconsciente del hecho de que la mayoría de las cosas que Neliam le respondía eran invenciones propias.