¡Boda real! [Colectivo]

La misma tarde en que se hizo el acuerdo entre el Alto Consejo e Iskandar -más por los ancianos que por éste último, por cierto-, Sarah se enteró de su urgente decisión. Bastaba con mencionar que cuando se lo dijeron en su despacho casi derramaba el té y se caía de la silla.

Era cierto que desde pequeña sabía que el día de festejar su matrimonio arreglado llegaría y, si bien mantenía una buena relación de amistad con el hombre con quien se iba a casar, la boda era algo que no había tomado en consideración.

"Una boda..." pensó. Había esperado mucho tiempo para eso y aunque nunca lo fuera a admitir, la idea de casarse le provocaba emoción. Si Alexander Iskandar y ella misma serían los reyes de Corazones ¡no podía haber nada mejor!

Se recargó hasta el respaldo del asiento y apoyó la nuca en el borde de éste. ¡Ya lo veía venir! Primero ella comenzaría con un "Hagamos una fiesta exclusiva" y estaba segura de que su amigo pelirrojo entonces diría algo como "¡Hay que invitar a todos!". Pero por si eso fuera poco, seguro Alexander querría añadir cerveza al menú en lugar de vino tinto, usar bueyes en lugar de caballos y... demás cosas de la índole.

Quizá lo peor de todo el asunto era que a Sarah se le hacía muy difícil decirle que no, por lo que en caso de que él mencionara lo de la cerveza o los bueyes, era casi seguro que serían realidad.

La futura reina llamó a una de sus damas de compañía y la puso a escribir. Creyó que sería bueno darle un poco de trabajo a la jovencita.

-Anota como título "Lista de invitados" -dijo recostada en su silla, apoyando el codo derecho en el brazo de ésta y después su mejilla sobre la palma de esa mano. Esperó unos segundos en lo que la dama encontraba una pluma y se dignaba a escribir.

¡Y eso que la lista de invitados era algo sencillo! La princesa estaba empezando a rezar para no tener que llegar a la parte del vestido.

"Odio los vestidos..." pensó.

-¿Alteza?

-Muy bien, escribe esto... -y empezó a dictar, una categoría tras otra, nombre tras nombre. No los conocía todos, pero su dama era lo suficientemente chismosa como para recordarlos. Aunque de cualquier manera la lista luego sería revisada por Iskandar.

Apenas terminando la lista, Sarah se llevó una mano a la frente en una clara muestra de frustración. "Odio los malditos vestidos..."

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Entre un detalle y otro fue como de pronto llegó el día de la boda.

Eran las 6:48 de la mañana y "la novia" ya se encontraba deambulando por el castillo en su pijama de catarinas. Salió de su cuarto y bastó con caminar unos pocos metros para llegar a su destino. Tocó un par de veces la puerta de la habitación contigua a la suya; por la ubicación era obvio que la pieza no podía ser de nadie más excepto Alexander.

-Alex... -le llamó perezosamente, con su voz todavía soñolienta. Volvió a tocar, ¿estaría el pelirrojo dormido?- ¡Alex! Necesito hablar contigo.

Sarah entró a la habitación del mayor con tanta confianza que parecía como si se tratase de la suya. Sin embargo dentro encontró algo que definitivamente no se esperaba, no a esas horas y mucho menos en el día de su boda. Dirigió sus adormilados ojos hacia la "dama de compañía", luego volteó a ver a Alex y entonces se dio una idea de lo que había interrumpido.

Después siguió con la mirada a la jovencita -porque era menor que ella, seguramente-, quien parecía más asustada que un naipe de corazón a punto de ser decapitado. Sarah fijó sus ojos azules en la chica desde que saltó a la esquina de la recámara hasta que salió huyendo pasándole a ella por un lado. Se quedó observando unos segundos a la puerta por donde había salido "la otra" y luego volvió a ver a Alexander, quien se encontraba sentado tranquilamente sobre el borde de la cama. Arqueó las cejas al notar que éste no llevaba encima más que una sábana.

-¿Por qué se fue? Ella sabe que me cae bien -dijo extrañada, aunque quizá no lo suficiente... o por lo menos no lo que hubiera esperado cualquiera que viese la escena.

Sarah llevó una de sus manos a la barbilla, donde se puso en la típica expresión pensativa.

-Espera un segundo, Alexander, -interrumpió de pronto- esta no es la misma de ayer, ¡¿verdad?! -le reprochó al tiempo que iba con largas zancadas a cerrar la puerta.

-Tienes que decirle que sea discreta, ¿qué es eso de salirse corriendo de tu alcoba? Luego van a decir que me pones los cuernos y esta farsa de matrimonio quedará descubierta antes de que nos casemos. Vamos, que no soy uno de esos toros relinchadores que ocupas para tu carreta -dijo recargándose en la puerta y con los brazos cruzados. Desde luego que con su pijama de catarinas lucía mucho menos amenazante de lo usual.

Se permitió unos segundos para tranquilizarse y dio un suspiro largo y profundo.

-¿Ves lo que provocas? Casi hasta se me olvida para qué vine -caminó cerca de la cama, recogió una almohada que se encontraba en el suelo y luego se la lanzó al futuro rey en la cara- Quería pedirte disculpas antes de la boda, supongo que casarte conmigo no era precisamente lo que esperabas. Así que, entonces... discúlpame, Alex, por favor -sonrió.

¡Perfecto! Ahora era el momento de salir corriendo antes que el mayor estallara en una carcajada.