Nuevo Comienzo (libre)

Wonderland ¿pacífico? Himiko no sabía lo que decía… Pero no tardaría en darse cuenta de su gran equivocación.

-¡Cubran todo el perímetro! -exclamó el General de Espadas, cabalgando como un loco por todos lados mientras daba aquellas pseudo-órdenes a sus soldados.- ¡Vamos, vamos, vamos! -dijo agitando su espada por ahí  y por allá.

Sin embargo su yegua pinta lo desobedeció y brincó tras unos arbustos. Ahí detrás, Augusto  vio por primera vez a Himiko.

-¡¿Vacaciones!? -la señaló con su espada.- ¡Me gusta esa voz! -Ah, claro, Augusto amaba cualquier cosa que implicara que se tomaría un descanso.- ¿Pero qué haces escondiéndote aquí, pequeña soldado holgazana? ¡Anda, -le llamó con toda la actitud- te necesito vigilando! ¡Atraparemos de una vez por todas a ese condenado conejo blanco y le robaremos su mugroso reloj! -dijo con decisión y luego, como un auténtico demente, el militar se carcajeó.

Augusto se reía feliz hasta que Himiko habló con firmeza sólo para destruir su dulce ilusión.

-Oh… -volvió a enfundar su espada- Eso explica por qué estás aquí y no allá. -¿Allá donde? Ni idea.- Bueno, tú me entiendes. -Aseveró.- Pero deberías convertirte en un soldado ahora que puedes, créeme, yo sé lo que te conviene. -Ok, en realidad no lo sabía, pero a él le gustaba pensar que sí.

La rodeó rápidamente dándole un par de vueltas conforme trotaba su caballo y , cuando se aseguró de que Himiko no era un ser "malvado", se bajó de un salto.

-Mi nombre es Augusto Aristides y soy el General del Ejército Espadas.-dijo extendiendo la mano-  ¿Eres una de esas personas que vienen del otro lado de la madriguera?

¿Wonderland un lugar extraño? Augusto alzó una ceja y luego soltó una risilla tonta. Que le dijeran que Wonderland era extraño debía ser algo muy chistoso, pues, para cualquier habitante de ahí ese lugar se trataba de lo más normal de Universo.

No obstante el General luego vio como ella acariciaba a su feroz yegua de batalla, la cual aceptaba gustosamente aquella muestra de afecto.

La yegua pinta sobó su cabeza contra el cuerpo de Himiko y el militar se sintió celoso. Cruzó los brazos y se alzó de hombros.

-Estás en uno de los bosques de Wonderland y sí, hemos estado en guerra desde hace como mil siglos. -No realmente, "mil siglos" era mucho tiempo y a Augusto no se le estaban dando bien esas referencias de tiempo relacionadas con la matemática.- Pero no todos, ¿sabes? El reino de Espadas mantiene su ejército por si nos atacan, pero quienes en realidad tienen el problema son los reinos de Diamantes y Corazones. Dime, Himiko, ¿alguna vez has estado en un salón de educación preescolar donde siempre hay dos chiquillos de pleito por los juguetes? Bueno, pues esos dos niños del salón son las familias reales de Diamantes y de Corazones respectivamente.  No es que me gusten los chismes, -Mentira, le encantaban- pero dicen que las bajas en ambas familias son por culpa del reino contrario. Aunque la verdad es que eso de que se anden atacando desde hace años es bastante gracioso, ¿no te parece? -dijo divertidamente, obvio al General le hacía gracia todo aquello relacionado con la muerte y la destrucción -claro, siempre y cuando no se tratase de las suyas-.

Augusto la observó confundidamente (¿).

-¿Ya ves? –le dijo con una sonrisa autosuficiente.- Esto de la guerra implica que tengas que saber lo peligrosas que son algunas personas, -comentó- la reina de Corazones, por ejemplo, yo mismo, o esa lagartija gigante llamada Jabberwocky.

Augusto llamó a su caballo con un movimiento de la mano, pero éste no le hizo caso y se puso a pastar tranquilamente.

-¡Hiedra! –la reprendió- ¡Por dios!

Pero el animal lo ignoró. Entonces, el militar volvió a mirar a la menor. Alzó el dedo índice, como para indicarle algo.

-¡El honorable ejército de Espadas! –mencionó. Claro, no tenía mucho de honorable considerando que el General era el corrupto Augusto Aristides, pero ¿ya qué? -Si te conviertes en militar te puedes quedar en los dormitorios del cuartel general, no pasa nada porque nuestro adorable gobierno monárquico nos mantiene con los impuestos de la gente. Y… -no supo qué más decir- Y todo eso. Es grandioso.

Se cruzó de brazos. No sabía si había podido convencer a Himiko, pero tenía que reclutar soldados nuevos porque esas cosas de andar por ahí haciendo publicidad nunca se acababan.

-O puedes no entrar al ejército y quedarte un par de días en mi casa –dijo con una sonrisa simpática- Pero mientras tanto….

Un montón de soldados de azul pasaron galopando rápidamente por un lado. El General desenvainó su espada y la levantó en una épica declaración de guerra:

-¡A CAPTURAR AL CONEJO BLANCO! -