Aprendamos a jugar croquet -priv Hikari-

Miré por la ventana de mi habitación. El día era bonito, alegre. No tenía ganas de quedarme encerrada en casa, leyendo libros que ya había leído o escuchando a mi padre alegar. Por lo tanto, salí de la habitación y me dirigí al salón donde se encontraba el piano, allí estaría mi madre. Reduje el paso conforme me acercaba, intentando disfrutar de cada nota que salía del instrumento. Entré sin hacer ruido y de la misma forma me senté en una silla acomodada en la pared, era una perfecta vista de mi madre tocando tan maravillosamente ese piano. Ella se percató de mi presencia pero no se interrumpió. Cerré los ojos y escuché satisfecha tan bonito melodía.

Cuando hubo acabado, me acerqué a mi madre y, tras sentarme junto a ella, la abracé.

- He pensado en salir un rato, hace muy buen día -le comenté casi en un susurro, era un momento tranquilo -. No pienso volver tarde.

Miré a mi madre para saber si me iba a impedir. Sabía que no lo haría pero siempre era bueno asegurarse. Después de tener su permiso, salí de la mansión sin despedirme si quiera de mi padre.

No sabía a dónde iría. No me apetecía ir al lago en ese momento por lo que seguí caminando inconsiente y sin cansarme. Cuando quise darme cuanta de mis pasos no sabía ni cuánto tiempo había pasado. Sólo sabía que ahora me encontraba frente a una gran edificación, con una entrada custodiada por dos naipes soldados. Entonces caí en cuenta de que me hallaba en el castillo del reino de corazones.

La curiosidad me pudo y por ello me acerqué a los soldado y, sin esperar respuesta de ninguno, los miré con simple inocencia. Tras ambos mirarme de arriba a abajo, volvieron la vista al frente. No parecía que me fueran a impedir la entrada por lo que pasé con tranquilidad.

Los jardines eran grandísimos. No tenía intención de entrar en el castillo por lo que me paseé entre las flores rojas que allí habían. Y así, abrumada por todo lo que veía, seguí caminando por esos lares. Hasta que cuando me di cuenta, frente a mí había una mujer. Su tez era aperlada y tenía el cabello largo, lacio y oscuro; así como unos profundos ojos en color azul prusia. Sin saber por qué, la relacioné rápidamente a la reina. ¿Cómo iba a saber si era o no si nunca la había visto en persona?

Me fijé en que llevaba un flamingo rosado cogido por el cuello. Dudosa y un tanto tímida, me acerqué lentamente a la mujer que, repentinamente, lucía un poco más animada al verme.

Seguí acercándome hasta quedar a una distancia considerable. Entonces, paré en seco cuando me señaló con el flamingo que resultaba estar bastante tieso. Miré a los ojos a este, que me devolvió la mirada. Podría ser un animal pero se le notaba un tanto... ¿divertido? Justo unos segundo después, me percaté de que aquella mujer me estaba hablando. Alcé la vista hacia ella con la cabeza levemente inclinada hacia el lado derecho. Un momento... ¿Croquet? ¡Yo apenas sabía jugar croquet! Recordaba haberme interesado por él alguna vez, incluso haber jugado pero... nunca se me dio muy bien.

-Yo... yo apenas sé... -pero no pude terminar porque ella ya no me prestaba atención. Estaba observando como un erizo intentaba escapar. Se mostró autoritaria, decidida, por lo que, instintivamente, me quedó claro que era la reina. Aún con todo, el animal no parecía tener ninguna intención de hacerle caso y, después de la segunda advertencia de la mujer, salió corriendo.

La reina hizo ademán de ir tras él pero, por alguna razón, se detuvo. En contra de todo lo que yo podría haber esperado, ella se volvió hacia mí y me ordenó ir tras el erizo.

Inconscientemente di tres débiles pasos hacia tras, pero paré en seco. ¿Yo? ¿Ir tras un diminuto animal? Estuve a punto de negar con la cabeza pero algo me detuvo... Espera, ella es... ¿tal vez podría..? Sería mejor hacerle caso.

Tomé aire y, como pude empecé a correr tras el puerco espín. Tropezaba varias veces, ninguna caí. El animal era muy rápido y yo... yo no acostumbraba a correr si no era para escapar rápido de mi padre. No sabía si llevaba segundo o tal vez unos pocos minutos corriendo pero paré a tomar aire. Entonces me di cuenta de seguía en el mismo lugar, un poco más lejos. ¡Ese animal me había hecho correr dando círculos!

Lo volví a buscar con la mirada pero para cuando volví a vislumbrarlo él corría a toda prisa en dirección a la reina.

-¡No! -grité instintivamente alzando una mano hacia el erizo intentando volver a correr, aun estando ya cansada.

Estaba un tanto mareada por dar vueltas y vueltas por lo que me apoyé sobre un árbol a tomar aire. ¡¿De verdad soy tan inútil?! Decidida me recompuse pudiendo observar el alboroto formado en el lugar.

La reina huía del erizo mientras que los flamingos correteaban alrededor impidiendo el paso de cualquier persona. Esto la obligó a empujar a uno de los animales y poder seguir corriendo. Sin embargo, en la maniobra la cesta en la que se encontraban el resto de erizos se volcó haciendo que estos fueran hacia mí. Ahora era yo la que huía de los animales. ¡¿Cómo hemos llegado a esto?! Observé que la reina seguía corriendo por lo que en un impulso me dirigí hacia ella y la cogí por la muñeca con la intención de alejarnos a ambas del lugar.

-¿No hay nadie en el castillo que pueda encargarse de todo esto?-grité sin mirarla.

No sabía hacia donde corría, en varias ocasiones hasta tropezaba y me volvía hacia la reina para cerciorarme de que ella estaba bien. Al fin, agotada completamente, paré algo inquieta, no sabía si los animales seguían corriendo. Miré avergonzada a mi acompañante.

-¿Estás... estás bien?

Miré a los naipes que, según la reina, debían de ocuparse de los erizos. Parecían demasiado ocupados con los flamingos.

-Lo… lo siento mucho… no he podido hacer nada con ellos. –bajé la mirada y la voz un poco aún tomando aire. Seguí escuchando lo que decía mientras se acomodaba el traje. Me tensé un poco cuando vi a los erizos volver a la carga, hacia nosotras. Iba a coger de la mano a la reina dispuesta a correr cuando ella cogió un flamingo y golpeó a las pelotas. Mi sorpresa ciertamente apenas se podía disimular. ¡Había hecho que los tres pasaran juntos bajo los arcos! Sin embargo, cuando el naipe se acercó y la reina me miró urgentemente tuve que defenderla. Es que también… ¿podían ver eso tranquilamente pero no ocuparse de unos erizos ellos mismos? Suspiré.

-Pero… ella se vió obligada a hacerlo, no tenía otra opción… -me acerqué al naipe tranquila -. Por favor, ¿no podría hacer la vista gorda solo por esta vez? Ya ve que es difícil escapar de esos animalillos, más si tenía que hacerlo uno por uno…

Cogí uno de los flamingos tranquilos que había por el lugar por las patas y seguí mirando al naipe.

-Además... es su reina. Y si con ello se siente más a gusto podría participar yo... - ¿En qué me estaba metiendo? ¡Yo apenas sabía jugar croquet! - Aunque, claro, comprenderá que si nadie puede protegernos de los animales... tenemos que buscar cualquier cosa para hacerlo nosotras. -dirigí mi mirada a la reina-. Es lo que su alteza ha hecho... no creo que se le pueda reprochar eso.