Ser como la Luna

Cristalinas gotas caían sobre el duro pavimento, el cielo pintado de un deprimente gris que lloraba sobre la tierra, pequeños charcos de agua se formaban en las calles, una tormenta arrasaba con la ciudad.

Sentada en una banca común, una pequeña parada de autobús, miraba al cielo sin importarle que la lluvia golpeará su rostro, sus ojos platinados se encontraban brillando, debido a las lágrimas una vez soltadas, sus hebras blancas, humedecidas, llevaba largo tiempo ahí, observando la lluvia, y a la luna.

La luna, con firmeza se aparecía en medio de la tormenta, adornando de azul algunas nubes grisáceas, no era más pasado de las 6:30 pm pero ahí estaba ella triunfante en el alto cielo.

Deseaba ser como ella, como la luna, tan valiente y justa, atreviéndose a darle un toque más alegre al triste cielo, pero sabía que no podía, que no debía.

Su vida, llena de penumbras, de personas que jamás la quisieron, de falsos amigos que no la comprendieron, de un amor imposible y distanciado, nunca podría compararse con la luna, tal vez como el amargo cielo, pero jamás con los hermosos rayos que emanaba ésta.

Bajo su vista al suelo, mirando un pequeño charco bajo sus pies, las ondulaciones provocadas por la lluvia se comparaban con cada latido de su herido corazón, se hacía tarde, debía regresar a casa.

Pero… ¿Para qué? ¿Volver a un frío lugar? ¿Tener la misma discusión de siempre? ¿Tratar de dormir, entre los gritos de la noche? ¡No! Ahora no, pero sabía que debía volver, tarde o temprano.

Suspiraba pesadamente, si volvía, la monotonía de su noche se haría presente, de cualquier manera, no tenía otro lugar a donde ir, una verdadera lástima.

Por un segundo creyó que la lluvia había parado, ya no sentía el frío manto caer sobre sus hombros, hasta alzar la vista al cielo y toparse con un paraguas, que la cubría del agua, y voltearse a ver quién lo había hecho.

Los brillantes ojos ámbar del chico miraban a los apagados orbes plateados de la chica, a su lado se sentó, removiendo algunos mechones de su dorado cabello y dedicándole una cálida y amable sonrisa a la otra.

La albina inició la conversación, nunca antes la miraban y escuchaban atentamente, nunca antes le habían sonreído de forma tan cálida, nunca antes le habían aconsejado de manera positiva, ahora desde su corazón, no, desde su misma alma comprendía, que había conseguido a alguien que verdaderamente la entendiera, y sin darse cuenta pasaron varias horas mientras conversaban.

Hasta la llegada del autobús, el rubio debía irse, una vez la albina se sintió decepcionada, creyendo que lo de hoy fue una simple casualidad.
Suavemente, el rubio tomo la mano de la albina, dándole el paraguas, la chica simplemente no podía aceptarlo, pero él insistió, justo antes de haberla rodeado con sus brazos y darle un dulce abrazo, las mejillas de la albina se adornaron de un rosa bermellón, los cuales duraron así, hasta la ida del rubio, después, su rostro se adorno de una alegra y maravillosa sonrisa.

Se decía a si misma que no podía ser como la luna, pero solo se estaba engañando, se había vuelto firme al ir todo los días a esa banca a esperar que él llegará, se había vuelto justa al no volver a caer en las discusiones y pesares de sus alrededores, se había vuelto atrevida al sonreírle a personas desamparadas y mostrarle siempre un lado positivo.

Y aún más que nada, se había vuelto valiente, al hablar todos los días, con alguien tan cálido, como el sol.