Fiesta del té [Privado: Charlotte Amaranth]
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Fiesta del té [Privado: Charlotte Amaranth]
Una cabellera rubia iba y venía por el salón con incansable energía. Aquel día se había puesto un precioso vestido de color celeste, de falda corta como de costumbre, zapatillas de poco tacón y largas medias blancas. Se había arreglado el cabello en dos coletas adornadas con bellos prendedores de zafiro y había ordenado que la maquillaran y perfumaran de la forma más fina posible. Ella misma era incapaz de maquillarse por sí sola, y cuando lo hacía, era un completo desastre. No, aquella era una ocasión demasiado importante para meter la pata: Mejor que lo hicieran sus mucamas, expertas en belleza, que ella. Su tersa piel despedía un suave aroma, el de uno de los más finos perfumes del reino. Sí, se había esmerado por verse bien aquel día para aquella invitada tan importante que iba a recibir. Pero nada en aquella sala estaba tan esmeradamente bien arreglado como las docenas de muñecas y juguetes de felpa que ocupaban los sillones y algunas repisas. Aquel salón, que solía ocuparse para reuniones formales y se decoraba de una forma sobria y elegante, parecía una sala de juegos después que Tiffany le puso algo de su encanto: Había reemplazado varios estandartes con alegres pinturas, reemplazado los manteles con el blasón de la familia real por unos rosados y con encaje y dispuesto alrededor de la sala cajas de juegos de mesa y juguetes de todo tipo. El efecto era un tanto abrumador, pero Tiffany parecía contenta con su redecoración. Intuía que a su marido, el rey Fausto, aquel arreglo de la sala real de juntas no le haría ni pizca de gracia, pero le tenía sin cuidado. Entre más fastidiara a aquel odioso, mejor. Además, quería tener todo perfectamente dispuesto para que su visita se divirtiera, en lugar de pasar por una de aquellas largas y aburridas sesiones de interminable debate sobre impuestos, concesiones, arbitraje y política. No, ella no quería eso, quería que su invitada se divirtiera al máximo al estar ahí. Después de revisar una vez más que todo estuviera en orden, se dejó caer en el sofá, estirándose. Se sentía especialmente nerviosa, lo mismo que emocionada: Iba a recibir una visita. Ella, Tiffany. No el consejo real, ni el general, ni el estirado de su marido. No, ella era quien iba a recibir aquella visita, la primera a la que le permitían ser anfitriona, un privilegio que usualmente le negaban por no saber conducirse apropiadamente con otros nobles. Y se trataba, ni más ni menos, que de otra reina, una chica igual que ella. Decir que estaba emocionada era poco.
Tiffany Reed- Reina Treboles
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