Se que quieres ~~ -priv Augusto-

No sé cómo se me ocurrió que sería buena idea echar a Matheus por la ventana, pero lo hice. Lo malo fue que al parecer no le afectó. El muy vago aristócrata se recostó en el césped, acompañándose con mi caballo y mi botella de whisky.

Me sentí estafado.

¡Pero si él quería ver quién podía más, dos podíamos jugar ese juego!

Bufé como toro frente a la ventana, dejando un pequeño círculo de vapor en ella. La nubecita se disipó y yo me fui caminando orgullosamente hasta la sala. Tomé unos legajos con reportes de la armada que estaban listos para su revisión y me dispuse a leer, recostado en un sillón.

La verdad era que yo nunca hacía el trabajo en casa, pero en esa ocasión estaba haciendo una excepción. Una dura excepción.

Pero supe que aún no había ganado la batalla contra Matheus Amsel cuando oí cómo alguien tocaba la puerta con insistencia. Los golpecitos eran rápidos, débiles y repetitivos. No podía ser él, así que me levanté del sofá de un brinco y abrí la puerta.

Gran error.

-¡Señora Lázara! -saludé fingiendo que no me molestaba. La ancianita más tierna y conservadora de la calle se había presentado a mi puerta y seguramente no era para felicitarme.

-¡Niño Augusto! -me llamó. Yo giré un poco mi rostro para que no me viera y luego puse los ojos en blanco. Entonces ella me picó en el pecho con su frágil y nudoso dedo índice.- ¡Hay un pobre jovencito abandonado y solo en su jardín! ¿No será un familiar suyo buscando acogida?

Maldije por lo bajo. ¡Hasta eso, Matheus tenía cara de ser un buen muchacho!

-Ja, -puse cara y sonrisa de tonto- desde luego ¡Tampoco es como si él fuera un aristócrata con problemas familiares que busca asilo en mi casa por ser mi amante! ¿No? -me aseguré de decir eso bien fuerte. La cara de Lorenza se puso en blanco.- Claro que es familiar mío, mi dulce Lorenza. Ven, Matheus, explícale.

Creí que mi llamado había sido una patada en el culo para Matheus hasta que vi que él se puso a lloriquear frente a Lázara.

"¿Mi buena señora? ....Ay, no es cierto." Sólo con la primera frase supe que las cosas no iban a ir como yo esperaba. Entonces, sólo por si lo necesitaba después, me dediqué a enlistar mentalmente todos los insultos de Matheus hacia mi persona.

Cretino, indecente, ingrato.

Me aseguraría luego de recordárselo. Pero mientras tanto...

-¡Me asombra tu insensatez, Augusto! -me dijo la viejita con su aguardentoso tono de voz.

Insensato. También lo contaría como insulto por parte de Matheus, ya que él tenía la culpa de todo, obviamente.

Intenté decir algo en mi defensa pero entonces ella me pegó con su bolso. Si es que a lo que hizo se le podía llamar "pegar", vamos, que con sus ochenta y tantos años apenas y tenía algo de fuerza para llevar a cabo una agresión.

-¡Pero Lázara! -chillé y puse una mano en su nubosa cabecita blanca. Ella se quitó mi mano de encima con otro bolsazo.- ¡Claramente este niño está exagerando! ¿O a quién le vas a creer? ¿A él o a mí?

Ella se adelantó y jaló a Matheus de un brazo para meterlo a mi casa.

-Deberías respetar las palabras de tu abuelita, muchacho -me sermoneó- ¡la familia es primero, siempre, sin excepción!

Alcé los hombros y traté de tranquilizarme. En definitiva, aguantar a las vecinas moralistas no era lo mío. ¿Ahora qué? ¿Me iba a hablar de la paz mundial?

-Bien, le daré asilo, ¡pero él tendrá que cargar sus propias maletas, abueli-!

-¡Claro que no! -me interrumpió- ¿No ves lo delgaducho que está? -dijo mientras le sacudía del brazo- ¡Dale algo de comer al pobre niño! ¡Está famélico!

Sonreí con maldad.

Matheus, el niño aristócrata famélico.

-Me parece bien, ¿tú qué opinas, Mathy?

Vi cómo la señora Lázara cruzaba la calle para volver a su rosada casa y entonces me pregunté cómo diablos hacía Matheus para lograr siempre lo que deseaba. Y de pronto creí comprender por qué su padre no le hacía caso la mayoría del tiempo.

-¿Quién mierda te dio permiso de tocar mi trasero? -me quejé. ¡Estábamos en público! NADIE debía ser capaz de ver al General de la Armada de Espadas ser nalgueado por un aristócrata y vivir para contarlo.

Ya saben, cosas de señoras.

Cargué las maletas de Matheus y me alcé de hombros, irritado. ¿Así que a esto le llamaban amor?

Bufé con resignación.

-¡Ah, no, Mathy! -le reprendí al verlo echado en mi cama como un enorme y mimoso labrador dorado.- ¡Tú te vas a tu cuarto! -dije mientras lanzaba sus maletas a la puerta de la habitación de al lado, y luego lo alcé en vilo, para lanzarlo en la otra cama como un costalito. Lo malo fue que cayó extendido en la cama en una posición incitante y super sensual. Obviamente me le aventé encima, no pude evitarlo.

-Matheus… -mascullé cerca de sus labios, sujetándole suavemente por la mandíbula.

Si he de ser sincero, por mi mente pasaba la idea de que Matheus haría un berrinche hasta que él demostró que me equivocaba al pensar eso. Y bueno, contrario a todos mis pronósticos, el rubio me dio la razón. No es que yo pensara que no tenía la razón, si no que era probable que él se negase a dármela.

Era confuso.

Pero si él me contestaba de esa manera entonces las cosas estaban bien.

¿No?

-Tsk, me has descubierto, Matheus. Lo cierto es que mi vecina puede ser muy convincente, pero ve, no puedo mentirte. ¿Eso debe significar algo, verdad? -continué, aunque lo más probable era que Mathy se encontrase metido en sus pensamientos y yo estuviese hablando solo.

Entonces me preguntó "aquello".

-¿Ah? -arqueé una ceja, desconcertado. Traté de imaginar qué era lo que él deseaba oír por respuesta, pero no conseguí que se me ocurriera algo con un poco de coherencia.- Nop -contesté. Luego me pregunté por qué dije "nop" en lugar de "no". Al parecer, Mathy me hacía actuar un poco más infantil.- No soy el tipo de hombre que hace eso, ¿sabes? -me senté en cuclillas para alcanzar a verle la cara- ¿Tú sí?

Arrugué el entrecejo cuando dijo que con lo que había hecho ya no podría tener su final feliz. Es decir, yo no recordaba que alguien hubiese escrito reglas para eso y, hasta donde yo sabía, cualquiera podía intentar conseguirlo si así quería.

Otra cosa sería si Matheus no quisiera.

Se levantó del columpio y desde mi lugar le sonreí.

-Por eso no tengo mascotas, hombre. -Era media mentira, tenía a mi Hiedra… Aunque no estaba tan seguro de que un caballo de batalla fuese considerado mascota- Ah, mi caballo no cuenta, ella es… especial. ¿Tú entiendes, no? -me puse de pie y lo seguí cruzando a trote mi descuidado jardín. Lo sujeté de los hombros antes de que entrara a la casa, deteniéndolo.

-No creo que se haya ido la señora Lázara. Es más, de seguro está desempacando tus cosas o algo por el estilo. Eso de que ya no tenga alguien a quien cuidar en su casa le ha pegado duro, ¿sabes? -le solté y comencé a caminar hacia la calle- Si yo fuera tú tendría cuidado, podrías convertirte en el reemplazo de alguno de sus hijos o en una mascota.

Me giré hacia él mientras metía las manos en los bolsillos. Le había visto los ojos vidriosos y no sabía exactamente cómo proceder.

-¿Estás bien? Te invito a comer -le dije despreocupadamente- Tanto tú como yo sabemos que no encontrarás nada medianamente comestible en mi cocina.

Y me puse caminar en dirección a la zona comercial. Yo no solía andar por ahí a pie ~vamos, que cuando andaba por ahí iba cabalgando junto a otros soldados~ pero había visto un par de locales de comida y como no se me ocurría cómo arreglar las cosas con Matheus pensé que estaba bien si le daba de comer.

Iba caminando por la calle como si nada cuando los brazos de Matheus me rodearon. Suspiré cuando lo hizo, relajándome de inmediato. Algo había en sus muestras de cariño que era diferente a todo lo demás, produciéndome una sensación extraña y tranquilizadora, llena de calidez. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, pero el rubio no mantuvo esa posición por mucho tiempo.

Tal vez porque recordó que nos encontrábamos en público... O algo así, seguro.

-Me parece bien.

Estaba siendo sincero, en verdad yo era quien tenía que escoger. Pues, conociendo a Matheus "el Aristócrata" Amsel, si él escogía podríamos terminar por error en el lugar más caro de Wonderland y eso era algo que mis bolsillos no soportarían.

Después de un par de aparadores donde Matheus se quedó a ver, llegamos a un enorme bar-restaurante de esos familiares. Se veía  acogedor, pero más importante que eso: parecía ser barato.

-¿Qué opinas de éste? -dije mientras le indicaba que entráramos.