No molestar -priv Sarah-

Mientras tanto en algún pasillo del palacio el paje llamaba cuidadosamente a la puerta del despacho donde se encontraba trabajando una de las figuras más atemorizantes de Wonderland.

-Su Alteza Serenísima, el rey Alfred Bradbury ya se encuentra en la sala del trono.

Sarah arrugó el entrecejo y desde su escritorio miraba al grifo acorbatado con recelo.

-Eso no puede ser cierto, -respondió con la poca lógica que se podía encontrar en su reino- si ya hubiera llegado yo no estaría aquí, pero lo estoy, por lo tanto él aún no se encuentra ahí.

El grifo bajó las orejas.

-Pero él ya la está esperando, su Majestad.

Sarah de pronto pareció comprender el mensaje.

-Oh... -y se puso de pie, para dirigirse a la sala del trono y hacer una entrada triunfal tan impresionante como nunca antes lo había hecho.

O quizá no.

Simplemente apareció por una de las puertas laterales y, al ver a Alfred en medio del gran salón, comenzó a caminar hacia él con los brazos extendidos hacia los lados.

-¡Alfred Bradbury. Honorable rey de Espadas, líder del ejército azul e indiscutible autoridad de Palladium! -se detuvo a un par de metros de él y bajó los brazos- .....O no. -Sonrió.

Sarah le sonrió, dejando que él le tomase de la mano y después depositara un discreto beso sobre ella. La reina asintió suavemente a sus palabras.

-Es mutuo el placer, rey Alfred -le dijo con una sonrisa, sin notar que sus palabras fácilmente podrían malinterpretarse. Para ella cambiar la sintaxis de las frases era algo sumamente divertido, mas a veces eso hacía que el significado pareciese un poco diferente. -No lo dudo. -Dijo alzando las cejas con interés.- Si algo dicen de la reina Alice es que tiene buen gusto… Aunque debo admitir que no esperaba que el estilo militar fuera lo suyo, pero… No se preocupe, Majestad, que en este reino eso es encontrarse completamente ad hoc a la situación.

¿De qué diablos hablaba?

-Ya sabe, siempre y cuando esas medallas de su uniforme no sean de niño explorador -bromeó, pero había que decir que su tono no era de burla, sino que se trataban de comentarios hechos por pura diversión. Si él era "nuevo en todo eso", entonces Sarah pensó que quizá lo primero que Alfred necesitaba era saber que ella no era una mujer demonio con largos colmillos que le cortaría la cabeza a la primera oportunidad.

Entonces ella le guió hasta una pequeña sala que se encontraba en un lateral. Sentó en un enorme sofá rojo e invitó con la mano al militar a que se sentase en el otro. Mientras tanto Constantino, el grifo con traje blanco y corbata rosada, se acercó a los dos.

-Buenas tardes. -Hizo una reverencia- ¿Desean Sus Majestades algo de la cocina real?

-Tino, -dijo la reina a manera de saludo- se trata de la primera vez del rey Alfred y eso es todo un honor, así que tráeme algo muy especial -sonrió.

Constantino casi se sonrojó por encima de sus plumas pues la reina no especificó a qué se refería con eso. Pero sin hacerse más lío, luego tímidamente se dirigió al rey.

-¿Qué debo traer para usted, Su Real Majestad?

De pronto Sarah se percató de la incomodidad en Alfred y Constantito. ¿A qué rayos se debía eso? ¡Se había perdido de algo y no lo había notado! ¿Pero qué rayos había sido? ¿¡Qué?!

Sarah miró para todos lados en búsqueda de ese algo y, volviendo un poco atrás en la conversación de hacía unos momentos, lo encontró.

¡Albures! ¡Albures por todos lados! Oh... Pero no había sido su intención.... Al menos por el momento no, porque después de notar la reacción en el joven rey de Espadas, a Sarah se le ocurrió que podría ser divertido molestarlo... Porque bueno, no es como si fuera a provocar una guerra Espadas-Corazones por eso, ¿no? Si acaso sólo se echaría a Alice Nightray encima y eso sonaba hasta interesante. Aunque de seguro, tratándose de la reina moe, las peleas no serían lo suyo...

Sarah se rascó la cabeza, como si con eso se le removieran las ideas.

-Ah, esos me gustan, -le alzó una ceja- pero lo cierto es que siempre fui buena para la gestión y la economía, ya sabe, me encantan los números y otras cosas, sobre todo lo que pueda medirse. Son mi fascinación. -Dijo mirándole sugerente, mientras hacía una seña con el dedo índice y pulgar como si estuviese midiendo algo de entre 15 y 20 centímetros.- ¿Usted qué opina, rey Alfred? ¿Qué le gusta?