Brecht y Shakespeare

El teatro, mi escondite por excelencia. El edificio del cual me sentía orgulloso de poseer su nombre. Vivía prácticamente allí. Cuando sentía que alguien podría suponer un peligro para mi persona, siempre había acabado en el mismo sitio. Aquel día, sin ir más lejos, al haber intentado obtener algún dato en una taberna de mala muerte, había acabado echado a palos del hostal, sin saber cómo ni por qué, pues todos allí eran unos borrachos desmedidos. Tal vez fue la borrachera o un momento de clara lucidez entre la bruma de su ceguera alcohólica. No lo sabía, ni me importaba. Había podido enterarme de un par de nombres de pajarracos de la nobleza, tal vez nombres sin importancia para muchos, pero para mí tenían un gran valor. Es bien sabido entre los de mi clase que un nombre, un simple nombre es todo. Y que si tienes el nombre de alguien, lo dominas. No en el sentido estricto de "dominar", sino de forma metafórica. Y por supuesto, también de forma mágica. Suspiré, meditando sobre las obras que iban a representar, pues me dedicaba a observar los carteles de los anuncios de próximas puestas en escena. Las únicas que me llamaron la atención fueron de teatro clásico y de teatro del absurdo. Yo era muy seguidor del teatro vanguardista, pues al clásico solían asistir los nobles, debido a que creían que eran superiores y que su registro idiomático sobrepasaba a los demás. Lo cierto era que algún ciudadano del pueblo sin estudios podía pasar por idiota, pero los jóvenes que estaban obligados a estudiar ya no. De todas formas, nadie podía entender esa característica de la nobleza de pavonearse por todas partes sin necesidad alguna, alardeando de su título como si fuera un vale para maltratar a los desavenidos, a los pobres. Yo, que había sido hijo de jornaleros, apenas lo toleraba. Agradecía no sabía cuánto que hubiera podido tener una educación en los difíciles tiempos en los que me crié.

Paseé mi mirada una última vez por la cartelera, y me marché para sentarme en el palco, el sitio más cómodo, y tal vez echar una cabezadita, descansar el cuerpo, reanimarme y regresar a las tabernas suburbiales a recopilar más información. Total, no perdía nada. Tampoco pensaba que podría encontrarme a alguien, puesto que esa noche no se estrenaba ninguna obra...a no ser que a algún noble ampuloso se le ocurriera contratar la sala para una función privada. Puse los ojos en blanco sólo de pensarlo, y decidí que sería mejor no subir al palco, por lo que me introduje tras el telón, busqué una capa de seda gruesa y me envolví con ella sobre el parqué del escenario, arremolinándome con una especie de pequeño ronroneo, producto de la comodidad que me proporcionaba aquella tela de buena calidad. Sabía que no sería capaz de dormirme del todo. Hacía cuatro o incluso más años en los que no había podido hacerlo.

El Reino de corazones era cada vez más aburrido, o así lo había catalogado Shiki, quien, se creía con todo el derecho de escupir sobre su propio reino si así lo deseaba. Su padre había vuelto a ser el líder del linaje Senri , por lo que, el pelirrojo ya no tenía mucho que hacer más que vivir la despreocupada vida de un niño rico; abusar de sus sirvientes para que cumplieran todos sus caprichos, desmembrarlos cuando estaba aburrido y recorrer todo Wonderland -porque tenía el dinero y tiempo suficiente para hacerlo- ¡Vaya vida!. Cualquiera se contentaría con algo así, pero ese no era el caso del conde, jamás sería el caso de Senri Shiki, quien era temido entre los nobles y conocido por todo aquel que tuviese poder, era el conde de los ojos color cielo, aquel que era un vampiro no sólo por nacimiento, si no porque derramaba la sangre de cualquier opositor a sus mandatos, muchos incluso rumoreaban que algún día sería rey, que su trono estaría hecho de cadáveres y su cetro estaría decorado con el cráneo de su propio progenitor.

Mandó a llamar al cochero, ese hombre últimamente se había vuelto su acompañante eterno, mas, no por eso le consideraba, ya que, el único sirviente que necesitaba era su mayordomo -por el cual desafiaría a su padre un día de estos para recuperarlo- pero debido a las circunstancias no podía recurrir, así que se veía obligado a soportar la desagradable presencia de los demás sirvientes, al menos el conductor del carruaje era híbrido y no tenía que aguantar la repulsiva presencia humana todo el camino. Fijó como destino el teatro de Wonderland, aquel que estaba a la orilla del mar, si bien no era un lugar totalmente digno de su persona, era uno de los pocos teatros a los que no había asistido jamás –porque le parecía repugnante- y quizá era hora de conocerlo. Subió al elegante carruaje que tenía grabado el escudo de su familia con detalles de oro y asientos de terciopelo que hacían juego con los finos cortinajes de seda, para así; emprender su camino a un lugar desconocido que podría guardar en su interior una que otra sorpresa.

El teatro era simple, desprendía hedor a humano por todos lados, al parecer no era un lugar muy selectivo en lo que a espectadores respecta, pero lección aprendida, no volvería a ese repulsivo sitio. “Espero que las obras sean decentes o mandaré a destruir esta basura…” añadió tranquilamente mientras se adentraba hacia la cartelera, no había nada interesante en ella por lo que caminó hacía la primera puerta que encontró, su sirviente al verlo avanzar se apresuró a cancelar la entrada de su amo y regresó al carruaje. Shiki ni se molestó en observar con detención el lugar, ni mucho menos prestar atención a los asistentes del teatro que amablemente trataban de darle indicaciones para llevarle a una ubicación digna de su clase, un palco. El pelirrojo avanzó sin prestar oído a los trabajadores y cuando estaba a punto de ingresar al que sería su asiento señalado pudo sentir la presencia de alguien más -cosa que no aportó a que su humor mejorara-.

“Este lugar está reservado…” dijo de forma tranquila y seria –muy común en él- al acompañante no deseado.

Desde mi cómoda piel de gusano improvisada y que me servía como colcha, pude escuchar en la lejanía, retumbando, los pasos de alguna persona que había entrado al teatro. Me recorría la espalda de abajo a arriba aquella sensación que siempre experimentaba cuando me sabía vigilado, y tragué saliva. Me deshice con sigilo de los ropajes que había utilizado para enrollarme y los coloqué en el sitio donde habían estado. No tuve el descaro suficiente como para asomar mi rostro delante del telón, por lo que permanecí quieto unos instantes, agudizando el oído para descubrir si podía saber de quién era la voz de la persona que se había introducido allí. "Este lugar está reservado", escuché que decía una tenue voz imperceptible, muy lejana, pero que alcanzó por poco mis orejas. Con un chasquido de fastidio, me moví introduciéndome en las entrañas del teatro. Si se trataba de un ciudadano de a pie debía encontrarse en los "gallineros", la parte más alta del teatro y sin asientos, reservada para la gente más pobre. Por el contrario, si resultaba ser un noble, debería encontrarlo en el palco, el asiento más lujoso de todo el auditorio.

Mientras me movía, pensaba una forma de averiguar con mayor rapidez de quién era aquella voz, pero no conseguía ni por asomo identificarla. Si era un noble tal vez podría tratar de hablar con él. Más bien, sonsacarle algo de información. Pero, claro siempre dependiendo de quién resultase ser el por ahora hombre de misteriosa identidad. Alcancé los gallineros pero no vi a nadie, así que giré sobre mi mismo y paseé mis ojos por todo el teatro hasta que descubrí la ampulosa indumentaria típica de calle de los nobles. Como no podía ver el rostro del portador de esas ropas tan caras, me dirigí a buen paso hacia el otro extremo del gallinero, desde donde pude descubrir su identidad. Abrí los ojos a causa de la sorpresa y esbocé una media sonrisa.- Vaya, vaya...¿es él? .- pensé, y decidido, volví a internarme en el interior del teatro, atravesando un par de pasillos y corriendo por uno que era recto y largo, y virando a la derecha para detenerme frente a unas cortinas de terciopelo rojo que daban entrada al palco. Las descorrí. -Senri Shiki, Conde del Reino de Corazones, 170 centímetros de estatura, con habilidades un tanto...especiales.- comencé diciendo, mirándolo fijamente. Su aspecto era justo como me lo habían descrito en la taberna de donde había escapado: delgado y de complexión atlética, con el rostro de un ángel, y la piel fina y cristalina...una bestia cruel y sanguinaria cubierta por una piel de ovejita inocente que no me daba muy buena espina.

Sonrió, de forma casi imperceptible, pero lo hizo.

Las palabras de su contrario le sorprendieron levemente, mas, su rostro continuaba serio e imperturbable, ¿Qué había sido aquello? Aquel desconocido frente a su persona le conocía, por lo general le hubiese ignorado o asesinado -no es como si alguien le importase un simple humano, además Shiki acostumbraba a tratar con asesinos a sueldo que manejaban información sobre su persona- analizó unos instantes al castaño que hablaba de forma altanera, no era alguien importante ya que jamás le había visto en ninguna reunión ni se le informó sobre él, pero si era alguien interesante y eso último bastaba para dejarlo con vida.

“Vaya, por casualidad conoces mi comida favorita?” le preguntó de forma sarcástica y tranquila, sentándose a un par de asientos de distancia. Le dedicó una fría mirada al asistente del teatro para indicarle que debía marcharse, el cual asintió y rápidamente se alejó del lugar aterrorizado, como cualquiera que presentía la muerte, además; considerando la posición social del pelirrojo nadie se oponía a sus órdenes. “Puesto que no necesito presentación… al menos podrías decir tu nombre .” su actitud estaba tranquila, si bien Shiki era consiente de que muchos conocían de él –asesinos a sueldo en general- no estaba asustado, ni mucho menos, al contrario. ¿Podría aquel hombre brindarle algo de insana y sádica diversión? Esperaba que así fuese, de lo contrario se arrepentiría de haberlo considerado merecedor de sus palabras. Esbozó una sonrisa maliciosa que dejaba ver sus colmillos de forma discreta e inconsciente, esperaba que se tratase de un mercenario o alguien a quien poder hacer desaparecer de una forma sanguinaria, si bien, nunca le prestaba atención a la identidad de aquellos hombres, algo en sus instintos le decía que su acompañante era más de lo que aparentaba .

No podía decir que lo deseaba de aliado, pero si el hombre de identidad desconocida junto a él ofrecía más de lo que dejaba ver, al menos podría volverlo un enemigo.

No sonreí ante la visión de su sonrisa. Abrí los ojos con interés, fijándome en sus colmillos. En lugar de asustarme o sorprenderme, me pregunté cuánto medirían y cuánto podrían tardar en matar a alguien. Seguro que aquel conde no había traído nada bueno al Reino de Corazones ni a los demás reinos. Bien sabido era que su hambre voraz podía llegar a causar verdaderas catástrofes entre los habitantes de un solo poblado. Y más en aquellos que apenas llegaban a contar con mil habitantes, donde la cacería era notada, donde podrían darse fama, donde podrían pavonearse de su simple y amenazadora existencia. Lo observé durante un buen rato más, calculando cuáles podrían ser sus propios movimientos, aunque sin tensión por mi parte. Una de las cualidades que me caracterizaban era la paciencia, y parecía en mí casi infinita.

-¿Me preguntas por mi nombre? Con que yo sepa el tuyo, basta para poder charlar un rato, ¿o he molestado tu tiempo de descanso? No parecías divertirte mucho. Este sitio es demasiado hediondo para que tu elevado olfato lo soporte, ¿verdad?.- esbocé ahora sí una sonrisa, un tanto socarrona, tal vez, pero muy, muy misteriosa. Desvié la mirada hacia las cortinas rojas que adornaban las paredes del palco, y la acaricié con la mano donde comenzaba la cicatriz que se extendía hasta bien entrado mi brazo.- Un nombre...¿Un nombre? No mereces saber mi nombre. Llámame "Errante", tal y como me bautizaron en mi pueblo. Tal y como me conocen los muertos...Tal y como me conocen los que deben conocerme y los que deben temerme. Un nombre es algo muy poderoso, Conde Senri. Y ahora, si me disculpa la grosería...-tomé asiento en una de las sillas cercanas a la cortina corredera que hacía las veces de puerta para salir del palco y enrollé uno de los mechones de mi cabello en torno a mi dedo, como si fuera un tornillo.- Ya que me he encontrado con vos en estos parajes, no tendré ya que molestarme en buscaros. - lo miré fijamente y volví a levantarme.- Necesito información de la Corte, y vos me parecéis un enlace correcto. Si me ayudáis...nadie sabrá de cuántos asesinatos se le han inculpado y de los cuales habéis sido rescatado por su dinero. Y por supuesto...si me ayudáis, consideraré el no tratar de herir a su mayordomo...por el que creo que tenéis voz un gran aprecio...¿Me equivoco?

Su contrario parecía seguro de sí mismo como ninguno, pero no lo suficiente como para causarle la molestia de un charlatán, el hombre junto a él no filtraba nada de lo que pensaba y eso se daba a notar en como articulaba sus palabras, Shiki sólo sonrió divertido, mas, de una forma casi imperceptible, sería extraña una sonrisa demasiado notoria en su rostro, extraña y poco elegante. Inquirió en las siguientes palabras del desconocido, y tenían razón, aquel teatro de quinta categoría no era un sitio para el conde.

"Lo es,me has ahorrado palabras" contestó sin más, restándole importancia a su aburrimiento y motivo de visita al teatro. El más alto sonrió de forma presuntuosa ¿Acaso no le temía al tan conocido conde Senri? menudo idiota había conocido.

"Errante..." repitió con neutralidad y desinterés, aunque no olvidaría aquel nombre o mejor dicho, aquel seudónimo cuando estuviese aburrido y buscase a quien asesinar "Qué falta de educación la tuya al decir que no soy digno de conocer tu nombre real, aun así, éste aburrido seudónimo basta" finalizó sacudiendo con delicadeza el terciopelo de una de las butacas y acomodándose en ella con total elegancia, digna de un conde, y por sobre todo, digna de un vampiro. Llevó su fría y vacía mirada hasta su indeseado acompañante nuevamente, quien estaba desparramado sobre un asiento mientras jugaba con su cabello de forma totalmente despreocupada y vulgar, luego de ignorar su falta de modales volvió a centrarse en las palabras que aquel misterioso vagabundo pronunciaba ¿Buscarle? aparentemente este encuentro no era simple casualidad.

"Un chantaje?" preguntó en voz baja antes de reír con suavidad, ¿Acaso bromeaba? un simple plebeyo sin nombre tratandode chantajear al gran conde del reino rojo, al vampiro más temido en el reino y sus vecinos, al ser sanguinario que a su corta edad ha asesinado a más personas que la mismísima peste bubónica en Europa, a Senri Shiki? era una broma de mal gusto.

"Oh, vaya..." dejó salir con tranquilidad recostando su mejilla en su mano izquierda mientras le dedicaba una mirada interesada al pelinegro "Dices cosas interesantes..." continuó con tranquilidad fingiendo un interés infantil, como el de un niño pequeño que desea oír ansiosamente una historia de los labios de su madre, todo iba tranquilo hasta que el otro osó llenar su boca con la palabra aprecio y acompañarla con la prescencia de su sirviente, Shin Reizei. Frunció levemente el entrecejo, para luego retomar su postura burlesca e irrelevante, no permitiría que aquel bastardo desconocido se atreviese a hablar de algo tan absurdo como un aprecio por parte del conde, quien era conocido por no poseer dichas emociones y menos con la servidumbre de la mansión.

"Sólo eso?" preguntó suspirando y dando a entender que había perdido el interés "Deberías investigar mejor antes de atreverte a hablar, Errante" le dijo con total calma y un rostro que recalcaba frialdad, escondiendo la diversión y deseos de asesinarle ahí mismo "Tu primer error fue el creer que podrías utilizar algo como los asesinatos que he cometido en mi contra, es más, ellos me han dado renombre por lo que no es un secreto, es por ello que todos me temen" hizo una pausa sonriendo de forma inconsiente, Shiki estaba orgulloso de cada muerte que había concebido, después de todo... eran dignas de una novela, cada cuerpo sin vida que dejaba atrás era una obra de arte, desde las marcas de los cuchillos, hasta los colmillos en algunos de los cuellos. Sólo el pensar en toda la sangre que había derramado le hacía desear sonreír "Y el segundo y más grande es el creer que yo podría sentir apego por algo tan frívolo como un sirviente, de esos poseo miles, he asesinado a cientos y poseeré todos los que desee, jamás sentiré aprecio por un juguete de la servidumbre." Finalizó clavando sus ojos apagos en las orbes contrarias con total seguridad, amenazándole con aquel pequeño acto, si volvía a decir algo imprudente, era hombre muerto y para su desgracia... nadie podría recordarlo, ni siquiera figuraría un nombre en una lápida.

. ^{Neru: Pido disculpas por mi tardanza, la Universidad y el trabajo me tenían en cautiverio.}