Audiencia real -priv Corett-

Tradicionalmente una audiencia real se refería a aquella en la que un rey o reina recibe a alguien en la sala del trono para escucharle y aunque ese alguien suele tratarse de gente de pueblo eso no excluye a otros miembros de la realeza. Obviamente, la princesa Sarah lo sabía y, siguiendo paso por paso el protocolo designado, solicitó una audiencia real en Tréboles con la reina Corett.

No habían pasado ni 3 horas desde su incómoda discusión en la posada, pero Sarah ya se juraba tranquila y con la mente despejada. Ordenó a la guardia real de Corazones esperar afuera del castillo y entró sola a la sala del trono. Llevaba la corona puesta y al caminar movía el torso ligeramente, de manera que las hebras doradas de sus hombreras brincoteaban de un lado a otro.

Tal vez se juraba "despejada", pero su cabeza estaba llena de cosas y había una en especial que la estaba volviendo loca, era relativa a Corett Amelie. Lo que se habían dicho no había sido lo correcto, pero tampoco existía forma de cambiarlo y ahora Sarah tendría que disculparse aunque seguía pensando que ella tenía la razón... y no le iban a hacer cambiar de opinión ni aunque lo intentaran por los siglos de los siglos santos. Así que la princesa decidió que se disculparía tal y como había leído en algunas novelas para asegurarse de que no fallaría.

Atravesó el pasillo principal, se detuvo frente a la gigantesca puerta y escuchó unas trompetas al otro lado. Un guardia se adelantó para abrir y dejarle entrar. La sala no estaba vacía, en ella se encontraban algunos guardias, miembros de la nobleza y una parte del Consejo Real de Trébol.

-¡Su alteza serenísima, la princesa de Corazones Sarah Vilhelm! -escuchó de un hombrecillo que llevaba con él un pergamino. La 'invitada' no se molestó en mirarlo porque iba viendo directo al frente mientras caminaba sobre la alfombra dorada y verde.

-Corett Amelie -le saludó sin hacer reverencia, amablemente, omitiendo también su título real. Al hacerlo un abucheo holgado se escuchó por todo el lugar, pero Sarah no pareció verse afectada por ello, sino al contrario...

La princesa de corazones no se vio sorprendida por el recibimiento del público en la sala, todo lo contrario a la inesperada actitud de Corett que le dejó sin palabras. ¿Ahora qué pasaba? De repente había echado a todos de la sala.

Sarah se preguntó si ese "todos" la incluía a ella, pero mejor se mantuvo callada mientras veía de reojo cómo todos aquellos nobles, soldados y miembros del consejo se encaminaban hacia las distintas salidas, muy en contra de su voluntad. Lo bueno fue que todos ellos parecían tan desconcertados por la actitud de su reina que hicieron ver la expresión de Sarah como algo normal.

Se escuchó cerrarse la última puerta y luego el silencio cayó firme sobre la habitación. La mayor se acercó un poco más, con la vista fija en los ojos de su amiga, pero no sin un dejo de duda por las recientes palabras de la albina. Inspiró profundamente antes de hablar.

-Haber pedido una audiencia te parecerá exagerado tal vez, Chocoretto, pero así me aseguraba de verte... -dijo con una sonrisa que se desvaneció apenas hubo terminado la frase- ¿Estás bien? Si es necesario puedo retirar cada una de mis palabras y mis proposiciones -le dijo suavemente y sin dar muchas explicaciones, no porque no quisiera, sino porque eso de "las paredes tienen oídos" era muy cierto ...sobre todo en los castillos. ¡No por nada existían los traidores y los espías!- Sin embargo, he de decir también ...al aire, si es que no quieres escucharlo... Que las decisiones que he tomado no han cambiado, ni cambiarán... ni hoy, ni mañana.

Veía claramente reflejarse la seriedad en los ojos verdes de la reina.

"Decisiones de un pueblo..." repitió Sarah mentalmente, preguntándose también si eso significaba que Corett iba a mantenerse firme en su decisión. Pero fuera como fuera no podía permitir que la reina de Trébol le dijera que no. No podía simplemente volver al reino de Corazones para incluirla a ella entre sus enemigos... no estaba dispuesta a hacerlo.

Sarah hizo una casi imperceptible mueca de desacuerdo. Aquello último no era necesariamente cierto, pues ella llevaba aprendiendo durante 10 largos años para verse capaz de gobernar un pueblo. En el fondo le dolía pensar que Su real majestad Corett Amelie jamás fuera a entenderla sobre eso.

-No quiero perderte así -habló en un tono suave y apacible, a la vez que se acercaba al trono- Somos amigas, ¿no es cierto? -le dijo mientras se arrodillaba frente al asiento de la albina. Luego, sin retirar la delicada mano de Corett del brazo del trono, la tomó entre las suyas y recargó la cabeza sobre ellas. Entonces se ladeó un poco para alcanzar a mirar los ojos de la joven reina.

-Déjame ser quien te proteja, déjame ser quien esté a tu lado... Por favor, Amelie. Déjame ayudarte, nena... -le dijo en susurros, pensando en que incluso mandaría poner esmeraldas en su corona para que todo su reino lo supiera.

Vilhelm esperó lo que sería la respuesta de la joven albina, pero pasó el tiempo y unos tristes sollozos fueron lo único que se oyó, llenando el eco de la gran sala. Corett estaba llorando otra vez... y el saberlo estrujó cruelmente lo que quedaba de su corazón.

"Quiero protegerte de las personas como yo, pero ¿quién puede protegerte de mí?" pensó mientras cerraba los ojos para dejarse llevar por la sensación de los dedos de la reina recorriendo su cabello, el toque le producía un suave cosquilleo.

-Corett... -musitó. Le tenía demasiado cerca, apenas abrió los ojos pudo notar que el rostro de su amiga se encontraba a pocos centímetros del suyo. Y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, nublándole la mirada. Sarah no pudo soportarlo más. A veces le gustaría ser un poco menos como ella y más como Corett... pero las cosas no podían ser así.

- ¿Por qué lloras? -Dijo mientras hacía suaves caricias en el cabello y la cara de la menor. Limpió con el dorso de su mano las salinas gotas en las mejillas de la reina de Trébol.- ¿Qué puedo hacer para que dejes de llorar?

Así fue como se agotó la paciencia de Sarah, esperando a que la joven albina se calmara, deseando que pudieran hablar directamente, sin ningún tipo de sentimentalismo ni insinuación. Sin embargo, también estaba segura de que aquello era algo que nunca iba a pasar, todo por una simple razón:

“El amor nubla el juicio” se dijo mentalmente. Y sí, su objetividad estaba yéndose por el caño.

Apretó la quijada cuando escuchó la incertidumbre en la voz de menor. Estaba siendo sincera, mas eso no era lo que Sarah quería escuchar. Pudiera sonar bastante cruel, pero no le sorprendió aquél “No creo saber”.

“Tú nunca sabes” pensó “por eso estamos teniendo esta conversación.”

Por muy arrogante que eso fuera, Guillermina tenía algo de razón. En los conflictos uno siempre tenía que elegir un lado. En este caso era combatir contra ella o estar a su favor.

Sarah le destruiría si fuera necesario. Y la reina de tréboles tenía que saberlo.

-Está bien, Corett –se puso de pie con calma- Me gustaría que me hicieras llamar cuando lo sepas –dijo mirándole tiernamente, mientras se acomodaba la corona y las solapas de su fino saco.- Espero que entonces no sea muy tarde –sentenció e hizo una pequeña sonrisa, se inclinó sobre ella y depositó un suave beso sobre su frente.

Aunque la reina de Tréboles alzó su mano, Sarah sólo le sostuvo la mirada, seria, arrogante. Casi adivinando que Corett Amelie no se atrevería a dañarla de ninguna manera posible ni imaginable.

Y así fue.

La albina mujer sólo atinó a sujetarla de la barbilla, forzándola a mirarle, pero Sarah no se movió ni emitió palabra alguna.

"¿Es demasiado tarde en tantas cosas...?" repitió el eco en su cabeza. Amelie tenía razón: habían permitido que se hiciera muy tarde. Sin embargo, Sarah estaba pensando en cuestiones muy diferentes a las que la reina tenía en mente.

Después, en silencio, siguió a Corett con la vista hasta que ésta salió de la habitación. La princesa de Corazones se quedó quieta, atónita, intentando asimilar lo que había pasado.

Bajó la mirada y distinguió en el suelo la corona de la reina de Tréboles. Se arrodilló para sujetarla entre sus manos, con delicadeza, notando también que aunque aquella corona era más alta que la suya, tenía un menor diámetro. Eso significaba que cabía perfectamente dentro de la otra. Alzó la joya hasta situarla sobre su cabeza, y la dejó caer en sus cabellos con suavidad, de manera que quedase dentro de su corona.

Miró hacia un lado, para contemplar su reflejo en los ventanales. Se vio con ambas joyas y con lágrimas en los ojos.

"Así es como deberían de ser las cosas..." pensó. Suspiró cansada, sin entender todavía cómo habían llegado a eso.

"Se suponía que tú me apoyarías, Corett" Y se quitó la corona de su amiga... sólo si es que todavía podían llamarse así.

Entonces se dirigió a la salida de la sala del trono, y gracias al rastro de objetos y joyas supo a dónde había ido la joven de ojos verde esmeralda. Unos sirvientes le miraron con sospecha, pero ninguno se atrevió a acercarse.

-¡Corett! -gritó cuando hubo perdido las huellas de Su alteza- ¡Amelie! -le llamó nuevamente, recorriendo el pasillo con pasos largos y firmes...

-¡Coreeett! –volvió a gritar, forzándose la garganta; cosa que le hizo toser varias veces después.

La de cabellos azabaches miraba por todos lados buscando a la reina de Trébol. Incluso se atrevió a abrir las puertas de algunas habitaciones, azotándolas con coraje al notarlas completamente vacías.

-Alteza, -interrumpió suavemente una de las doncellas, tal y como se hablaba para calmar a algunas bestias- debo pedirle que abandone este corredor… -dijo muy apenas.

Sarah Vilhelm sólo le miró de soslayo, para luego ignorarla vilmente. Pero aquella joven dama estaba decidida a mantener el orden en el palacio de Tréboles… Y no le interesaba si para proteger a su reina tenía que desafiar a la princesa del reino rojo.

-Háganos el favor, así como devolver esa corona justo a donde la encontró –habló respetuosamente, pero en un tono que estaba muy lejos de sonar como una petición. Entonces la de orbes azules le encaró.

-Es que no te dijeron… -comenzó, acercándose peligrosamente a la doncella- ¿que no puedes darle órdenes a un superior? –cuestionó embriagada por su propia altivez.

-Usted no tiene injerencia en este reino, Sarah –respondió retadoramente la mujer, a lo que Vilhelm desenvainó su espada y la posó sobre la clavícula de la otra.

-Te vas –ordenó y al instante la aterrorizada dama de compañía salió corriendo de aquél pasillo, tan rápido como se lo permitieron sus finos zapatos de tacón.

“Seguramente llamará a los guardias…” pensó, dejándose caer junto a su espada. Y así, arrodillada, las lágrimas escaparon de sus ojos, humedeciendo sus pestañas y las enrojecidas mejillas. Se agachó, apoyándose en el suelo con ambas manos.“¡¿Por qué me haces esto, Coretto?!…”

-Amelie… -murmuró entre sollozos y mordió sus labios, sin poder detener su amargo llanto.

Las personas que conocían bien a Corett -como Sarah, sólo por mencionar a alguien al azar- difícilmente creerían la reacción que tuvo la albina al verse atacada. Y de hecho eso fue exactamente lo que ocurrió: la princesa de Corazones sólo pudo creerlo porque lo vio con sus propios ojos.

Cuando la reina le contestó, Sarah apretó los dientes y le sostuvo la mirada 3con coraje, sintiendo cómo se tensaban sus músculos uno a uno.

-¡Cállate! ¡No sabes ni de lo que estás hablando! –Replicó furiosa- ¡Alexander es mi amigo! ¡Pero, ah! ¡Qué vas a saber tú acerca de la amistad! –gritó alzando el volumen de su voz aun más. Al inicio intentó resistir, pero al notar que Corett no pensaba dejarla, ella desistió y se limitó a observarla con los ojos vidriosos, así ni siquiera podía verla bien…

-Corett… -balbuceó al percibir el suave toque de aquellas manos sobre sus húmedas mejillas.

La princesa de Corazones conocía perfectamente cómo responder a una agresión, pero cuando se le trataba así –de una forma personal y no por relaciones de autoridad- se quedaba sin saber cómo reaccionar. Incluso cuando la reina disminuyó la distancia entre ellas, Sarah se alejó en automático. Y sin embargo, de pronto, Corett Amelie le besó. Sus labios permanecieron unidos unos cuantos segundos, pero la de cabello azabache no se movió ni un poco, pues durante ese pequeño lapso de tiempo no pensó.

La reina de trébol se separó y volvió a su lugar, Sarah sólo le miró ceñuda, mientras limpiaba las lágrimas en su propio rostro. En ese momento se encontró tan desconcertada que sin darse cuenta dejó de llorar.

“¿Qué pasó?” pensó. Corett cortó el débil silencio y, según el razonamiento de la mayor, todavía tuvo el descaro de sonreír.

-¡Cómo te atreves! –le abofeteó ofendida, una vez en cada mejilla- ¡Puedes decirme que no, pero no puedes burlarte de mí, Corett!

Durante los primeros instantes Vilhelm le miró con pura frialdad, mas la reina de Tréboles se encontraba de espaldas, contra la cama a punto de llorar y con las mejillas sonrosadas. Sarah tragó amargamente, como para terminar de hundir el nudo en su garganta. No podía ser de otra manera: por mucho que hablara calumnias la gente, la princesa del reino rojo no era un ser malvado y despreciable que fuera a atreverse a atacar personas indefensas.

Por ese motivo siempre se aseguraba de que sus enemigos fueran capaces de atacar. Sin embargo, era claro que Corett Amelie no lo había hecho... ni lo haría.

-No es una burla, juras -dijo con seriedad, su ceño mostrándose levemente fruncido.

Las cosas no pintaban nada bien. Si aquello había sido en serio, suponía una situación que a Sarah jamás se le hubiera ocurrido si quiera considerar... Realmente ¿Qué significaba todo eso?

"No quiero saberlo..." pensó y cerró sus ojos con pesadez. Su rostro continuaba algo humedecido y ahora le temblaban las manos.

Pero no sólo era eso.

Le hubiera gustado decirle a Corett que, de igual manera, ella era la única persona que le quedaba en la vida, mas eso distaba mucho de ser cierto. Su Alteza tenía gente a su lado y quizá -sólo quizá- solo a eso se debía que aún no la asesinaban con una puñalada en la espalda.

Las facciones en el rostro de la mayor se suavizaron, pero eso no ponía a la albina lo que se pudiera llamar "a salvo".

-Si lo que dices es cierto, -comenzó, cruzándose de brazos- demuéstramelo.

La ausencia de ruido en la habitación se había vuelto tan pesada que hubo un momento en que Sarah creyó que se podría tocar. Y es que aunque ella aparentaba permanecer de pie con decisión, sentía temblarle las piernas a tal grado que casi se juraba caer de rodillas frente a Corett. Pero esa aterradora sensación se fue cuando la tierna voz de Corett cortó el denso silencio que se cernía sobre las dos.

La de orbes azul le miró con cariño, sintiéndose derrotada. Amelie Severus era como sólo ella podía ser...

Así, se acercó a la menor con pasos inmersos en su propia vacilación, mas aquella seguridad característica en la princesa se hizo presente cuando, con sus brazos, la rodeó por el cuello, atrayéndola hacia sí.

-Corett... permanece conmigo, -musitó en un triste tono lleno de súplica- por favor, combate a mi lado -y con cada palabra ponía más fuerza en aquél estrecho abrazo, dulce y desesperado.- Yo también quiero demostrarte lo mucho que te quiero, pero no me abandones...

Un par de lágrimas resbalaron por sus negras pestañas y finalmente llegaron a morir en sus labios, al morderse el inferior con amargura, sabiendo que algún día ambas mujeres terminarían destruyéndose ...Pero así era como le habían enseñado a amar a Sarah. Y, para desgracia de la frágil albina, la princesa de Corazones realmente le amaba.

El ambiente que se había vuelto turbio y extraño, se vio liberado con cada una de las palabras de la albina mujer. Y en esas mismas frases cortas e incompletas la princesa del reino rojo había encontrado una cura para su coraje y aflicción. Corett era tan diferente a ella que se había convertido una verdadera necesidad. Por eso fue que el alma de Sarah pudo volver a descansar cuando la menor le dijo que seguiría a su lado.

Sarah en verdad la necesitaba. Nada hubiera podido herirla tanto como verse rechazada por la reina, aquella dulce mujer que antes hubiera jurado le seguiría sin dudar a cualquier lado. Pero ese día Sarah acababa de darse cuenta de que simplemente no podía ir a pedirle todo a Corett... y que si ella había decidido apoyarle era por el cariño que le tenía a su persona y no por nada más.

"Es como si la estuviera chantajeando..."

No se imaginaba que la albina la amara tan profundamente, no cabía en la mente de Sarah... y tal vez eso era lo mejor para ambas. No obstante, siendo así lo más probable era que le diera a ese asunto mil y un vueltas... y entonces la verdad terminaría sabiéndose tarde o temprano.

Pobre Corett. Era bien sabido que la desgracia del amor se presentaba cuando unos aman a quien no los ama y, a su vez, son amados por alguien a quien no pueden amar.

-Deja de llorar, Chocoretto-mencionó en suaves susurros, acariciando sus cabellos, apartándolos de sus mejillas y su frente; como una madre consolando a un niño pequeño- Mi lealtad es tuya, completamente. Yo daría mi vida por ti -dijo al tiempo que le tomaba delicadamente por los hombros, en un intento por separarse un poco. La miró a los ojos, aquellas orbes tan bellas e intensas, ahora se encontraban afligidas por la duda y el llanto.

Por su causa.

"Así es como tiene que ser" pensaba justificándose, creyendo que redimía sus más recientes acciones y todo el dolor que le había causado a su amiga. Sí, así era como tenía que ser. Todo estaba en los planes que, supuestamente, mejorarían la vida de cada habitante de Wonderland cuando ésta fuera unificada.

Sarah tenía la esperanza de que su amiga lo entendiera algún día.

-Ven... -murmuró, para luego llevársela a recostar sobre el colchón destendido. La princesa se mantuvo de pie.- Todo estará bien, lo prometo -y fue a buscar la corona de la reina de trébol que todavía yacía en el suelo.- Toma, -dijo ofreciéndosela- ¿iremos más tarde a la sala del trono? ¿o prefieres que me vaya? -le sonrió con ternura, demostrándole lo que sentía por ella.